Miguel Valera
Visitar el tianguis de la calle Ciprés, entre Miguel Palacios y Francisco González Bocanegra, muy cerca del corazón de Xalapa, es un espectáculo para la mirada, una explosión de los sentidos, una experiencia única de regateo en donde puedes comprar desde un alfiler hasta una computadora, pasando por cientos de productos nacionales o extranjeros, usados, seminuevos, nuevos y viejos.
Buscadores de gangas, familias que no pueden llegar a las ofertas del 70 más el 20 por ciento, de centros comerciales de la ciudad que abaratan sus mercancías por temporada, acuden aquí para encontrar ropa a 10, 20, 30, 40 o 50 pesos. ¡Pásele, pásele! Todo a 10, todo a 10, todo a 10, grita un hombre desde un altavoz, en la esquina con González Bocanegra.
Enfrente, una niña se tira sobre sus zapatitos, muñecas y prendas que su madre ofrece en la calle. —No quiere que las vendan, comento. —¡No, no, no!, grita la niña. —Es payasa, responde la madre. Sabe que ese dinero es para sus chunches, para sus golosinas, añade.
Al lado, una joven pareja, ofrece dos pares de zapatos de su pequeña hija de aproximadamente dos años, que les acompaña, mientras se lleva un churro de harina a la boca. —¿Cuánto por los zapatos?, les pregunto. —20 pesos, me contesta. —¿Ella no dice nada de que vendan sus cosas? —No, me señalan sonrientes y extrañados. —Sí, añado. Es que hay niñas o familias que gustan conservar las cosas de los primeros hijos por mucho tiempo. —Sí, pero ella ya no los necesita y pues ya ve cómo están las cosas, contesta el joven padre.
Ahí, tiradas en la banqueta, sobre un plástico negro, dos muñecas regordetas, dos barbies, una gorra de Dora la exploradora, un cepillo de cabello, tres modelos de audífonos ya pasados de moda y un Xilófono de Princesas, que me ofrece a 30 pesos. La pequeñita, vestida con tenis rosa y un conjunto del mismo color, sigue disfrutando el churro que la madre le compró para calmar el hambre sabatina.
Caminas desde Magnolia y ya algunas familias han abierto las puertas de sus cocheras o garajes para ofrecer ropa, zapatos, cinturones, móviles antiguos, muebles, ropa de dama a 10 y 20 pesos, guayaberas, ropa deportiva, conectores, todo lo que algún día sirvió en la casa y pasó al desván, al cuarto de las cosas viejas.
En la esquina de Miguel Palacios, dos mujeres se abalanzan sobre una maleta que un hombre bajó desde un auto y abrió con diversos productos: calcomanías, cinturones de dama, peines, carcazas para teléfonos celulares, donas para el cabello y en el piso, sobre un plástico blanco, un portarretrato chino, dos raquetas de tenis, dispositivos plásticos para llevar el móvil en el brazo y licras para ejercicio.
Muñecas desnudas, despatarradas, conviven en el suelo con diccionarios Larousse, portarretratos, biblias, un ejemplar de la revista Quo, un ejemplar de Síntesis de Historia Universal y libros de texto que niñas, niños y jóvenes abandonaron y dejaron en el olvido, para seguir su vida académica en otros grados.
Un tianguista me ofrece en 40 pesos el libro Por su propia voz, de Andrés Barahona Londoño, el músico mexicano avecindado en Xalapa, que estudió Laudería en París y que ha destacado como decimista, profesor y compositor. “En cuarenta pesitos jefe, lléveselo de una vez”, me dice.
Zapatos de todos los colores y medidas, calculadoras sin pilas, relojes, tornillos, conectores eléctricos, cinturones y más cinturones, cremas, desodorantes, cartas, ropa y más ropa, muñecos plásticos de la colección Nintendo y hasta un ejemplar de Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, con esa maravillosa historia de la naturaleza humana: amor, pasión, odio y venganza.
Me detengo con un vendedor de esencias y piedras. “La esencia de coral negro sirve para relajar y también para tener buenos sentimientos hacia las personas”, me dice. “Debería de producir en cantidades industriales”, le comento en broma.
La esencia de mandrágora, añade, sirve para el amor, para la impotencia sexual, para hacer amarres afectivos. Me muestra una mandrágora. —Mire, tiene una pierna de hombre y una pierna de mujer. Si tiene pesadillas puede poner una mandrágora debajo de su almohada o en la cabecera y sirve como “atrapasueños”.
