*Todo viaje enseña. Todo. Camelot.

RUMBO A LA CUMBRE

Tomo muy de mañana la Cumbre de Maltrata, voy a la Ciudad de México. Amanece con un buen sol, pega de lleno, con todo y que anoche llovió a madres, diría un cuenqueño. Lo más arriesgado ahora en esta vida, es andar en los caminos de nuestro país, las muy amoladas autopistas de Capufe, que sufrieron un descuido de las administraciones, tanto del PAN, cuando gobernó 12 años, como ahora del PRI, con Peña Nieto. A quien más se le deterioraron fueron a este presidente, todo porque escogió un mal secretario de Comunicaciones, Gerardo Ruiz Esparza, un inútil que no le sirvió para nada. El mejor presidente en caminos nacionales fue Carlos Salinas de Gortari, dejó 5 mil kilómetros en autopistas, incluidas las nuestras de Córdoba-Veracruz y La Tinaja-Coatzacoalcos. Desde los tiempos que Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) inauguró la México-Puebla-Orizaba, han sido años de descuidos en mantenimiento. Ahora mismo en la alta montaña tienen un solo carril, porque hubo deslaves, los deslaves se evitan con mallas en la montaña, pero en manos de estos inútiles de Capufe, cualquier cosa es posible. Por eso perdieron la elección, y aun no llego a las casetas de cobro donde ahí se siente lo que es amar a Dios en tierra ajena. Lo bueno es que ya se van. Lo malo es que el viejito Jiménez Espriú no creo pueda con el paquete. Cruzo un pueblo bello llamado Magueyes, con su iglesia pueblerina, con los indígenas caminando con su indumentaria de siempre, sus huaraches y al hombro la leña que llevan a mercadear, venderla para poder comer y vivir. Los contrastes con bellos escenarios, arriba, con el cielo despejado el azul de las montañas pega de lleno con el verdor de toda la zona montañosa. Los hermana, los amalgama diría un poeta. Ha habido poca deforestación por aquí. Nada del otro mundo, aun los pinos centenarios hacen ver esto como una Suiza, el musgo da un olor a humedad fresca, muy positivo que el presidente electo, el amoroso AMLO, vaya a plantar un millón de árboles donde se requieran y necesiten. Escribo como se puede. Jalo mi laptop y entre las rodillas capto el panorama y los bellos escenarios, que parecen estampas vivas del Dr. Atl, Gerardo Murillo, el gran paisajista.

LO QUE VE EL QUE VIVE

Cruzo el nuevo paso a desnivel en Puebla, que hicieron Peña Nieto y Moreno Valle, un paso que permitió que no hubiera los atorones y las largas colas, sobre todo en las mañanas, a las horas de salida y entrada de los trabajadores de la planta Volkswagen, inaugurada también en tiempos de Díaz Ordaz. Cobran, pero este tramo si vale lo que se paga. Otra parte de autopista encementada la hizo el presidente Felipe Calderón, bastantes kilómetros de cemento, firme y fuerte. Calderón fue un buen presidente, le tocó su parte negativa en el combate a la maluria, donde hubo mas bajas que en Irak, pero la vida era así, había que enfrentarlos con todo. Hay en el regreso una cola inmensa en Amozoc, atorón de una hora o más, intentaré regresar por la federal, con el riesgo que eso conlleva. No tardo y se me aparecen los otros volcanes, el Popocatépetl y el Ixtaccihuatl, los señeros volcanes que espían y cuidan a ese México de contrastes, contaban los narradores históricos, que a Moctezuma le llevaban todas las mañanas su pescado fresco de Veracruz, cuando cientos de indios se turnaban como una carrera de Maratón, y al gran jefe Tatiaxca le llegaba su robalo o mojarra, o lo que pidiera, como si lo comiera en Alvarado o Mandinga. Aparte del chicle que descubrieron los gringos, cuando mi general Santa Anna fue apresado, mascaba algo que llamó la atención de uno de sus captores, era la goma del árbol del chicozapote, que recuerdo había uno en la casa de la abuela Genoveva, en Villa Azueta, y cuando mis padres nos llevaban de pequeños de vacaciones, le entrabamos al chicle, totalmente gratis, solo había que cortarlo del árbol, de su savia, darle su raspadita y a mascar. Uno de esos gringos que todo le buscan, vio mascar a mi general y se lo llevó y lo patentó y de ahí nació Chiclets Adams, lo que son las cosas. Uno de los deleites -ahora viendo el Popocatépetl-, de Moctezuma era su nieve, no eran los del “Nieve, güero”, que ofertan en Veracruz. No sé si lo contó Bernal Díaz del Castillo, pero los indios se relevaban y cada que se le antojaba al gran jefe indio, mano con mano muchos de ellos le traían su nieve, un gran bulto del volcán y cuando llegaba, un cocinero le metía el sabor o de limón o de la fruta que se les pegara la gana, como la guanábana. El helado de nieve también fue una aportación nuestra a la humanidad, allá por 1514, en aquella gran Tenochtitlán, adonde ahora voy casi llegando a Puebla, para luego entrarle a la calzada Zaragoza y meterme al infrahumano mundo de esa ciudad que devora a cualquiera, que como todas las ciudades, tienen vida propia y a veces vida ajena, diría el gran Carlos Monsiváis, o es Chinampa en un valle escondido, diría el cantor, Guadalupe Trigo.

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