Por Ramón Durón Ruíz (†)
El Filósofo es un viejo campesino convencido de la gran utilidad que las anécdotas, cuentos e historias dejan para nuestra vida, a veces pienso que son una llamada sutil para que el espíritu reaccione y salga al encuentro de una realidad que en muchas ocasiones es superada por la ficción que, con el florilegio verbal, los políticos en campaña tienen la genialidad de construir.
Permítame compartir con usted una anécdota que se cuenta mucho en la India, misma que he encontrado en Internet, y que he leído con Jaume Soler y Mercé Conangla:
“Resulta que Mohandas Karamchand Gandhi, llamado Mahatma (que en sánscrito significa: Maha-grande y Atman-alma, es decir, alma grande), meditaba tranquilamente cuando una modesta madre se acercó a él llevando a su hijo; con la sencillez propia de una madre amorosa iba en busca de auxilio:
––Estimado Mahatma, vengo en busca de ayuda; tú, con esa calidad de gran hombre que tienes, con tu liderazgo de alta credibilidad en nuestro pueblo, dile a mi hijo, que es diabético, que ya no coma azúcar, al hacerlo arriesga su vida. A mí no me hace caso ¡sufro mucho por él!
Gandhi, dejando de meditar, amablemente volvió sus ojos a la afligida madre respondiéndole:
––En este momento no puedo decirle nada, pero le suplico me traiga a su hijo dentro de dos semanas.
La madre se despidió dándole las gracias y ofreciéndole en quince días volver con él. Una vez cumplida la fecha, regresó con su menor; Gandhi los reconoció inmediatamente y tomando cariñosamente al niño entre sus brazos, lo miró a los ojos diciéndole:
––Hijo, es necesario que dejes de comer azúcar, ¡daña tu vida!
La madre, agradecida pero extrañada por el tiempo transcurrido para decir tal consejo, le preguntó:
––¿Por qué me pediste que lo trajera quince días después?, si podrías haber dicho lo mismo la primera vez.
––Es que hace quince días –respondió amablemente Gandhi–, yo comía azúcar”.
La moraleja es muy sencilla, en la vida no debes pedir… lo que no estés dispuesto a dar.
En «dar más allá» se encuentra la sabia virtud de nuestros “viejos”, que siempre están dispuestos a compartir su camino, su agua, su café, su pan, su aroma de vida y su sabiduría; ellos trascienden los entretelones del tiempo porque se entregan a la vida en la generosidad de dar, sabiendo que dar… es más grande que recibir.
Cuando somos capaces de darnos cuenta que en la vida lo que alimentamos crece, por qué no iniciar hoy viviendo el milagro de la vida a plenitud, dándote el permiso de amar, sabiendo que tú eres fuente inagotable de vida, bienestar, prosperidad, felicidad, bienaventuranza… amor.
En la medida en la que cada quien es más humilde, cumple con el viejo y sabio aforismo que a la letra reza: “conócete a ti mismo”, al hacerlo se agiganta su visión de la vida, teniendo la facilidad para corregir y diagnosticar los fallos y corregirlos a tiempo, llega con una facilidad alquímica la posibilidad de aceptarte, darte, auto apreciarte y amarte. En el libro de libros –la Biblia– se afirma: “Donde hay humildad, hay sabiduría”.
Lo de ser sabio, me recuerda que Gandhi también era un líder que cambiaba fácilmente de opinión en público, un día un admirador que siempre lo seguía le preguntó:
––¿No me explico por qué te contradices con lo que dijiste la semana pasada?
––Es que ésta semana –respondió Gandhi–, me doy cuenta que soy MÁS SABIO que la semana pasada.
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