*El peor de todos es el séptimo año, cuando dejan de ser presidentes y pasan al destierro. Camelot.

¿QUÉ HACEMOS CON LOS EXPRESIDENTES?

En la Silla del Águila, Carlos Fuentes escribió: “Prepárese usted. La victoria de ser Presidente desemboca fatalmente en la derrota de ser ex presidente. Prepárese usted. Hay que tener más imaginación para ser ex presidente que para ser Presidente. Porque fatalmente dejará detrás de sí un problema con nombre: el suyo”.

Lo vemos ahora que el presidente Peña Nieto da entrevistas a todos los medios, TV y Prensa y en todos se defiende de su señalada corrupción.

Declaró José María Aznar, que llegar a la presidencia era fácil, lo difícil era dejarla. Cuentan que cuando dejan de serlo, los expresidentes se convierten en jarrones chinos. El expresidente de España, Felipe González, lo dijo muy claro: “Somos como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. No se retiran del mobiliario porque se supone que son valiosos, pero están todo el rato estorbando”.

En México pocos presidentes han pasado la prueba del añejo.

Desde aquel Antonio López de Santa Ana (1833), al que acusaron de vende patrias, los modernos no han podido pasar ese umbral donde la historia les despedaza. Peña Nieto no se atrevió a decir, como Fidel Castro: “La historia me absolverá”, pero dijo que el tiempo le daría la razón. Se duda, el asunto es si podrá salir a la calle y la gente, enojada por muchas cosas, no le gritará si le ve en algún restaurante.

Adolfo López Mateos fue muy querido, ese expresidente podría salir a la calle y pasear sin ningún problema, un aneurisma se lo llevó rápido y ya no siguió su historia. Creo que ha sido el último presidente aplaudido en las calles.

AUN HAY MAS EX

Miguel Alemán Valdés fue acusado de que se enriqueció. Poco después llegó el honrado y austero, Adolfo Ruiz Cortines. En ese tiempo no había redes sociales, ni nada parecido, pero el hombre gozó de respeto siempre, como buen veracruzano.

Gustavo Díaz Ordaz cargó con los fantasmas de 1968 y jamás se repuso, en su tumba aún le recuerdan como un golpista y sanguinario.

Luis Echeverría Álvarez tuvo sus aciertos, Cancún y Quintan Roo fueron unas, pero la historia también lo maldijo por su populismo y devaluaciones.

José López Portillo ni se diga, a restaurante que iba le ladraban como ese perro que prometió defender el peso, a ladridos. Condenado a la historia.

Miguel de la Madrid Hurtado pasó sin pena ni gloria. Su sexenio fue más aburrido que un juego Zacatepec-Necaxa. O Veracruz-América.

Carlos Salinas de Gortari, como Peña Nieto, llegó como gran reformador. Su TLC le abrió a México las puertas del primer mundo, pero Ernesto Zedillo and Procter and Gamble lo condenó y envió al basurero de la historia y lo coinvirtió en el Villano favorito de los mexicanos. Había entrado a su sexenio como Clark Kent y salido como Supermán, pero a poco tiempo Zedillo le sacó la Kryptonita y lo hizo tambalearse feo, y el hermano a la cárcel, eran las purgas estalinistas que se daban en el priísmo, en el tiempo que todos eran antropófagos, se comían entre ellos, su carne humana les gustaba.

Ernesto Zedillo Ponce de León retomó el timón y entregó buenas cuentas económicas. Odiaba al PRI y a los priístas, cuando terminó su mandato se fue al extranjero, a servirle al patrón, que lo mandó a llamar, anteayer, es decir, con las compañías gringas. Se le conoció como Ernesto Zedillo and Procter and Gamble. Jamás se le ha visto en México, creo que no viene ni a ver a la Virgen el 12 de diciembre.

Vicente Fox Quezada fue el mayor chiste político que nos tocó vivir en seis años. Cuando todos pensaban que sacudiría el sistema político mexicano y expulsaría a esos dirigentes corruptos que allí gravitaban, se dedicó al desmadre con su Martita del alma. La historia lo condenó como un inútil. Hoy anda de zalamero con Peña Nieto enviándole twiters que lo condenan como un barbero.

Felipe Calderón Hinojosa no fue mal presidente, pero la lucha contra el crimen organizado y abrir una guerra sin cuartel contra los narcos, le abollaron esa corona.

A Peña Nieto la historia lo va a juzgar ya, si no es que ya lo está juzgando, porque, como lo dijo Albert Camus: “Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen”.

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