El debate público de lo cotidiano y estridente, incluso de lo raro (caso Noroña y lo de los porros en la UNAM) puede volverse distractor y humo sobre lo potencialmente nuevo y lo verdaderamente importante. Vivimos el inicio de otra, muy distinta, realidad política en México; el resultado de las elecciones se irá reflejando poco a poco, muy rápido de diciembre próximo en adelante, en las instituciones nacionales y en el conjunto de la sociedad. Vamos a otro país. Más nos vale asumirlo así y tomar las medidas y posturas que nos interesen o convengan. Hasta ahora, del lado de la oposición partidista, solo se han observado actos de control interno, en el auto consumo, y declaraciones abstractas que indican confusión.

Después del año dos mil se dieron dos sexenios de oportunidades al PAN, para que aplicara su agenda y marcara diferencia con lo que habían sido los Gobiernos emanados de la revolución mexicana. Los resultados de Fox y Calderón, en general, no fueron los que nuestro país necesitaba. Fox, se perdió en la frivolidad e incompetencia, mientras que Calderón, no pudo superar las marcas negativas que le dejó la forma tan accidentada en que llegó a la Presidencia. Ambas administraciones dejaron más pendientes y negativos sobre lo que se les podría reconocer. Después de esa alternancia, por supuesto de carácter histórico, donde, además, contaron con todas las condiciones políticas y económicas para hacer lo correcto y necesario, vino una nueva y paradójica oportunidad al PRI, en la persona de Peña Nieto, cuya candidatura fue construida mediáticamente y con el apoyo económico de fuertes grupos empresariales. Mucho de fallido y desastroso tuvo esta administración que es severamente castigada en las urnas, con la casi extinción o, al menos, irrelevancia del otrora partido hegemónico y todo poderoso.

Ese caldo de cultivo y la acumulación de agravios, escándalos, ilusiones y miedos detonó un poderoso movimiento electoral que barrió en general a los partidos tradicionales y dio un amplio poder al presidente electo, Andrés Manuel López Obrador. Colapsó el sistema político. Millones de ciudadanos pensaron en algo distinto, con ideas claras o no, y optaron por los candidatos que llevaran el nombre de AMLO. Hay enormes enigmas y riesgos en la abismal distancia de votos y curules entre Morena y las oposiciones. Lo que resulte puede ser tan renovador o antidemocrático como reaccione la sociedad civil y otros contrapesos, pero tendrán un papel central los partidos de oposición a condición de que hagan su propia autocrítica y cambien en serio y para bien. Por ahora solo se pueden formular buenos deseos y confiar en la sensatez y convicciones de AMLO.

Tal vez no sea lo mejor ni lo que se quiera, pero esa es nuestra realidad política. Con esas condiciones y correlaciones vamos a convivir por mucho tiempo. El resultado electoral ya sabido y comentado da cuenta de los mayoritarios ánimos, intereses y convicciones sociales. No lo perdamos de vista. La mayoría quiso a otro partido y confió en un personaje popular en el año 2000, con los resultados ya conocidos; inmediatamente, en forma cerrada y truculenta, le refrendó débilmente el apoyo al mismo partido azul. Después, volvió sus pasos a la nostalgia tricolor, deslumbrada por un joven que decía saber cómo hacerlo mejor, y aplazó la hipotética llegada de quien, en su momento, muchos veían como peligro. Ya no hubo más baraja. Sólo quedaba la del incansable y perseverante AMLO, por quien se inclinó una inesperada y abrumadora mayoría ciudadana. En eso estamos. Hay que entenderlo bien. La gente quiere un líder fuerte, no está preocupada por formas más o menos democráticas. Siempre serán peligrosas las altas expectativas. Es la oportunidad a lo diferente y a una borrosa idea de cambio radical.

Recadito: las reformas educativas no deben ser El Niño de la bañera.
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