Por Ramón Durón Ruíz (†)
Shakespeare afirmaba: “El pesar oculto, como un horno cerrado, quema el corazón hasta reducirlo a cenizas.” Cuando los problemas, las adversidades o el duelo lleguen a tu vida, porque será necesario e ineludible que así sea para tu evolución espiritual, podrá venir a ti una desorganización aguda del “yo”, porque cuando algo o alguien se va… se lleva una parte de ti.
Ten el amor de recordar que la pesada carga que el duelo genera en tu vida, se hace más ligera cuando cuentas tus penas, porque al hacerlo, éstas disminuyen, dentro de ti está la sabiduría de buscar otros hombros que te ayuden a sopesar tu dolor. No olvides que en esta vida, cada quien tiene su ritmo y su tiempo, y que contar tus penas, cantar tu dolor, comunicar tu sufrimiento, por una parte te saca del aislamiento que el duelo conlleva y por otra, hablar de ellas, una y otra vez, te libera y te permite soltar la desesperación, tristeza, rabia, penas y dolor… hasta asimilarlo.
Cuando tienes la sabiduría natural de compartir, expresar, conectar con aflicciones, emociones y sentimientos reprimidos, entiendes que como siempre, “el amor vence a la muerte” y entonces te reconcilias con la vida y sin saberlo, encuentras un excelente camino y una fuente altamente saludable para procesar el duelo.
Cuando posees el amor a ti mismo y te abres a compartir tus penas y aflicciones, como por arte de magia, llega a ti el elaboramiento natural del duelo y con ello, el restablecimiento del equilibrio espiritual, personal, familiar, laboral, social, porque asumes la responsabilidad de hacer que tu sufrimiento se desvanezca, que el dolor empiece a aliviarse y te reconcilies amorosamente con tu pasado.
Ante el peso del duelo, Neimeyer aconseja: “Aunque todos debemos intentar encontrar sentido a nuestras pérdidas y a la vida que llevamos después de sufrirlas, no hay ningún motivo para que tengamos que hacerlo de manera heroica, sin el apoyo, los consejos y las ayudas concretas de los demás.”
Esta ayuda puede venir de un profesional de la conducta humana: psiquiatra, psicólogo, médico familiar, psicoterapeuta, psicoanalista, un sacerdote, pastor, guía espiritual, hasta de tu pareja, familia y/o amigos, lo que importa es que recuerdes que cuando una pena llegue a ti, no olvides que Dios te envía ángeles para que cuando caigas −porque en esta vida todos caemos alguna vez por lo menos−, te levanten con amor y den el suficiente aire a tus alas para que retomes el vuelo.
“Lo que importa no es lo que la vida te hace, sino lo que haces con lo que la vida te hace” –como dijo Jackson. Pareciese que ese es el caso de miles de triunfadores, que se han enfrentado una y otra vez a la adversidad, el dolor, los sinsabores y no se han dado por vencidos, teniendo la sabiduría de seguir adelante para encontrar su sino, su ventura, su destino, llenos de una grandeza que traspasa los límites de lo ordinario.
Lo anterior me recuerda la vida del excepcional pintor holandés, Vincent Van Gogh frente a las adversidades y dolores, amores y desamores, enfermedad y pérdidas que llegaron a él; tuvo en su vida como figura central y pilar de soporte, a su hermano Theo, quien no sólo le prestó ayuda financiera, también le dio la solidaridad, el apoyo, el impulso que provee la funcionalidad de la familia. Hecho que te recuerda que éxito que no aterriza en tu familia, no sólo es pura fantasía… es una falsedad.
Las funciones de la familia −con un código de bienes simbólicos que se retroalimentan−, promueve la corresponsabilidad, la transmisión de valores, que ayudan a evitar la crisis cuando los problemas llegan, apoya en la socialización, al apego a normas, derechos y obligaciones, a la autoafirmación, ofreciendo la experiencia de fortalecer la autoestima, que te recuerda que “estás hecho a imagen y semejanza de Dios” y que tu destino es: dejar huella, trascender, triunfar y ser feliz.
Lo de la familia me recuerda, aquel matrimonio de Güémez que viaja a Rusia, al Mundial de Futbol; en la aduana, la esposa, que domina el inglés, mientras hace los trámites plática con la empleada de migración:
–– Buenos días, señora, ¿sus papeles? −Aquí están.
El esposo, que no habla inglés, le pregunta: –– ¿Qué dice? −Me pide los pasaportes –contesta ella.
–– ¿Cuál es el motivo de su visita? −Acudimos al Mundial de Futbol.
Él vuelve a preguntar: –– ¿Qué dijo? −Que a qué venimos a Rusia.
–– ¿De dónde vienen, señora? –– De Güémez, Tamaulipas, México. Nuevamente dice él: –– ¿Qué dijo?
La señora desesperada contesta: –– Pregunta que de dónde venimos.
La empleada de migración exclama: –– ¡Ouuhhh Mecsicouuu!, yo estar ahí hace años, tener mala suerte de encontrar un hombre insoportable, flojo, borracho, macho, celoso, metiche, sucio, quejumbroso, no me dejaba en paz y además, ser malísimo para el sexo.
Él: –– ¿Qué tanto dice esta vieja? La esposa: –– ¡QUE TE CONOCE MUY BIEN… ‘ABRÓN!