*Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres. “Las venas abiertas de América Latina”. Eduardo Galeano. Camelot.
EL DESAFIANTE DANTE DELGADO
Dante Delgado Rannauro, exgobernador del cuatrienio en Veracruz, a la salida del gobernador constitucional, Fernando Gutiérrez Barrios, quien partió volando como brujita en su escoba a convertirse en hombre leyenda, título que le otorgó y concedió Carlos Salinas de Gortari, llegó a Bucareli con un par de esposas, como la época de John Wayne, para apresar a Joaquín ‘Quina’ Hernández Galicia (Habrá alguien en Morena que se atreva a ir por Carlos Romero Deschamps), arremetió en la cámara de los diputados ahora como senador por la gracia de los plurinominales, como en sus buenos tiempos de legislador, siendo un buen orador, que lo es, y no lépero aunque haya nacido en Alvarado, se le fue a la yugular a su antiguo aliado, Andrés Manuel López Obrador, el hombre de la Esperanza que se desespera. Le dijo de echar abajo el gasolinazo que tanto daño hizo al país, que le costó a Peña Nieto la presidencia y las maldiciones del pueblo y las diputaciones y senadurías y gubernaturas que su partido perdió, se incluyen la de Pepe Yunes y José Antonio Meade, valiéndole un cacahuate. El ahora presidente reconoce: “asumo la responsabilidad del gasolinazo”, y expone sus quejas. “Si no se hubiera hecho habría recortes en gastos sociales”. Nada. Le hubiera pedido el cambio de los cochupos a Lozoya y a Obredecht y a OHL, los grandes constructores, y con eso alcanzaba y sobraba para los gastos sociales. Dante le dice al Peje que será un traidor a México, y eso si calienta, y le hará al pueblo la primera traición si no echa atrás el gasolinazo que prometió en campaña. Y le da la fórmula matemática como el Carstens que todos llevamos dentro: “Para lograrlo basta con reducir el impuesto a los combustibles”. Vendrán los días en que el amoroso tenga que dar la cara y comenzar a dar explicaciones del por qué sí y el por qué no en tantas cosas que prometió y que se ve se están yendo a la memoria del olvido. Todo. Creo que de todo eso que le valió tener 30 millones de votos, fue porque a la gente le convencía del gasolinazo y de los aviones y del Estado Mayor presidencial, y de los abusos y raterías, y las cárceles y la mafia del poder, ahora parece que hasta un leasing van a hacer para los aviones presidenciales. Terminarán arrendándolos, no te digo Minga, dirían en mi pueblo. Mejor que los dejen ahí como andan, ufff, promesas y promesas, o como dijera aquella afamada y bella canción francesa de Alain Delon y Dalida: Parole, parole, parole (Palabras, palabras, palabras)
LA MENTE DEL NIÑO
Uno puede echar a andar la imaginación. Más cuando se es niño. Brotó una imagen que lo vale, un par de niños pobres, de cualquier lugar del mundo, al no tener sus teléfonos celulares, como pudieron se imaginaron tomarse su Selfie y utilizaron una chancla de celular, que mucho impactó entre el corazón del mundo. Es más o menos algo similar a aquel relato del escritor uruguayo, Eduardo Galeano, cuando escribió La celebración de la fantasía, en el libro El hacedor de sueños:
“Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había desprendido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano. Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas, y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo.
-¿Y anda bien? -le pregunté.
-Atrasa un poco -reconoció.”
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