¡También son los míos, los comparto, estoy más que seguro! Y es que no ha habido un solo día en mi existencia en el que no recuerde un día de mi pasado, remoto y reciente. Es más, me atrevo a decir que lo que hoy soy, para bien o para mal, es en mucha medida por lo que fui. Tengo muy claro, siempre lo he tenido, de que la infancia es destino.
No he visto ‘Roma’, la cinta que para la crítica mundial es la obra maestra cinematográficamente hablando del reconocido realizador mexicano. No sé si la veré pronto –no estoy suscrito a Netflix-, y bueno, es que por la forma en la que fue producida y concebida se han generado una serie de controversias en las que hay mezclados intereses económicos entre los distribuidores, exhibidores y productores, cada quien está peleando su parcela de mercado y, por lo tanto, de negocio, lo que complica verla. Espero que se pongan de acuerdo, todos ganen y nos den la oportunidad de paladearla.
Ya había escrito de ‘Roma’ con motivo de que se alzó con el León de Oro de la pasada Mostra de Venezia 2018 (Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica di Venezia). Como ya comenté, se trata de un relato de la vida familiar que retrata con el realismo que dan las filmaciones en blanco y negro, el Distrito Federal tumultuoso y populoso de principios de los años 70, el drama que implica la vida cotidiana de una ciudad en proceso de agigantamiento, con sus sonidos cotidianos, de las marchantas de las esquinas, los vendedores ambulantes, las manifestaciones de protesta, los aviones surcando el cielo y el movimiento estudiantil del 71 acallado con el ‘halconazo’, el tráfico, los sismos y los múltiples sonidos de una megalópolis en ciernes.
Y en medio de todo este drama se da otro drama. La vida interior de una familia con una madre abandonada por el marido, atenta y llevando sola la educación de los hijos con la ayuda de la nana –la muchacha, sirvienta, criada, empleada o trabajadora doméstica, como se les ha calificado a través del tiempo-, como el brazo derecho de la ‘señora’ a la que ayuda de manera indispensable a sacar a los hijos adelante, y ahí le paro para no descubrir más de la trama. Dicen los que saben de estas cosas, que Cuarón retoma el hilo conductor del cine híper realista e interiorista (intimista) de afamados realizadores italianos como Fellini y De Sica, para transportarnos al interior de una típica familia de la clase media que habitaba la maravillosa colonia Roma de la capital a principios de la década de los 70.
No la he visto, repito, pero el día que la vea a ‘Roma’ estoy seguro que va a ser para el escribiente como una revelación de algo ya vivido (déjà vu). Las vacaciones de la infancia invariablemente transcurrieron en aquel Distrito Federal de los años setenta. No fueron en la ‘Roma’, pero fueron en la Narvarte, colonia prima hermana menor que el enclave del porfiriato que resulta ser esa centenaria colonia. De esas vacaciones en casa de mi hermana Rosa María y mi cuñado y tocayo Marco Aurelio tengo el recuerdo de algunas de las cosas más gratas que me pasaron en la infancia, la sola convivencia con mis sobrinos era como un regalo para mi: los días de campo, los domingos yendo a ver al último piso del estacionamiento del aeropuerto ‘Benito Juárez’ cómo despegaban y aterrizaban los aviones, las idas a Popo Park a comer barbacoa, conejo y tlacoyos, a las faldas del Popocatépetl a conocer la nieve o ir a Chalco a comer carnitas y caldo de camarón.
Y en las mañanas decembrinas levantarse a desayunar con el frío de esas épocas defeñas, y degustar los sagrados alimentos escuchando el rugido de los motores de los aviones sobrevolando el cielo del Anáhuac, o viendo en la tele a Cristina Rubiales y Evelyn Lapuente dando clases de gimnasia a las amas de casa, y también cómo invariablemente pasaban todas las mañanas los vendedores a dejar la leche pasteurizada de establo en sus clásicos recipientes de vidrio con tapa de papel aluminio, o los que vendían el agua ‘Electropura’ en los garrafones de vidrio soplado de color verde, o los de ‘Clarasol’, que era la marca de cloro que se vendía como pan caliente en la capital, y que tenía la particularidad de que los envases de plástico verde de muy mala calidad eran retornables, se entregaba el usado para que le dieran uno reusado a cambio con el líquido blanqueador.
Finalmente diré que de ese no tan lejano mundo, recuerdo también como algo inusitado en estos tiempos, los sifones en donde se vendía el agua mineral para que la gente pudiera echarse sus wiskitos o cubitas campechaneadas. Eran unos recipientes como de un litro o litro y medio, de vidrio forrados de un tejido de mimbre natural. Estos envases también eran retornables y los vendían en cualquier miscelánea de barrio.
Así era ese México que recrea Cuarón en su película, ese México en donde la ilusión viajaba en tranvía y los taxis parecían cocodrilos. ¡Nostalgia pura de aquellos maravillosos años idos! Hay que ver a ‘Roma’ y aplaudir la actuación de Cleo, ‘la muchacha’, que, dicen, está magistralmente interpretada. No la pierdan de vista, podría ser candidata al Oscar a la Mejor Actriz.
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