*De Dante Alighieri. “Ningún dolor más grande que el de acordarse del tiempo dichoso en la desgracia”. Camelot.

Tercera llamada. Tercera…

PRIMER ACTO

Se abre el telón, los personajes aparecen. Divagan entre los espectadores que, en sus butacas, aguantan la respiración, como si en este caso se les fuera la vida. Los enviados de los dos presidentes, el que se va y el que llega, aparecen previa cita pactada en un domicilio particular de un amigo de ambos. Como se estilaba en la vieja política, cuando el PRI amarraba carro completo. Y hacía los milagros electorales. Sacaba la capucha y se hacía la luz. Las tendencias de las encuestas marcaban como gran favorito al candidato de las izquierdas. Desde que arrancó la elección. El candidato del presidente no subía, ni subía ni subiría. El Preciso lo sabía, al saberlo buscó una opción con el mejor posicionado y quien fue el que menos se metió con él. No lo acusó de que iría a la cárcel, como si lo hizo el otro, el candidato de las derechas. Entonces, desde ese war room improvisado, Romo, de las izquierdas, y Videgaray, del Preciso, pactaron y pactaron como gitanos leyéndose las cartas.

SEGUNDO ACTO.

Quiero impunidad para algunos de los míos, salida negociada, sin persecuciones. La inventiva es que airearon los nombres de los muy señalados de presunta corrupción, el del socavón, el de Odebrecht y sus 10 millones de dólares de comisión, la de La estafa maestra (No te preocupes, Rosario), y otros que aparecieron de repente. Los dos poderosos enviados se veían incrédulos, pero a la vez complacientes. Uno llegaba, el otro se iba. El mundo del paraíso se abría para los que llegaban, jamás más nubarrones oscuros, negros como sus conciencias. Lucharon mucho y la tercera fue la vencida. Antes se obligaron ambos negociadores, casi a desnudarse para no traer escuchas telefónicas, o minigrabadoras. Los celulares se quedaron en la entrada, en una canastita que parecía de las de restaurantes de las propinas. Se apagaron. Faltaba casi un mes para que la elección llegara ese dichoso 1 de julio, y no había duda de quién ganaría. Las encuestas de la casa presidencial lo veían puntero y muy lejos de los otros dos. Como en una comedia o drama de Shakespeare, los personajes divagaban. Los espectadores oían y veían, sacaban conclusiones. No había de otra, o pactaban o habría revuelo al otro día, o esa misma noche. Los sistemas podrían apagarse, como cuando a Bartlett se le cayó el sistema. Nadie quería eso. El país no aguantaba otro show así.

TERCER ACTO

No alcanzaba para más. Romo decía: pides mucho, Luis, debemos apañar a uno o dos y enjuiciarlos, sino la gente no creerá en mi candidato. Noooo, reclamaba Luis, la gente todo perdona y todo olvida. Ni perdón ni olvido, decía Romo. En esas estaban, como en un juego de ajedrez donde uno pedía tablas y el otro pedía el jaque mate al Rey. No avanzaban. Nadie en el salón, de vez en cuando tocaban un timbre y un ujier, un mesero vestido de negro y pajarita, penetraba ese salón privado para cambiar café y el agua mineral. La boca se les resecaba, a ratos. Eran pedimentos presidenciales, no podía regresar a Los Pinos sin la aprobación. Está bien, se rindió Romo, lo consulto y adelante. Pero la transición debe ser tersa, de abachos y bechos al por mayor, Claro, respondía desde el fondo de su alma, como aquella canción: desde el fondo del alma me sale un ardiente te quiero. Casi la tararearon juntos. O aquella otra de los Timbiriche: Tu y yo somos uno mismo, uoooo.

CUARTO ACTO

Ganó el que debía ganar. Por la noche llega al hotel y anuncia su triunfo. El primero que se lo reconoce es el candidato del presidente. Hasta ahí, todo miel sobre hojuelas. El segundo lugar sale al escenario, para reafirmar que perdió porque el presidente le asestó toda la caballada de la PGR y del gobierno, porque era el mismo que lo acusó que lo llevaría a la cárcel. Luego salió el del INE y el presidente. Ya no habría temor de cárcel. Ninguno. A salvo sus amigos, sus protegidos. Todo mundo sospechó que entre el PRI y Morena hubo una alianza como la de Churchill con los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Tanto que se comieron Veracruz, dicen que se les pasó la mano, que no calcularon bien. Veracruz no iba en el pacto, y se les fue. Un día después el de las izquierdas fue a Palacio Nacional. Los dos se vieron las caras. Sus enviados cumplieron. No fallaron en nada, en lo único que fallaron es que la gente ahora les llama PRI-MOR, por ese juego de palabras del PRI y de Morena. Como antes les llamaban Prian, por la alianza de facto PRI y PAN. Se vieron cariñosos. El ganador lo llamó demócrata, le agradeció que no metiera las manos, le dijo que le respetaba (oh la dicha inicua de tener el tiempo y los vientos a favor). Un día después la miel seguía derramándose. Ahora le tocó a los empresarios, esa ‘minoría rapaz’, como les llamó el ganador, que se pusieron de a pechito, primero en su reunión cupular, más tarde se sentían actores del canal de las estrellas, donde hablaban en cámara de las bondades del hombre de las izquierdas, a quien apenas una semana antes enviaban cartas a su empleados conminándolos a que no votaran por él, porque era peor que el Coco y el Diablo juntos. Eso solo pasa en nuestro país. En México, un país que reinventamos un día sí y otro también. Vamos, creo que hasta se lo va a llevar a una junta de jefes de estado en el avión presidencial, el que, a lo mejor, ya no quiere vender. Cosas vemos, mío Cid, decía El Quijote.

¿Cómo se llamó la obra? ¡La Divina Comedia Mexicana!