—¿Y cómo funciona para atrapar a una persona que se ama y no corresponde?, le inquiero. —Mire, me indica, se escribe el nombre de la persona en un listón rojo y con ese listón se amarra la planta con siete nudos. Funciona porque funciona, me dice, mientras me pide oler la esencia, que rocía en mi mano.
Le pregunto su nombre. Se llama Efraín Monsiváis de León. Cura huesos y articulaciones desde hace 54 años. Viene cada sábado a este tianguis de la calle Ciprés, pero viaja por todo el país.
Fue boxeador nacional e internacional, pero se retiró a los 25 años. Viajó al Tíbet y vivió en el monasterio del Dalia Lama, en donde aprendió técnicas de relajación, espiritualidad y a elaborar esencias. No me cuenta mucho de Lhasa, la misteriosa capital tibetana ni me dice con claridad en cuál monasterio vivió: Ganden, Sera y Drepung, los centros de formación más importantes de los monjes amarillos.
Hombre de mirada sincera, que lanza detrás de los anteojos que cubren sus ojos, Efraín Monsiváis me habla del poder de las piedras que vende, “todas las piedras tienen un poder, una energía positiva”.
Descubre que mi signo zodiacal es Libra. —Ustedes son adivinos del aire. Cada cosa que sueñan se les hace realidad, pontifica. Coinciden con Géminis y Acuario, añade.
Con 59 años de edad, Monsiváis me dice que el Tíbet le cambió la vida, su espiritualidad, su manera de ver la vida y el mundo. Ese lugar tiene algo que no he encontrado en ningún otro lugar. No solo un cielo azul especial, intenso, que abraza las inmensas cordilleras verdes y marrón, también la nobleza y grandeza de su gente, me dice.
Me sugiere practicar el Chi Kung. Es una ciencia que viene del Tíbet. La practicaba Buda. Con estos ejercicios vas a lograr relajar la mente, la respiración y el cuerpo. Te ayudará a mejorar tu circulación, añade, mientras me muestra, cómo realizarlo, moviendo y sosteniendo su cuerpo con un brazo hacia la izquierda y luego hacia la derecha.
En todo el ejercicio es muy importante apoyarte bien. Esa es la clave. El apoyo del cuerpo te da equilibrio y eso se logra al estar en contacto con la tierra, con el piso, que significa origen, centro, equilibrio, me comenta.
Le agradezco las enseñanzas y aunque no le compro nada, Efraín Monsiváis me despide con una mirada cálida.
En tanto, hombres y mujeres, familias enteras se arremolinan, circulan, como hormigas en día de trabajo, chachareando, buscando el conector que perdieron, la batería más barata o quizá un regalo o alguna prenda para el uso ordinario.
Hay de todo en el tianguis de Ciprés: maletas, cartas, cuchillos, sierras y sierritas, calzones usados, muñecos plásticos de colección, usados y viejos, cassettes antiguos, cámaras viejas, gorras, películas en CD, discos de acetato, tenis seminuevos que parecen nuevos a un costo de 280.
Un joven vende piezas de acero monel que parecen de oro. “Todos es acero monel, véalas sin compromiso”, me dice. A su lado, otro hombre vende un cuadro de la última cena en repujado, elaborado por un interno de la cárcel de Pacho Viejo. —¿Cuánto cuesta?, le preguntan una, dos, tres, cuatro personas, mientras yo observo. —300 pesos le contesta a cada uno.
Si busca controles de televisión también aquí los encuentra. Algunos tienen pilas, otros no. Todos son viejos, usados, utilizados por cientos de familias que vieron ya una vida de televisión pasar por sus ojos.
Entre el río de gente que camina por Ciprés, ya muy cerca de Allende, cámaras de video, una Lap top Vaio, Sony de 200 GB de disco duro y 2GB de memoria en Ram, en 750 pesos. —La verdad está buena, a buen precio, me dice un joven que también la observa y la analiza. Con 300 pesos la limpia usted, le instala el programa y lista. Está muy bien, insiste.
Tea lights, licras, crayones twistables, timbres inalámbricos, blusas a diez, pantalón para dama a diez.
Y también, en una larga lista, vendedores de churros, de doraditas a seis pesos la bolista, chicharrones, palomitas, plátanos dorados, cacahuates, amaranto y alegrías, palanquetas, piñas dulces a 2 por 30, agua de jamaica, chilaquiles rojos, tortas de jamón, como las del Chavo del 8.
