*Vi cruzar la barranca donde temblaba el ave, y desgajar los cerros, y soñé, por el alma de la santa poesía, en mis noches del Metlac. Camelot

A LAS 11 EN EL FAUNITO

Eran las 11, diría Joaquín Sabina, uno toma la ruta de la vieja carretera federal de Fortín, donde se anidan los corazones y la vegetación riñe con cualquier lugar de Europa, Suiza o el país que quieran. Lugar hermoso, alguna vez el Tigre Azcárraga tuvo un sitio en esa barranca, que prestaba al Cura Lemercier para sus encerronas eclesiásticas, era rezar no sean mal pensados. Hay varios ranchos, uno de ellos colinda con el de Chucho Perroni, el empresario que allí andaba merodeando temprano y sufrió un tropezón y le dijimos que Duarte le había metido el pie, a la distancia. Era la cita para entregar al Conacyt el rancho tipo hacienda que Miguel Ángel incautó, y que tomó la palabra y contó esa anécdota. Sospechaban y sabían que era de Javier Duarte de Ochoa, quien andaba en funciones aún, pero hasta que un día de septiembre de 2016 llegó su hijo, Miguel, y le dijo que ya tenía la propiedad ubicada del dueño, que resultó ser un prestanombres y se fue sobre él, Juan José Janeiro. Le hizo manita de puerco y aflojó él mismo. No querían regresarlo, porque confiaba que allí se iría el exgobernador al terminar su sexenio. Aún no brotaban los vientos malos. Y tenían temores de apostar con la vida. El fiscal Winckler sonreía, cuando escuchó que gracias a él y a Chazzarini y a Armengual, habían legalizado el predio. Es un sitio de 8.5 hectáreas, bellísimo, cuando llegué temprano lo recorrí, iba a las vivas porque en la parte alta, donde se escucha el caer del agua en una cascada, debe haber arañas malas y culebras, quizá armadillos y animales silvestres, encontré una culebra muy delgada de cabeza verdosa, y le hui como si fuera uno de los caminantes de Walking Dead.

DENTRO DEL FAUNITO

Me metí y caminé por donde pude, llegaban los enviados de las televisoras jalapeñas y los periodistas en sus camionetas blancas. Éramos la avanzada, yo mero sin serlo. El camino es pedroso, hay mucho musgo y suele ser resbaloso y peligroso para quienes no acostumbramos caminar más que en pavimento. Hacía calor, el sol pegaba de lleno, zona de humedales, la humedad brotaba. Allí se podían ver todos los verdes, todas las tonalidades que la Naturaleza creó. Sitio en una barranca que al infinito logra verse, además de la cascada, el agua que baja al rio del Metlac, donde hay un puente bellísimo, uno donde pasaban las vías del tren y quedó en desuso, porque vino la modernidad, puente que el pintor José María Velasco plasmó en una de sus grandes pinturas. El gobernador Yunes tomó el micrófono y dio a conocer que lo entregaba a Conacyt y a Ecología, la propiedad de ese rancho que ahora servirá para que la Ciencia y Tecnología se afiancen en Veracruz. Evocó a Justo Sierra, y al Dr. Atl, y leyó un fragmento de esa zona de Metlac. Tiene el sitio varias construcciones, la casa principal y dos de visitas y 14 recamaras más. Un comedor bello, baños de mármol y jacuzzi y decían que helipuerto, aunque alguien comentó que se había clausurado por dos canchas de tenis. La capilla bellísima para rezar los domingos y expulsar al diablo del cuerpo, y un jardín botánico con plantas endémicas. Como aquella rola de la niñez de Juan Manuel Serrat: “Tenía un cielo azul y un jardín de adoquines y una historia a quemar temblándome en la piel”. Bajas una cuesta muy empinada y llegas al sitio. Hay un mirador donde se logra ver la carretera y el rio de Metlac y la frondosa vegetación. Uno al despertarse por la mañana, solo ves bosque, el verdor en sus tonalidades, arboles centenarios, jardines, humedad cuando se pueda ver, la neblina que es muy típica en la zona en temporada de frio invernal, allí hay que cubrirse. Es la Naturaleza riñendo con el depredador hombre, que con solo pisar sus pastos ya los está insultando y deteriorando. Ese sitio es como ese México fantasmagórico, que narró Juan Rulfo en sus escritos legendarios. El gran mexicano que se quejaba de su nombre: “Me llamo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, me pusieron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos y aunque siento preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo”.

EL DEL CONACYT

El director de Conacyt también tiró su spitch, soltó su grilla. Dijo: “De la vergüenza al orgullo”. Y la remató con: “Del olvido a la esperanza”. Terminando el acto, al pie de empresarios y los invitados, se fueron a recorrer pieza por pieza de la hacienda. La secretaria de Medio Ambiente, mi paisana, Mariana Aguilar López, orgullosa terrablanquense, era la guía como si anduviéramos en Disneylandia en tour: aquí dormía Javier, aquí se daba su jacuzazo, aquí esto que lo otro, un caminar de una media hora, sitio por sitio, cuarto por cuarto. No dejaba de pegar la calor, a ratos las nubes llegaban, allí saludé al coordinador de comunicación social, Elías Assad Danini, cubría los pormenores y atendía a los reporteros y periodistas. Pardeaba la tarde, diría otro clásico, había que regresar a mi orizabeña oficina a escribir este relato, de un suceso que es histórico, porque es un bello sitio entregado a la Ciencia y Tecnología. Ojalá lo preserven y lo cuiden como está, bello.

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