El gran jurado de Pensilvania, Estados Unidos, ha realizado una investigación sobre 70 años de casos de pederastia, en seis de las ocho diócesis que existen en ese estado, donde se prueba que 1,000 niños y niñas fueron abusados por 300 sacerdotes. Este trágico episodio evidencia, una vez más, que algo no está bien en la Iglesia.
Como en otras ocasiones, a esos “crímenes”, así les llama el Papa Francisco, se añade el encubrimiento de los criminales por parte de los obispos y autoridades del Vaticano. A lo largo de los años, el modus operandi de la Iglesia ha sido que la denuncia de las víctimas se minimiza y esconde.
El pasado 20 de agosto, el papa reaccionó de manera pública a estos crímenes mediante una carta dirigida a todos los católicos del mundo en la que califica esos hechos como “un crimen que genera hondas heridas de dolor e impotencia” y que “durante mucho tiempo éstos fueron ignorados, callados o silenciados”.
“Es imprescindible que como Iglesia podamos reconocer y condenar con dolor y vergüenza las atrocidades cometidas por personas consagradas, clérigos e incluso por todos aquellos que tenían la misión de velar y cuidar a los más vulnerables”, reconoce el papa.
Añade que “con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. No cuidamos a los más pequeños, los abandonamos”.
Los vaticanólogos y también líderes de organizaciones de víctimas de pederastia reconocen que el tono de la carta es el más duro que haya utilizado papa alguno, pero que eso ya no basta. Pedir perdón no repara el daño y no evita que se sigan repitiendo estos crímenes atroces. El papa también lo reconoce.
Ante el caso de Pensilvania, han surgido diversas propuestas, desde dentro y fuera de la Iglesia, para atacar de raíz el problema. Algunos plantean como necesidad urgente que en la Iglesia latina se suspenda el celibato de los sacerdotes como ocurre en las iglesias de Oriente, que deben fidelidad al papa.
Otros que debe ser más contundente la “tolerancia cero” que el papa instauró al inicio de su mandato y que es necesario, como él mismo lo dice, generar al interior de la Iglesia “una cultura capaz de evitar que estas situaciones no sólo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse”. ¿Cómo lograrlo?
El 25 y 26 de agosto, el papa visita Irlanda para presidir el Encuentro Mundial de las Familias. ¿Qué les va a decir? El arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, afirma que “no basta con pedir perdón. Las estructuras que permitieron o facilitaron los abusos deben ser aniquiladas y aniquiladas para siempre”. Es una exigencia, para que se acelere el cambio radical de la Curia Romana.