En la esquina de Ciprés y Gonzáles Bocanegra, una mujer, detrás de un carro de nieves Rabbit, ofrece sus productos de guanábana, mamey, zarzamora con queso, vainillaaaaaa.
¡Pásele por sus nieves, nieves, nievessssss!, grita. Muy cerca, se escucha a una vendedora de BonIce, tocando interminable, la campana de su expendio. “Tin tin tin tin tin tin tin tin”, se escucha, en una eternidad, mientras a su lado otro hombre anuncia “a diez, a diez, a diez, solo hoy a diez”, para ofrecer la montaña de ropa que tiene a su lado.
En ese mismo perímetro, la voz de un vendedor de un procesador de frutas y verduras, que como en la televisión, hace el ritual de mezclar frutas en una jarra, licuarlas, ofreciendo el maravilloso producto que conserva todas las propiedades de la fruta, para una vida saludable.
Mientras escucho esa polifonía babélica del mercado Ciprés, a espaldas, a un costado del Deportivo Colón, junto a las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad que en diciembre presidirá Manuel Bartlett, el famoso hombre de la caída del sistema en 1988, le pido a la vendedora de helados Rabbit, uno de guanábana con piñón.
Me lo despacha con rapidez, como si tuviera mucha gente. Le digo que ahí mismo lo comeré, para cubrirme del picoso sol y un poco molesta, me dice que sí, pero que no enfrente de su carro, mientras sigue gritando: guanábana, mamey, zarzamora con queso, vainillaaaaaa. ¡Pásele por sus nieves, nieves, nieveeeees!
Detrás de ella, dos jóvenes soportan estoicos, el sol de las 13 horas. Acompañados por quien parece ser su madre, ofrecen sus productos y sentados esperan a los clientes. A sus espaldas, una pared verde de las oficinas de la CFE con un letrero simbólico en esta zona de Xalapa: “Nadia Vera Vive”. Se trata de Nadia Vera, la antropóloga y activista social y cultural, que trabajó en Casa Magnolia y que fue asesinada en la colonia Narvarte al lado de otras mujeres y el periodista Rubén Espinosa.
Los jóvenes, de rostro moreno, con camisas rayadas, ofrecen teléfonos inalámbricos, celulares, cámaras fotográficas viejas, carcazas de móviles, pulseras y cables conectores de diversas denominaciones.
Una mujer que también compra un helado, le dice a su hija le pida el precio de una muñeca bebé montada sobre un triciclo rosa con llantas moradas y tapones verdes. —Está muy bonita. —Me dice el chico que a 50 pesos mamá. La ven, la revisan y la compran, para retirarse felices.
En el puesto de junto una mujer se prueba un vestido blanco, con motivos negros. Sin ningún pudor y con toda tranquilidad, se monta el vestido sobre la ropa que ya trae puesta.
En el ambiente, la polifonía sigue: “A diez, a diez, a diez… guanábana, mamey, zarzamora con queso, vainillaaaaaa. ¡Pásele por sus nieves, nieves, nieveeeeees!, y la campana eterna, de la vendedora de BonIce.
Le pido a un vendedor de pájaros que me explique qué tipo de aves lleva, los precios y tomar una foto. Desconfiado, me señala: —¿Pero no va a llamar a la policía? Porque hace rato vino un joven y como no le dejé tomar fotos, me mandó a la policía el muy cabrón, pero les mostré mi permiso de venta y se fueron.
—No, señor, cómo cree, le digo. Me interesan las aves, me gustan las aves. Ya tranquilo, me muestra a un hermoso Cardenal, que vende en 600 pesos, una Calandria y una Monjita elegante. Normalmente le dicen “naranjeros”, pero su nombre real es “Monjita elegante”. —Mire, un Cardenal, con una monjitas, bromeo con él.
La venta, el recorrido de la gente, a todo lo que da, mientras el sol canicular de las 13.30 horas pega con todo en la calle de Ciprés. La gente se detiene por helados, compra cocos, piñas, picaditas y empanadas, mientras echan un ojo a los precios de los chips de Telcel o Movistar.
Como en los “zocos” de Marrakech o el gran bazar de Estambul, visitar el mercado ambulante de la calle de Ciprés, en sábado, muy cerca del corazón de Xalapa, la capital de Veracruz, es un espectáculo para la mirada, para los sentidos. Si no compras algo, seguro te llevarás, para tu memoria, esta experiencia orgiástica de la mirada.
Tomado de la cuenta de Facebook de Miguel Valera Hernández