*Hoy he tenido un día de esos en los que uno se siente…. Que hubo una vez un efímero momento de gloria llamado Camelot. ¡Camelot!… Un lugar donde nunca llovía antes del atardecer… No dejes que se olvide.
SOY UN KENNEDIANO
Suelo ser un Kennediano, desde que una mañana de un 22 de noviembre de 1963, presente lo tengo yo, manejando en Tierra Blanca, muy joven, me enteré por radio que habían baleado al presidente John F. Kennedy, en Dallas, Texas, territorio hostil para la comitiva presidencial. Desde esa vez, conforme podía con mi poder adquisitivo, comencé a comprar todos los libros de ese magnicidio. Los útiles y los chafas, los buenos y autorizados, como los de teorías balines. El de William Manchester, La muerte de un presidente, que la viuda Kennedy al leerlo lo desautorizaba, pero guarda la esencia pura de lo que pasó esos días del infortunio para el mundo. Me leí la biografía de Ted Sorensen, el hombre más cercano al presidente, aquel que decían le había escrito su afamado libro, Perfiles de coraje, y no era cierto, era un excelente hacedor de discursos y su mano derecha en esos asuntos. Bueno, leí hasta el aburrido informe de la Comisión Warren, de unos viejitos mentirosos que solo vieron un Oswald, como varios Marios Aburto en Lomas Taurinas. Hasta el de Pierre Salinger, otro de sus cercanos. Hay en los últimos años dos buenos libros, uno es ‘La Conspiración’, la historia secreta de JFK y Bobby Kennedy, escrita por un amigo de Bobby, David Talbot, cuya portada hace ver a los hermanos Kennedy en una habitación de un motel en campaña, comentando como lo hacían, en corto y quedito y con mucha confianza, la hermandad de dos seres que se amaban. Eran hermanos muy queridos. Bobby no terminó, hasta su muerte, de comentar que al presidente lo habían matado por él, por su política contra la mafia, se sintió culpable siempre. El otro bueno entre tanta basura, es ‘JFK Caso Abierto’, de Philiph Seldon, comienza uno a leerlo y no lo acabas hasta que lo acabas. Fue un crimen de Estado, ejecutado por ellos mismos, la CIA, el FBI, Seguridad Nacional y El Pentágono tuvieron mucho que ver en ese fuego cruzado en aquella esquina maldita de Dallas. Era el fin de la corte de Camelot, de donde surgen mis cabezas de columna, que de ella dijo Jaqueline Kennedy: “Nunca habrá otro Camelot. Habrá otros grandes gobernantes, pero jamás otro Camelot”. El reinado de JFK.
EN SUS SITIOS DE MUERTE Y DESCANSO
He estado también, por casi ser un biógrafo de JFK, en el sitio donde lo asesinaron, en Dallas, Texas, allí fui un par de veces, guardan todo igual a como estaba en aquel 1963, a excepción de aquel anuncio de Hertz en la azotea de la librería. Cada que voy a Washington, también llego a su panteón, el Cementerio Nacional de Arlington, en su luz eterna me tomo fotos y alguna vez, hace dos años, hice una transmisión en vivo vía Facebook para la XEJF Radio de Tierra Blanca, el día que eligieron a Donald Trump. Solo me queda ir a conocer en Boston, su lugar de recreo, pero vi donde lo asesinaron y donde está sepultado al lado de su hermano Bob y de la viuda Jaqueline, con una llama eterna y viendo hacia abajo el majestuoso Potomac, cerca de la casa de Robert Lee, el comandante en jefe de los perdedores, en época de la Guerra de Secesión, que ganó Abraham Lincoln, allí cada que voy le visito. De esos escritos de Dallas, recupero un viaje en el pasado, las veces que hice esa tour. Van:
RUMBO A DALLAS, TEXAS
Es la primera vez que vengo a Dallas (sin albur), uno no puede decir voy a Dallas, porque los mal pensados alburean. Hace poco, a mi celular un amigo llamó con lo mismo: ¿Ya fuiste a Dallas?, preguntaba el chistoso. Es un avión chico. Embraen, que está tan cotizado que la empresa constructora ya comienza a tomar pedidos de particulares, para hacerlos privados, ya sea para gobierno o lo que se ofrezca, a sultanes no, porque eso toman los Boeing y los hacen como trasatlánticos. Tiene una sola azafata que lo mejor que ofrece es un chesco, sin hielo porque a esas horas de la madrugada ni modo que alguien lo surta. Pido un café, malo y cargado, lo dejo, opto por un coyotito de una hora, el vuelo debe durar dos horas y media y a bajar en el Dallas Fort Worth, uno internacional, que tiene 4 terminales. El Forth Worth es la novena puerta de enlace y el segundo más grande de Estados Unidos, para recorrerlo se necesita una guía Rojí, y salir de ese laberinto. En lo que nos tomamos el refresco, el piloto anuncia que comienza el descenso, la velocidad se siente, aviones pequeños pero muy seguros. Vemos los prados semi verdes, ahora la sequía los tiene amarillentos, como color Caterpillar de tractor, a las primeras lluvias tomarán su color. No vemos vacas pastando, son famosos por los becerros y ganado holstein de primera calidad. Aquí mismo donde los y las vaqueritas de Dallas crearon un imperio en el deporte. Veo en las alturas las famosas autopistas. Los texanos y los californianos tienen las mejores del mundo y los puentes extraordinarios. El avión toca tierra con seguridad, carretea por una de las 7 pistas, bordea algunos aviones que salen, lo detienen un rato porque el gusano receptor no está listo. Diez minutos después a bajar. Pasar la Migración, tocar la pantallita con los dedos, cada que vienes te toman las huellas digitales, como si las huellas cambiaran cada que se viaja. El oficial me da el pase. Pregunta si es de vacaciones. Sí, respondo. Tres días que apenas servirán para medio ver algo, pero algo es algo dijo la tía Eustolia. Tomo un taxi. 65 dólares los 25 kilómetros del aeropuerto al centro. Voy al Sheraton Dallas, el de la 400 North Olive Strett. Gigante, de una manzana, una vez ya estuve en un Hilton así, en San Francisco, California, se perdía uno a la hora de buscar el elevador para llegar al cuarto, o había que pedir lupa con el Concierge.
MAÑANA: Dallas Día Dos.
www.gilbertohaazdiez.com