El año pasado, ante la incertidumbre que provocaba el “destape” del que a la postre sería el candidato oficial del PRI, mantuve un intercambio epistolar a través de WhatsApp con un político local de altos vuelos, mismo que posteriormente ocuparía un espacio como protagonista central en el pasado proceso electoral en Veracruz.

Ese intercambio de mensajes lo hacía porque ese personaje es mi amigo, y tenía –no sé si la sigo teniendo- un nivel aceptable de confianza por parte del interlocutor, del cual me voy a reservar su identidad porque no estoy autorizado a ventanearlo, e intercambiábamos mensajes con mucha frecuencia en los cuales, un servidor, le externaba diversos puntos de vista sobre la pasada coyuntura política, que el amigo atendía de muy buena gana y con bastante diligencia inclusive.

En el PRI, allá por el mes de octubre, incluso desde antes, ya se especulaba que el “escogido” por el gran elector sería Meade Kuribreña, pero no estaba nada claro. Todo eran rumores, especulaciones, versiones, trascendidos… Por su parte en Morena estaba más que claro que el bueno era el hoy virtual presidente electo, y en el PAN, aunque no estaba nada definido la baraja se movía entre Ricardo Anaya, Margarita Zavala, Rafael Moreno Valle y Luis Ernesto Derbez, pero todo apuntaba a que Anaya se agandallaría finalmente la candidatura.

Mi interlocutor y el que esto escribe, estábamos convencidos de que la mejor carta que tenía el PRI para pelear por la presidencia era Meade. Él, a diferencia mía, lo conocía muy bien, lo había tratado varias veces, había tenido oportunidad de palparlo en función de su relieve político-administrativo-partidista. “El doctor Meade es el mejor, es el más preparado para el cargo y tengo confianza en que él sea”, me decía con frecuencia mi escucha. Total, que en los primeros días de noviembre le mandé un mensaje para decirle que de muy buena fuente, el que escribe, sabía que el destape estaba muy próximo y que el bueno sería finalmente Meade. El amigo, sin decirme ni sí ni no, simplemente se concretó a decirme que la “estrategia era ir por el segundo lugar y de ahí brincarle al primero.

Es decir, estaba más que claro que el candidato del PRI, el que fuera, partiría en la carrera presidencial en un lejano tercer lugar, abajo del que fuera de la coalición PAN-PRD-MC y, por supuesto, de AMLO. El PRI traía una loza muy pesada de gran descrédito político y moral gracias, entre otras agravantes, a los escándalos de corrupción de los gobernadores, una inseguridad desbordada, Odebrecht, la “estafa maestra”, la casa blanca, la de Malinalco, el hundimiento del paso exprés, Ayotzinapa y etcétera. Un partido y una clase política sin credibilidad.

O sea, estaba claro para todo mundo que el PRI arrancaría en esa carrera en la tercera posición, cosa que tenía más que clara mi escucha por estar en el ajo de la batalla. Lo que a mí no me cuadraba esa velada estrategia que me dejaba entrever el amigo, de que la estrategia inicialmente planteada era ir por el segundo lugar y después por el primero. Mmm, fue lo único que alcance a medio murmurar, para terminar diciendo finalmente que no estaba de acuerdo, que para este escribiente desde un inicio había que irse por el que estaba en primer lugar, o sea AMLO. “Tú ten confianza, vamos a ganar”. Mmm.

Y así se dieron las cosas. En el PRI por todos los medios trataron de descarrilar a Anaya ya como candidato y la estrategia no les funcionó. Trataron de mancharlo con un escandalito que nunca pudieron comprobar del todo y que, a todas luces, suponiendo sin conceder y aunque se hubiera dado algo ilícito, comparado con el escándalo muy latente de la estafa maestra o con las transacciones ilícitas que con terrenos federales hizo el ex gobernador de Quintana Roo para favorecer a sus familiares, de lo que se le acusó a Anaya era cosa de niños de kínder.

¿A quién se le ocurrió tal aberración de estrategia política?, no se sabe pero se especula que fue Ochoa Reza. En el PRI hicieron de este escandalito un monotema en donde perdieron el tiempo de manera impune. Nunca lograron descarrilar ni desplazar del segundo lugar a Anaya, y AMLO, nada más se reía desde su cómoda posición viendo cómo sus enemigos se despedazaban en una controversia que a nadie de los electores le quitaba el sueño. El PRI adoptó la posición escapista –que a veces funciona y otras no- de gritar para hacer escándalo y desviar la mirada a un oponente “al ladrón, al ladrón”.

No mires la paja en el ojo ajeno, sino la viga en el tuyo propio.

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@marcogonzalezga