El pasado primero de julio hubo un resultado electoral del que se habla y seguirá hablando mucho. Tal vez no se han asimilado o entendido plenamente los efectos de una votación de esas dimensiones. Este tipo de elecciones ocurren cada varias décadas, como la del año 88, cuando se conjugan factores sociales, políticos y económicos de corte histórico y rupturista. Pasarán muchos años, tal vez unos treinta, para que ocurra un fenómeno electoral de ese tipo. Para efectos prácticos estamos ante el advenimiento de otro régimen político, cuyas consecuencias serán profundas en el sistema político y en diferentes ámbitos de la sociedad. Esa es una realidad concreta e ineludible.
Esas son las condiciones políticas, gubernamentales y legislativas con las que tenemos que jugar y convivir. Que no es del agrado tal o cual gobernante, pues si, puede ser, pero ellos son los electos y quienes ejercerán el poder. Más vale asumirlo así. Ante la coyuntura, con esa correlación de fuerzas, desproporcionada, hay que definirse: desentenderse de los resultados y evadirse, tal vez lejos de la política; hacer oposición a los gobiernos, buscando la confrontación; o, tender puentes y espacios en esta nueva y novedosa situación. También se verá, seguramente, como ya ocurrió en la campaña, una cargada todavía mayor hacia el ahora partido mayoritario, en una reedición del tradicional oportunismo político de nuestro medio.
Morena, tiene varios retos y profundas disyuntivas. Quedarse como un movimiento amplio, membretario, donde quepa de todo, en la lógica de agrupaciones como la vetusta CNOP y el mismo partido tricolor o convertirse en un verdadero partido político, con cierta identidad ideológica y vida orgánica; su dilema mayor, voluntario o no, es ser un partido normal dentro de la pluralidad o un partido de Estado, para lo cual le sobrarán tentaciones, presiones e inercias. De todas maneras, su base electoral conseguida el pasado primero de julio le permite contar con amplios márgenes de maniobra y expectativa relativamente cierta de continuidad para el siguiente sexenio.
Sin obviar lo nacional hay que preocuparse y ocuparse de nuestro terruño, de Veracruz. Está por verse si los superdelegados presidenciales efectivamente desplazarán a los Gobernadores. Con o sin eso vamos a un sexenio con más preguntas que respuestas, es la fecha que no se habla de nuestros grandes problemas y retos. Todavía se continúa en las celebraciones electorales y en la superficie. A estas alturas ya es tiempo de conocer las ideas y propuestas concretas en un escenario diferente, de electos para gobernar; mientras se era oposición en actividades proselitistas para aspirar al poder, se valía de todo, ofrecer y decir lo que fuera; pero ahora ya no, cualquier palabra, mensaje o discurso cuenta, influye y compromete. De ahí que deben mostrar seriedad, hablar de lo sustancial y exponer los rostros y los perfiles de sus colaboradores y equipos de trabajo.
Gobernar implica responsabilidades y la toma de desiciones, siempre en un contexto determinado y con efectos de conflictos, consensos e inconformidades. Cuando una autoridad va a decir algo debe medir sus palabras por los resultados que puede producir. Tenemos el ejemplo de lo ocurrido en la «Plaza Animas», donde, ante riesgos materiales, se ordenó la clausura de su estacionamiento; el problema se agravó por el innecesario mensaje del Presidente Municipal, que generó un desproporcionado alarmismo, afectando las actividades comerciales y, por tanto, ingresos y empleos. No deben hablar a la ligera.
Recadito: nos cuesta mucho el aprendizaje de neopolíticos municipales.