Tal vez es en la política, como opinión y actividad, donde más se puede observar la falta de autenticidad; aunque mucho de ello también se registra en la vida pública en general. Esa carencia nos lleva a una vida política con mucho de falsedad e impostura, donde cuenta todo siempre que se prescinda de la verdad. En ese sentido resultan ineficaces y hasta fallidos los actos de la administración pública y los legislativos, generando pocos o malos resultados y pérdidas de recursos materiales y económicos. No se encaran de frente los problemas, se eluden y dejan al infinito. No se cumple con las funciones determinadas. Esto, desde los distintos niveles de gobierno. También, desde la sociedad se omiten compromisos, participación y responsabilidades. En esa realidad andamos.
Los problemas estructurales de nuestro país no se resuelven con discursos y colores partidarios, requieren mucha más, consensos sociales y buenos gobiernos. Sin reglas democráticas en todos los ámbitos sólo daremos vueltas en círculos viciosos y atrofiaremos la solidez de una ruta plural y de certidumbre. No son mejores, en eso hay absoluta claridad, los que abrazan ciertos colores y siglas políticas. Pueden ser peores si pasan por el filtro del poder, del tamaño que sea. Los resultados a mediano y largo plazo darán la razón a ciertas posturas, con hechos.
Antes se apelaba a alguna ideología para explicar o justificar ciertas acciones. Tal vez era una ilusión o un engaño y, en realidad, no había tal sino algún tipo de teorías o textos programáticos que servían tanto para ser opositor que gobiernos. Esas maneras de pensar se reforzaban con discursos y banderas que daban sentido de identidad. Los posicionamientos se votaban casi sin deliberación, excepto en ambientes doctrinarios. Había mayorías o unanimidad que legitimaban las elaboraciones o elucubraciones de algún núcleo de control y élite. Se hablaba de ideologías en términos absolutos, a partir de su esencia se obtenían todo tipo de explicaciones. En nuestro país básicamente teníamos el nacionalismo revolucionario del PRI, el conservadurismo del PAN y el socialismo de la izquierda en general y el PRD.
Ahora eso se acabó, no hay ideologías como tal y las formulaciones derecha-izquierda no dice mucho. Hay una clara tendencia transversal entre las fuerzas políticas y se identifican a partir de posturas muy generales sobre la democracia y la economía. Tanto en los gobiernos como en la sociedad civil hay rasgos de una personalidad determinada, se entienden por ciertas causas. Pero nada más. Estirar algunas ideas de un grupo o un líder para tratar de ofrecer respuestas a todo es una invitación directa para vivir en la demagogia y la simulación.
Tenemos un serio problema de cultura democrática y de calidad en nuestra vida pública. Sin ideologías lo que queda son pantomimas o caricaturas, aunque pudiera haber un realismo honesto también. Se insiste en algunas fuerzas en inventar teorías de papel para justificar lo que sea. Es algo patético observar cómo se hacen maromas para respaldar lo que sea, desde ocurrencias hasta cambios de camiseta. Ahí tenemos una buena dosis de oportunismo y prácticas políticas muy pobres. Al inscribirse en un partido, por interés o por razones nobles, renuncian a un juicio crítico, al sentido común y, no pocas veces, a la honradez. Si el lider o el partido lo dice, hay que seguirlo ciegamente aunque se trate de una barbaridad. Creo que cuando trascendamos el seguidismo entraremos a una vida plenamente democrática y civilizada. Sin crítica, autocrítica, diálogo, razones y convivencia plural no hay forma de tener un camino diferente y mejor para nuestra sociedad.
Desconfió mucho del irreflexivo y del aplaudidor, del que renuncia a pensar y abdica del juicio crítico. Esos, donde estén, son prescindibles y hasta obstáculos. Peor es si tienen poder. Es ocioso interactuar con el que sabe todo y resuelve todo a partir de consignas, con el que supone superioridad moral y apela a la fuerza cuasi milagrosa de algún líder. Son instrascendentes los que nos dividen entre buenos y malos y reparten títulos de honradez. Por supuesto ellos siempre se autocolocan en el mejor lado. Si algo mejor llega a ocurrir algún día será en nuestro entorno inmediato, gracias a nosotros mismos y en asuntos concretos. Es perfectamente posible hacer mejor a nuestra realidad sobre la base de lo concreto y cotidiano.
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