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Me topé con una campaña muy simple que hablaba del maltrato en las relaciones de pareja, el tema ha sido sobre explotado en distintas formas, pero casi siempre lo había visto desde el punto de vista de la mujer. Incluso existe un violentómetro, creado por el Instituto Politécnico Nacional, pero pensado en la violencia hacia las mujeres, sin embargo poco se habla de la otra cara de la moneda, la violencia que sufren los hombres.
Actos tan simples como la posesión del otro, revisar sus artículos personales o hacer bromas hirientes, con el tiempo escalan a más y se van normalizando en la sociedad, por lo que al ser víctimas muchas personas prefieren callar, hasta que desafortunadamente es demasiado tarde.
El problema de enfocarnos en los roles de un género u otro, de hacer constantes distinciones desde la niñez y educar a las niñas para cuidarse y a los niños para ser fuertes, deriva en que al crecer resulta casi imposible atender las consecuencias, hombres que se niegan a trabajar en equipo en el hogar, mujeres que reprimen sus deseos profesionales o peor aún, hombres que queriendo disfrutar del hogar y la paternidad no pueden hacerlo porque las leyes y la sociedad otorgan esos beneficios únicamente a las madres o el problema de ser mujer y querer crecer profesionalmente pero toparse con prejuicios y estereotipos que determinan que una mujer debe ceñirse al hogar.
Cada día surgen nuevas generaciones, mentes que pueden aprender que tantos hombres como mujeres se complementan, que no existe un sexo débil y que el mundo debería ser más equitativo. Estamos viviendo un feminismo latente en la capacidad de votar, de incursionar en el mundo laboral, al cual le falta mucho por lograr, pero también estamos haciendo del rosa y el empoderamiento femenino un movimiento más comercial que real al momento de actuar.
Las playeras con mensajes sobre el poder de las mujeres o el feminismo se venden al por mayor, se transforma el empoderamiento en una herramienta de culto e incluso lujo y se están dejando de lado las propuestas de una mejor educación para las comunidades donde la mujer aún es relegada o la aceptación de vulnerabilidad que los hombres también pueden tener. Es responsabilidad de todos nosotros crear espacios plurales donde hombres y mujeres converjan para crear ideas y propuestas que transformen a la sociedad.
En pleno siglo XXI todos deberíamos sentir la misma seguridad, luchar en conjunto por las mismas causas y brindar a las nuevas generaciones la certeza de que podrán expresarse sin ser juzgados, que un niño podrá disfrutar del cuidado personal al igual que una niña podrá enrolarse en actividades antaño consideradas masculinas.
El futuro no sólo debería ser feminista, debería ser pensando en la diversidad de culturas e ideologías y desde hoy debemos aprender a ser más tolerantes, a abrir la mente y dejar de encasillar a las personas en roles específicos, todos somos diferentes. Dejemos de etiquetarnos.