Los dolores que más duelen son los que vienen de adentro, de las entrañas. Por eso cuesta más trabajo perdonarlos. Las cicatrices que infieren esos dolores no son marcas en el cuerpo, son aberturas que dejan bordes vivos en el alma. Indudablemente a eso se iba a enfrentar don Abundio. Estaba don Abundio destinado a cargar con un sufrimiento que no buscó. El 11 de Octubre de 1968, a las cinco de la mañana salió don Abundio de su pueblo a buscar a su hijo José a la Ciudad de México. Don Abundio siempre había vivido en el pueblo de la “Esperanza”. Ahí nació. Ahí nacieron sus hijos. En lo más recóndito del “espinazo” de la montaña don Abundio siempre había vivido en paz. Siempre fue feliz en ese “tobogán” de piedra y verdes matorrales. A don Abundio nunca le faltó la sonrisa en la boca. José, hijo de don Abundio, veía muy estrecho su futuro en el pueblo. José no quiso seguir la tradición de trabajar en el campo. La hoz, el azadón, y el machete no eran instrumentos de labranza para José. Eran instrumentos de tristeza y de pobreza. Así es que José decidió irse a buscar un mejor futuro. En tres años sólo dos cartas escribió José a don Abundio, decía que estaba bien y que trabajaba en una bodega de la Merced. Pero un día hasta la “Esperanza” llegaron noticias de que en México había ocurrido un “borlote”. Se supo que había muchos muertos. Cientos, quizás eran miles, decía la voz de la radio. Y don Abundio se inquietó. Y decidió ir a buscar a su muchacho. Metió dinero en el viejo cinturón de “víbora”, y se dispuso a viajar. Salió temprano en la camioneta lechera de Miguel. A las once de la mañana se estaba subiendo don Abundio a una “flecha” rumbo a México. Cuando se “apeó” del carro don Abundio notó mucho desorden. La gente caminaba presurosa. Otros de plano corrían como a esconderse. Los habitantes estaban como azorados. Pasaban por las calles muchos carros descubiertos llenos de gente uniformada. Todo parecía de locura, como cuando algo grande sucedía en el pueblo. Arribó don Abundio a la casa de su primo Jesús, a donde José había llegado cuando se fue a la capital. Jesús recibió a su primo con alegría, pero enseguida le contó: José no aparece desde el día 2 de Octubre en que fue la “matanza”. ¿Qué matanza?, preguntó don Abundio. Pues dicen que el gobierno mató a muchas personas, que mató muchos estudiantes porque se “alborotaron”. Y por cinco días don Abundio y Jesús buscaron a José en la Merced, en la fonda donde comía, y en las calles, pero sin encontrar nada. Parece que la gente tiene mucho miedo, dijo don Abundio. Se comportan como si tuvieran “amarrada” la lengua, dijo Jesús. Don Abundio se tuvo que regresar a su pueblo. Jesús siguió la búsqueda pero sin éxito. Pasaron los días, los meses, y los años, y Jesús nunca regresó. Desde ese momento don Abundio el día 2 de Octubre convocaba en su casa a un rosario. Y al final de la plegaria siempre decía: “Gente mala se llevó a mi hijo, nunca voy a creer que el gobierno lo haya lastimado”. Si eso que dice le da paz y tranquilidad a mi compadre, pues que siga creyéndolo, dijo Julio discretamente en un rincón de la casa. la verdad es que don Abundio tenía la razón: “Jamás se puede creer que un gobierno lastime a su pueblo”. Doy fe.
Juan Noel Armenta López / Zazil Armenta