*A veces caemos, pero la solidaridad y ayuda mutua nos levantarán. Camelot
AQUEL TEMBLOR ORIZABEÑO (1973)
Comienza el mes de la patria. El año se va muy rápido, cabalga a velocidades de carrera de caballos, de esas de los pueblos, a 200 varas castellanas. Por la premura del tiempo y por andar del tingo al tango, no me había podido sentar a escribir una cuartilla y media para tocar un tema, que cuatro lectores pidieron tocara, aquel temblor terremoto de 1973, que presente lo tengo yo, cuando tembló una madrugada, a eso de las 3:45, que marcaron los relojes, los que fueron detenidos en ese tiempo, como aquel viejo reloj que ya no volvió a marcar las horas del hotel Regis en Ciudad de México, en otro temblor de otro tiempo y muchas muertes. Era otro México el que vivimos en 1973, éramos muy distintos, no había la maldad que hoy existe, no había secuestros ni descabezados ni crímenes, ni panteones y fosas malditas, no había nada de eso malo, los hijos no desaparecían para nunca más volver, era un México que añoramos ahora y que algún día volverá a retornar, cuando los gobiernos dejen de dar impunidad y cuando las policías municipales no se dejen cooptar por los delincuentes. Se podía salir a todas horas y se podía regresar a la hora que se pegara la gana. Ahora hay intentos de secuestros a todas horas y por todos lados. Cuando el temblor apareció, aseguran que en escala de 7.3, que no es muy alta viendo ahora que ha habido unas de 8, en la oscuridad de la cama, lo primero que hice fue echar las manos a la cabeza, esperando el derrumbe del sitio donde vivía. Nada pasó de eso. Era el sonido como una manada de búfalos muy parecido al de la cinta Danza con lobos de Kevin Costner. Como pudimos salimos, en esa zona donde vivía y vivo, por la Alameda, no hubo daño, se fue la luz, el temblor apagó casi toda la ciudad. Empezamos a ver que amaneciera y salimos a la calle a constatar el daño. Las líneas se saturaban, los teléfonos, imposible de marcar, cuando hay un suceso extraordinario nada impide que la tecnología se atore. No existían esas redes sociales de hoy, pero por la madrugada al oír las noticias en radio se hablaba de muchos muertos y edificios caídos. De España hablaban familiares que querían saber si era cierto que Orizaba estaba borrada del mapa. Nada de eso, sí había daño y muertes, pero la ciudad se mantenía en el temor y el miedo a lo que se encontrara.
LA HORA DEL RECUENTO
En aquel tiempo, quien esto escribe trabajaba en Radio XEOV. Salimos a ver el recuento de los daños, las cúpulas de las iglesias, caídas, abajo, como torres de papel, pocas se sostuvieron. Acuartelados en la oriente 4, sede de las dos radiodifusoras, XETQ-XEOV, allí llegó el corresponsal en aquel tiempo de Televisa de Jacobo Zabludovsky y sus 24 horas, el hoy editor del diario Notiver, Alfonso Salces Fernández. Salces alertaba de que había muchísimos muertos y eso hizo que el presidente Luis Echeverría dejara la comodidad de Los Pinos y llegara a esta zona, con la parafernalia que da el poder de la presidencia. Era presidente municipal, Humberto Gutiérrez Zamora, el famoso ‘Pata de leche’, un hombre bueno, dedicado al deporte que era su vida, pero las circunstancias lo hicieron ser alcalde al no entrar el que debía ocupar su lugar, le siguió a los pocos meses Daniel Fougerat Román, a quien un empresario de apellido Larrea le donó un millón de pesos, para la reconstrucción del Teatro Llave. A ese viejo palacio de hierro llegó el presidente de México, implementaba su Plan DN-III y prestaba ayuda. Se le reconocía el apoyo. En desastres y dolor, la mano amiga siempre se extiende. Recuerdo que llegamos por Río Blanco, como podíamos nos metíamos entre la caravana presidencial, que andaba a las vivas. Echeverría, fiel a su costumbre de no tenerle miedo a nada, bajaba a las iglesias, el Estado Mayor Presidencial lo reprendía, el presidente no podía estar ahí por el riesgo de una caída de la cúpula, quién sabe si esos ladrillos santos, al derrumbarse, hubieran cambiado la historia del país. Con su ímpetu de vasco, hombre fuerte, no se arredraba a nada, era Supermán llegando a la zona del siniestro, a nuestra Zona Cero. Todos teníamos nuestras historias de esos días. Quien esto escribe inauguró ese agosto su primera tienda de discos, llegué a checar si no había daño, muy poco, escasamente unas bocinas al suelo, nada más. Al recorrer la ciudad el edificio de la Packard, llamado así porque un tiempo se vendieron autos de esa marca, estaba caído, se comentaba que abajo le habían quitado una columna para mayor amplitud y eso lo debilitó. Se veía terrible, como papel arrugado. Los hospitales trabajando a su intensidad, el IMSS, sobre todo. El Teatro Llave y la Concordia y la Técnica 48 y el CEO, el que hoy es Palacio Municipal, y muchas casas particulares, colapsadas. El Toreo, al que luego el ingeniero Luis Gutiérrez Príncipe techó con una lona amplia y al final, mejor se decidió por construir uno impecable y señero en la Concordia de Orizaba. Nunca se supo bien cuántos murieron, aunque la numeralia golpeé de lleno. Enlutó hogares, porque sabemos que contra la Naturaleza solo la bendición de Dios ayuda. Siniestros han llegado y temblores aparecen. Vivimos en zona riesgosa. Aquella mañana el mundo orizabeño ya no volvió a ser el mismo. Entre ladrillos derrumbados, tráfico detenido, gente enlutada y otra mirando y la solidaridad del pueblo ayudando mano con mano, como se ha visto en otros eventos, hace ver que cuando una desgracia llega, no siempre se está solo. Rio Blanco, Nogales, Mendoza, Orizaba, fue una franja donde ese temblor pegó fuerte y barrió con todo. A los que nos dejó vivos, nos enseñó que siempre hay que encomendarse a Dios, estar presente en las plegarias atendidas y respetar a la Naturaleza y convivir con ella.
Esos fueron los días. De agosto de 1973.
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