En nuestro mundo todo se sabe, los mismos protagonistas de lo que sea se encargan de divulgarlo. Son los tiempos del predominio del internet, de las redes sociales y una serie de plataformas de comunicación. Si quieres algún dato rápido o localizar alternativas de recreación tienes a la mano Google; para informarte, informar o matar el ocio cuentas con Twitter, Facebook, Instagram, etc.; poco tan efectivo para la comunicación que el WhatsApp. Vivimos una época de híper comunicación, veloz y abrumadora, con serias dificultades para la selección y efectividad. Todos estamos, en grado diverso, involucrados en esos procesos tecnológicos que impactan a la sociedad y a las personas en lo individual. Ahora, sabemos más a velocidad inmoderada y nos formamos ideas rápidas y fugaces.
Hay de todo en el mundo de las redes, desde las más sensacionales y humanistas reflexiones, pasando por los geniales «memes», hasta expresiones de odio y actitudes patológicas. Las redes sociales reflejan lo que somos, revelan nuestro nivel educativo y cultural. A sociedad plural y con enormes rezagos civilizatorios corresponden redes de ese mismo nivel. Así como se afirma que el poder no cambia a las personas sino que solo revela quiénes son en realidad, igual pasa con las redes. Con el agregado fundamental de la facilidad de escribir y algunas variedades de anonimato. Todo es inmediato, la tecnología nos une y nos comunica en tiempo real. Pero hay quienes aprovechan esa facilidad para vaciar sus malos sentimientos y perversiones. Son los riesgos de unos mecanismos que ya son indispensables para estar comunicados. Se puede optar por no participar pero a riesgo del anonimato y aislamiento.
Dice la máxima que «santo que no es visto, no es adorado»; tal afirmación se puede aplicar en la vida de las redes sociales, sobre todo con la juventud, esta generación llamada millenials que se enlaza a través de los teléfonos celulares de los llamados inteligentes. En un muy breve lapso se han modificado los contenidos de las televisoras y los canales del periodismo, por ejemplo. La hegemonía la tienen los canales de cable, con sus ofertas de series y los portales informativos. El Facebook live es, ahora, la forma inmediata en que se transmiten ciertos hechos, ya sea por profesionales del periodismo o ciudadanos en general. Los medios impresos han dejado de existir, feneciendo materialmente o quedando en rincones marginales, con excepción de publicaciones de gran tradición y fortaleza empresarial. Es lógico que así ocurra ante la velocidad en que nos informamos con las redes sociales. Hay periodistas de todos los niveles que previeron estas tendencias o que están tomando ciertas iniciativas para estar vigentes. Aquí también se aplica la máxima de «renovarse o morir «. Si los grandes monopolios de la comunicación están en crisis o desapareciendo, apenas se puede entender que medios chicos todavía estén con vida.
No hay forma de que haya marcha atrás en el predominio de las redes sociales para la comunicación de la humanidad en nivel global. Habrá algún tipo de regulaciones, pocas ante la vigorosa demanda de libertad y democratización en el internet. Las sociedades abiertas tienen esas condiciones. La libertad de expresión es un derecho fundamental y pilar, junto a otros principales, de la democracia. Más vale, por tanto, estar preparados para entender este fenómeno y aprovecharlo para nuestro diálogo y desarrollo cultural. Quien no quiera molestias, que pueden ir desde los ámbitos caseros hasta los asuntos políticos, simplemente que no asome la cabeza en las redes, que se prive de ver a su familia y amigos, de informarse, de opinar, de recrearse en fotos y videos, de recordar y de integrarse al curso real y novedoso del mundo.
Recadito: es peor oír opiniones sobre Educación de quienes más daño le han hecho.