De entrada diré –y por favor no lo tomen como censura- que todos deberíamos escribir de nuestro pasado. De lo bueno y de lo malo, la vida de todo mundo está compuesta de buenas y malas vivencias, algunas muy amargas y dolorosas, pero así es la vida. Dudo mucho que alguien haya podido vivir una vida completamente rosa.

El pasado lejano, el de la infancia temprana, el de la adolescencia y el de la juventud, constituyen etapas formativas que no podemos olvidar. Nos moldearon de muchas maneras, fueron de aprendizaje permanente. Pasamos de comportarnos como animalitos a seres pensantes, pasamos de lo que en la sicología social se le conoce como la conciencia en sí a la conciencia para sí –incluso en las ciencias sociales, el marxismo la define como conciencia de clase-.

En lo personal, en esa etapa adquirí conciencia de lo que quería ser en la vida. Fue la etapa en la que más leí, leía de todo, desde los periódicos, los suplementos dominicales de estos, las secciones de cultura, las tiras de los comics, el Selecciones del Reader’s Digest, Contenido, hasta ‘Duda’ (revista de misterios y enigmas sin resolver), pasando por las páginas interiores de Alarma!, que traían una recuperación de hechos históricos irrelevantes de México. Por esa sección me enteré de personajes tan disímbolos, dispares y siniestros de la narrativa roja del país como Gregorio ‘Goyo’ Cárdenas, del ‘Pelón’ Sobera de la Flor, famoso asesino serial de los años 50 de la capital; de José de León Toral, a la postre digamos que la mano que jaló el gatillo de la pistola que acabó con la vida de Álvaro Obregón y sus ansias reeleccionistas, así como de su sufrida, controvertida y fanática religiosa madre Conchita).

Entre mi infancia y adolescencia fue la etapa en la que más fui al cine, a ver todo el cine que pude ver, mexicano por supuesto, mucho norteamericano, español, italiano, francés, japonés, alemán, sueco y argentino. Ahí supe quiénes eran Pedro Infante, Jorge Negrete, Luis Aguilar, Cantinflas, Tin Tan, Clavillazo, Gastón Santos, Antonio Aguilar, el Chelelo, Abel Salazar, Lilia Prado, María Félix, Dolores del Río, Columba Domínguez, Luis Buñuel, Raphael, Sebastián Palomo Linares, ‘Palito’ Ortega, Manuel Benítez ‘el Cordobés’, Irma Dorantes, Blanca Estela Pavón, Katy Jurado, Marcelo Mastroiani, Sofía Loren, Brigitte Bardot, Louis de Funes, Anthony Quinn, Lee Marvin, Steve McQueen, Alma Delia Fuentes, Chachita, Sara García, Toshiro Mifume, John Wayne y Noé Murayama, entre otras estrellas de la pantalla.

‘Roma’ no creo que sea el mejor trabajo cinematográfico de Cuarón, definitivamente me quedo con los tonos en verde de ‘La Princesita’, pero lo que sí creo, y por eso me llegó hasta lo más profundo del corazón, es que es una cinta tremendamente entrañable, recordable, que remueve la persistente memoria que todos tenemos. Me retrotrajo al mundo de mi infancia, de mi casa familiar, de mi céntrico barrio al lado de lo que fue la vieja terminal del ADO, de una refresquería que hizo época en mi pueblo, el ‘Siboney’, de los aromas a café tostado que salían de sus chimeneas en donde se procesaba el famoso ‘Café Palacio’ o del restaurant ‘Los Ponce’ del papá de Luis Ponce Jiménez, que estaba a unos cuantos pasos de mi casa y que durante algunos años fue el lugar de reunión preferido por los jóvenes cordobeses.

Ese es para un servidor el gran valor de ‘Roma’, que tiene la magia y el encanto de transportarnos a los ambientes y las imágenes de un pasado ya no muy reciente en el tiempo pero que todos, o casi todos, tenemos muy vivo y latente en la persistente y terca memoria de cuando alguna vez fuimos unos chamacos.

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@marcogonzalezga