El papa Francisco, ante la ola de ataques orquestados por obispos ultraconservadores de Estados Unidos e integrantes de la Curia Romana que ven limitado su poder, reacciona con serenidad en el marco de una estrategia que no hace referencia directa a la embestida.
En forma indirecta ha hecho mención a la misma en diversas homilías de la semana pasada. En una de ellas dijo que “callar y rezar es la única respuesta” y añadió que “no sirve nada más, frente a quien provoca el escándalo y las divisiones, frente a los perros salvajes que buscan la guerra y no la paz”.
La fuerza y dimensión de este ataque contra un papa, para el caso Francisco, es algo inédito, por lo menos en la historia de la Iglesia en el siglo XIX y XX. Los que agreden de manera abierta al papa buscan que renuncie. Saben que el Derecho Canónico impide su destitución.
Los ultraconservadores se sienten agredidos por las ideas que sostiene el papa Francisco y su forma de gobernar a la Iglesia. Ellos abogan por el inmovilismo y que las cosas se queden como están. Eso les beneficia.
Ellos defienden no sólo posiciones teológicas dogmáticas rebasadas hace mucho tiempo, son anteriores al Concilio Vaticano II, que termina en 1965, sino también intereses económicos y políticos.
Los cardenales, obispos y funcionarios de la Curia Romana que participan en el ataque están ligados a grupos ultraconservadores incrustados en la política de Estados Unidos y algunos países de Europa. La Iglesia, sobre todo en el largo pontificado de Juan Pablo II, había sido su aliada, pero no lo es con el papa Francisco. Él intenta volver a lo planteado por el Concilio Vaticano II y acercarse a los más necesitados.
Esta guerra, ése es el término exacto, pone también de manifiesto, es parte de ella, la lucha que hoy se da al interior del episcopado de Estados Unidos, que ahora es, por el número de sus fieles, la cuarta nación con más católicos en el mundo.
En ese país hay un sector de obispos; son la minoría, pero tiene medios poderosos para expresarse, que se identifican con las posiciones políticas del presidente Trump, el Tea Party y la ultraderecha evangélica.
El fundamentalismo de la derecha estadounidense está cada vez más ligado con el europeo. Sus vasos comunicantes se multiplican. La Iglesia católica como aliada les es fundamental y saben que con el papa Francisco eso no va a suceder.
Ellos están conscientes de que cada día que pasa pierden posiciones en la Curia Romana y en la composición del colegio cardenalicio. Los cardenales que nombra el papa Francisco no son ultraconservadores. Las posibilidades de que en el futuro sea nombrado un papa ultraconservador como Juan Pablo II o Benedicto XVI se alejan. Ahora, por eso, los sectores de la ultraderecha católica decidieron dar la batalla.
Esta guerra no ha terminado y se verán nuevos capítulos. Los ultraconservadores seguirán haciendo daño y mucho ruido, pero no tienen ninguna posibilidad de que su proyecto triunfe.
Rubén Aguilar
El Economista