Por Billie J Parker Méndez

Palabra de Mujer (Columna)

Imposible eludir esos rostros de dolor y desesperanza. Madres, jefas de familia implorando por sus hijos en brazos ante la tragedia de ser expulsadas de su tierra por la violencia. Con la frustración a cuestas padres corren desesperados por proteger a su indefensa familia de un mundo que los ataca. Niños y niñas que no entienden el hambre y el maltrato. Ancianos sin esperanza que son arrastrados por su instinto de supervivencia. Jóvenes, que pese al temor de marchar a un futuro incierto, donde les advierten que serán agredidos de maneras inimaginables, lo prefieren a ser exterminados “Y que sea lo que Dios quiera” expresan todos, como grito de resistencia.

No hay mañana sino caminan juntos. Cruzar México en solitario es una sentencia de muerte. Los indocumentados se organizan para hacer frente a la ya de por si crisis humanitaria que vivimos los mexicanos por la inseguridad. Los cuerpos de los despojados hospedan un miedo tan grande que bastaría para paralizar cualquier corazón misericordioso, no obstante, la humanidad de los mexicanos cae manipulada por la ley del más fuerte, generando un doloroso espectáculo que alimenta el consumismo mediático. Los políticos de sus países y de EU los usan como carne de cañón para sus fines. Los movilizan, amenazan, capitalizan su vulnerabilidad, como chacales de la miseria. Nada los detiene.

Se multiplican las expresiones de odio en las redes, la incitación a atacarlos, las amenazas de desaparecerlos, deportarlos bajo justificaciones como: “hay más pobres en México sin empleo” o, “son criminales” o simplemente porque hay gente sin nada que hacer más que volcar su rencor en las redes. Todas esas reacciones nos mostraron la parte oscura de un México despiadado y hasta fascista. Como aconteció en la masacre de Noruega, el 22 de julio del 2011, lanzan su ofensiva en contra del multiculturalismo, llamando a la guerra contra los refugiados, los necesitados, los parias de un sistema capitalista salvaje.

La respuesta rezagada de las autoridades mexicanas era previsible después de las operaciones internacionales de políticos para meterse el pie en su lucha por el poder. Hay que sumarle la avalancha emanada del ofrecimiento el gobierno por entrar de dar empleo a migrantes. Los asesores de AMLO brillan por su ausencia para moderar su buena intención pero, políticamente incorrecta. En su comprensible y humano deber cristiano les abrió los brazos y se dejaron venir por miles, gracias a las benditas redes y una que otra “compensación” de fuerzas opositoras en sus países. El impacto del anuncio hizo creer que la cuarta república también transformaría el trato hacia las y los migrantes y evitarían que fueran alimento de los intereses del narco. La sorpresa fue la represión abierta y las conductas xenófobas promovidas por los radicales de izquierda y derecha, explotando el terror de una sociedad que teme a los desposeídos, que crecen en número y resentimiento.

La escena muestra el peor de los mundos. Trump ordena, amenaza, aplaude o vocifera en su aporofobia, (aversión a los pobres). El gobierno peñista reprime argumentando “la aplicación de la ley” cuando antes los dejó en total indefensión. En los estados donde marcha la caravana, autoridades locales y sus organizaciones criminales piden derechos de piso. Los gobiernos de origen enfrentados y manipulando a líderes de migrantes. Honduras cierra su frontera y Bolivia y Venezuela aprovechan para golpear al hermano mayor por el trato a sus connacionales. Los polleros y otras bandas que ven su negocio caer viralizan el mensaje de “no darles agua, alimentos, cobijo, y alertan sobre la delincuencia filtrada en el movimiento. La pasividad y la permisividad de la sociedad en México y las plataformas digitales disparadas contra ellos.

La ola de refugiados se hizo gigantesca y miles de refugiados desafian al presidente de los Estados Unidos que, como buen supremacista puso a México de rodillas para frenar la entrada de la migración forzada, producto de aquello que culpa. Oriundos de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua; y hasta de Venezuela ven ahora a México como su posible destino ante el embate y uso electoral de Trump.

En México los migrantes viven circunstancias extraordinarias que los marca: odios, capitalización política, mano de obra que raya en la esclavitud, inseguridad y lo más lastimoso, negocios “lícitos e ilícitos”. Los desplazados se convierten en mercancía, en cosas, en desechables ante un crimen organizado que los extorsiona y mata…y la sociedad los abandona y luego condena, difunden el odio en su contra para normalizar su discurso nacionalista, fundamentalista y deshumanizado.

En marzo del 2018, por la narco violencia y persecución política, México deja de ser tránsito para EU y se convierte en país de destino de migrantes, niños solos y con sus familias, sin derechos, perseguidos, explotados y asesinados. Desde 2014 el flujo de desplazados creció en 580% el número de personas procedentes de Honduras, El Salvador y en forma creciente de Venezuela que solicitaron refugio. En 2017 el Representante en México del Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU, Mark Manley, reportó el incremento de las solicitudes oficiales de refugiados en un 66% en un año con respecto al 2016. Se habla de 14 mil 500 personas con la condición de refugiados. Se pensaba que México podría absorber este número de solicitantes”, sin embargo ante la cambiante circunstancia de hoy se teme que la cifra aumente porque la migración está desbordada.

Por obligación constitucional, humanitaria, y moral México no tendría que fungir como la policía de Trump. Pero no se espera que Peña Nieto actúe a favor de nadie a escaso mes de dejar el poder

Decenas de organizaciones se ha desplazado hacia la frontera sur de México buscando coadyuvar en la emergencia y hacer respetar los derechos humanos de los refugiados, como es el caso del activista de Acayucan, José Luis Reyes, no obstante faltan brazos, voluntad política y cambiar los discursos de odio por los de solidaridad.