*Un viaje es como un buen libro. Hay que aprovecharlo y beber sus páginas. Camelot

UN PEQUEÑO VIAJE

Estoy a punto de emprender un viaje corto, de cuatro días, sucede que con el tiempo se necesita alguna pieza para un radio transmisor, y debo ir a Mc Allen, tierra texana de Trump, porque la pido al interior de Estados Unidos, sea Nueva York o Miami, y llega en un par de días. A eso vengo. Nada del shopping, los tiempos no están para eso, eso sí una buena desayunada en el Ihop de la calle principal, la 10, y una buena carne y parémosle de contar. Hay viajes que así suelen ser, cuando el huamachito florece. Hace unos días, mi nieto Fer, de escasos 8 años, me decía porque razón no uso Instagram. No me gusta, le dije. ‘Ahí puedes subir todas las fotos que desees, abuelo, y no nadamás en Facebook’, me decía como experto tecnológico. Escribo estas líneas un día antes de tomar el vuelo de Viva Autobús rumbo a Reynosa, que también es pueblo, esperar a Silvia, la conductora designada que me lleva al otro lado de la frontera (a mí me gusta mucho estar en la frontera, cantaría Juan Gabriel, nuestro divo), y pasar pecho a tierra, entrar por el Puente y la Garita Kika de la Garza y adentrarme en esas tierras que un tiempo fueron nuestras, y solo nos dejaron con Reynosa y Mi Matamoros querido, se llevaron lo pavimentado, dicen los chascarrillos. Mi decisión es por dónde carajos me voy de Orizaba a Veracruz, si me la juego y me meto a la mugre y cara autopista de Capufe, o me voy por la federal hasta entroncar La Tinaja y de ahí a la autopista. La vez pasada que volé a México por poco pierdo el vuelo, tuvimos que salir de la caseta de Cuitláhuac y retornar para llegar barriendo el home. El empleado de la línea, me dijo: ‘Por poco se queda’. Lo entendí, él no entendería nunca la desgracia que ha significado que desde hace unos cuatro o cinco años, o menos, diría Peña Nieto, estos inútiles nos tienen en atorones que no nos merecemos. Cuando no es una es otra. La caseta de Fortín, por ejemplo, hay ocasiones que para cruzarla necesitas perder veinte o treinta minutos, porque a estos ingratos no se les ha ocurrido poner más casetas de cobro, y la mayoría de las veces operan con solo dos. Los mismos empleados que cobran, nos dicen que eso es un asco, pero que ellos no mandan. ‘Quéjense’, afirma. Nos hemos quejado, pero es como pedir que aparezcan Rosas en el mar, como cantaba la española Massiel. A ver si ahora, que viviremos en Pejelandia con nuestras pejeilusiones, el Ruso compone eso, o su secretario de Comunicaciones, porque el otro inútil que ya se va, Gerardo Ruiz Esparza, se irá con la tranquilidad y el cinismo del mundo, porque se sospecha que AMLO y Peña Nieto pactaron la salida digna de sus colaboradores, para Ripley.

ESAS DE NETFLIX

Anoche mismo me metí al Netflix a ver un documental de La guerra de Vietnam, esa terrible guerra que perdieron los americanos y que les tocó lidiar a los presidentes, Eisenhower y Kennedy y al vaquero Lyndon Johnson, sufrir ese descalabro. Conozco bien esa historia, como conozco de ellos muy bien el mandato de Abraham Lincoln, y terminé de leer ese nuevo libro, ‘Lincoln en el Bardo, la dolorosa muerte del hijo del presidente, que en estos días escribo ese relato del libro, cuando lo llevan a sepultar. Conmovedor. La sinopsis: “Febrero de 1862. En medio de la sangrienta guerra civil que divide al país en dos, el hijo de doce años del presidente Lincoln está gravemente enfermo. En cuestión de pocos días, el pequeño Willie muere y su cuerpo es trasladado hasta un cementerio en Georgetown. Los periódicos de la época recogen a un Lincoln deshecho por la pena que visita la tumba en varias ocasiones para guardar el cuerpo de su hijo. A partir de este hecho histórico, Saunders despliega una historia inolvidable sobre el amor y la pérdida que se adentra en el territorio de lo sobrenatural, allí donde tiene cabida desde lo terrorífico hasta lo hilarante. Willie Lincoln se halla en un estado intermedio entre la vida y la muerte, el llamado Bardo según la tradición tibetana. En este limbo, donde los fantasmas se reúnen para compadecerse y reírse de lo que dejaron atrás, una lucha de dimensiones titánicas surge de lo más profundo del alma del pequeño Willie”.

Y en la Guerra de Vietnam, en uno de sus finales, serie de varios capítulos, pusieron una vieja rola del grupo The Byrds de aquellos tiempos. La famosa ‘Turn, turn, turn’, cuya letra conmueve: “A todo hay una estación. Y una época para cada propósito, bajo cielo. Una época de ser llevado, una época de morir. Una época de plantar, una época de cosechar. Una época de matar, una época de curar. Una época de reír, una época de llorar. Una época de acumularse, una época analiza. Una época de bailar, una época de estar de luto. Una época de echar las piedras ausentes, una época de recolectar piedras juntas”. También escuché aquella clásica de ‘Los sonidos del silencio’, de Simón y Garfunkel: “En sueños caminaba yo entre la niebla y la ciudad, por calles frías desoladas, cuando una luz blanca y helada hirió mis ojos y también hirió la oscuridad. La vi brillar, la veo en el silencio, en la desnuda luz miré y vi mil personas, tal vez más, gente que hablaba sin poder hablar, gente que oía sin poder oír, y un sonido que los envolvía sin piedad, lo puedo oír, sonidos del silencio”.

Bellas rolas de aquellos tiempos vietnamitas, cuando los músicos allí imponían sus quejas y plegarias musicales.

Ahí les cuento cómo me va.

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