El domingo 23 de marzo de 1980, en la homilía de la misa dominical, Óscar Arnulfo Romero (1917-1980), arzobispo de San Salvador, se dirige a los integrantes de las Fuerzas Armadas de El Salvador y les dice:

“Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla (…) En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión”.

Al día siguiente, a las 18:20 del 24 de marzo de 1980, lo asesinan mientras celebra misa en la capilla del Hospital Divina Providencia, en la colonia Miramontes, de la capital salvadoreña. Ya antes había recibido amenazas de muerte y sobrevivido a un intento de asesinato. Romero, a pesar de los continuos ataques de la ultraderecha fascista, apoyada por el gobierno militar, no dejó, era lo que se quería, de denunciar la violación de los derechos humanos y la represión contra el pueblo de parte del gobierno.

En 1990, 10 años después de su muerte, se inicia la causa de canonización del arzobispo. A partir de 1997, el proceso es bloqueado porque sectores de la derecha, al interior de la Iglesia y del propio gobierno salvadoreño, acusan a Romero de haber sido un “comunista” y un “desequilibrado”. El papa Juan Pablo II hace caso de esos juicios que se proponían que Romero no fuese reconocido como mártir, porque hacerlo era aceptar la legitimidad de su lucha contra los crímenes del Estado salvadoreño.

En el 2012, el papa Benedicto XVI, poco antes de anunciar su renuncia, desbloquea el proceso. En el 2015, el papa Francisco autoriza que se reconozca a Romero mártir de la Iglesia, asesinado por “odio a la fe”. Ese mismo año se le declara beato en una ceremonia en San Salvador, a la que asisten 300,000 personas de 57 países.

A Romero, el próximo domingo 14 de octubre, la Iglesia lo celebra como santo en una ceremonia en la plaza de San Pedro, en el Vaticano. Años atrás ya lo había hecho la Iglesia anglicana que lo reconoce como mártir y santo. Romero es un ejemplo a seguir, más allá de toda dificultad, de congruencia entre lo que se piensa y se hace. Es un ejemplo a seguir en su determinación, más allá de las amenazas, de defender lo que se piensa que es justo. Es un ejemplo a seguir en su valentía, más allá de los miedos, al denunciar la injusticia y el crimen.

En la misma ceremonia serán canonizados Pablo VI, el papa al que le toca terminar el Concilio Vaticano II, iniciado por el ahora también santo Juan XXIII, los sacerdotes italianos Francesco Spinelli y Vincenzo Romano, la religiosa alemana Maria Caterina Kasper y la española Nazaria Ignacia March Mesa. Su familia y ella se trasladan de España a México. Ella realizó su trabajo más importante en Bolivia donde pidió ser enterrada.

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Rubén Aguilar

El Economista