Por Ramón Durón Ruíz (†)
En la página digital Renuevo de Plenitud, hay cientos de historia fascinantes. Esta es una de ellas: “Había un chico que nació con una enfermedad que no tenía cura. A sus 17 años podía morir en cualquier momento. Siempre vivió en su casa, bajo el cuidado de su madre. Cierto día, decidió salir solo por una vez. Le pidió permiso a su madre y ella aceptó.
Caminando por su cuadra, al pasar por una tienda de música y ver el aparador, notó la presencia de una chica muy guapa de su edad, fue amor a primera vista, entró sin mirar nada que no fuera ella. Se acercó al mostrador, ella lo miró y le dijo sonriente:
–– ¿Te puedo ayudar en algo?
Mientras él pensaba que era la sonrisa más hermosa que había visto en toda su vida, sintió el deseo de besarla en ese mismo instante. Tartamudeando, le dijo:
–– Si, eeehhh, me gustaría comprar un CD –sin pensar, tomó el primero que vio y le dio el dinero.
–– ¿Quieres que te lo envuelva? –Preguntó la chica sonriendo de nuevo.
Él respondió que sí; ella fue al almacén para volver con el paquete envuelto y entregárselo. Él lo tomó y se fue a casa, desde ese día en adelante visitó la tienda todos los días para comprar un CD. Siempre se los envolvía la chica para luego llevárselos a casa y meterlos a su clóset.
Él era muy tímido para invitarla a salir y aunque trataba, no podía. Su mamá se enteró de esto e intentó animarlo; así que el siguiente día se armó de coraje y se dirigió a la tienda. Como todos los días compró otra vez un CD y como siempre, ella se fue atrás para envolverlo. Él tomó el CD y mientras ella no estaba viendo, dejó su número telefónico en el mostrador y salió de la tienda.
¡¡Ring!! Su mamá contestó:
–– ¿Bueno? – ¡Era ella!, preguntó por su hijo y la madre desconsolada llorando le dijo: –¿Qué, no sabes?, murió ayer. Hubo un silencio prolongado.
Más tarde la mamá entró en el cuarto de su hijo, decidió empezar por ver su ropa, así que abrió su clóset. Para su sorpresa se topó con montones de CDs envueltos. Ni uno estaba abierto. No resistió la curiosidad, tomó uno para verlo; al hacerlo, un pequeño pedazo de papel salió de la caja, la mamá lo recogió y decía:
–– ‘¡¡Hola!! Estás súper guapo, ¿quieres salir conmigo? TQM Sofía.’
De tanta emoción la madre abrió otro y otro pedazo de papel y estos decían lo mismo.
Dios nos tiene tantos regalos envueltos para ser disfrutados, pero muchas veces no somos lo suficientemente decididos para abrirlos, para disfrutar de las maravillosas sorpresas que tiene para nosotros, no dejes HOY esos regalos celestiales envueltos y guardados en el clóset de tu alma, no dejes que sea muy tarde y ya no puedas disfrutar de tantas bendiciones guardadas…¡Ábrelos! Tienes cientos de ellos esperando sólo para ti.”
Uno de esos regalos son los abuelos, son un monumento a la esperanza, un remanso de amor y paz en la vida, a grado tal, que el viejo Filósofo desea: “Que el mundo de cada niño con hambre, enfermo, con miedo, abandonado, con tristeza y soledad… tenga un abuelo en quien reposar su llanto” Porque bendito es el niño que tiene un abuelo y bendito es el abuelo que tiene un nieto.
Alex Haley afirmaba con meridiana sabiduría: “Nadie puede hacer por los niños, lo que hacen los abuelos, salpican de polvo de estrellas sobre sus vidas”. Por eso soy un admirador permanente de las lecciones de los abuelos, ellos, que saben que son los pequeños milagros los que hacen espectacular su vida, ya no compiten… comparten, por eso tienen la sabiduría a flor de piel y las respuestas exactas a las preguntas de la vida y hacen de su HOY una obra de amor y de arte.
Abuelos que no pierden la capacidad de maravillarse con el milagro del nuevo amanecer, por eso son la cima del amor y la esperanza; ellos son felices con la tarea que la vida les ha asignado, por eso han hecho de sus fracasos, retos, no tragedias, porque saben que la vida no es una carrera… sino un viaje; trabajan en lo más trascendente, en su interior; ya no buscan tan sólo hacer cosas buenas… sino también hacerlas bien; saben que sirviendo al prójimo se ayudan a sí mismos; basan su vida no en la necesidad, sino en el servicio… y en el amor.
A propósito de abuelos, el Filósofo llama a casa de su hijo, contesta el teléfono su nieto, el viejo campesino bromea con el niño preguntándole:
–– ¡Hola!, ¿sabes quién soy?
El nieto corre asustado y gritando:
–– ¡Mamaaaaaaá!, mi abuelito se ha vuelto loco, está al teléfono… ¡Y NO SABE QUIÉN FREGA’OS ES!
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