Hace 38 años, el 10 de enero de 1981, inició la ofensiva general decretada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador. Así comenzaba, de manera formal, la guerra entre la guerrilla y las fuerzas del gobierno.

En enero de 1992, la guerra terminó con la firma de los Acuerdos de Paz, en el Castillo de Chapultepec, entre el gobierno salvadoreño y el FMLN. En esos años murieron 100,000 salvadoreños y salieron del país más de 1 millón, la gran mayoría hacia Estados Unidos.

El Salvador cambió, aunque algunos de uno y otro lado, no estuvieron del todo conformes con lo que se había acordado. Fueron los menos. Entre otras cosas, antes no ocurría así, se hizo posible la real disputa por el poder en un marco institucional que contó los votos y respetó los resultados.

Los militares volvieron a los cuarteles y ya no tuvieron lugar en la política. Se puso fin y para siempre a los frecuentes golpes de Estado a cargo del Ejército. El FMLN, ya convertido en partido político, y ARENA, el partido de la derecha, se hicieron de la mitad del Congreso. En estos años, unos y otros se han necesitado para aprobar las leyes.

En este tiempo la convivencia entre la izquierda y la derecha ha sido difícil, pero siempre civilizada. En este tiempo ninguna de estas corrientes políticas ha puesto en duda las instituciones del Estado. A lo largo de estos años ha tenido la Presidencia del país la izquierda y la derecha. Ninguno ha tratado de eliminar al otro.

La izquierda y la derecha, que vienen de una guerra de 11 años, saben que no pueden romper el equilibrio, que no pueden desatar los demonios y dar vuelta atrás a la marcha de la historia. Están obligados a la convivencia en el marco de las instituciones del Estado. Las dos tendencias han sido responsables con la historia y con su pueblo.

Sólo días después de la firma de la Paz, el escritor Horacio Moya Castellanos, con el que trabajé en la Agencia Salpress, fundada por la guerrilla, me hizo caer en la cuenta del cambio tan profundo que había ocurrido cuando me dijo: “Ahora puedes decir lo que piensas y no amaneces muerto”. En El Salvador eso ocurría por primera vez.

El día de la ofensiva estaba en San Salvador. A eso de las 4:30 de la tarde tuve un “contacto” con Betty, la responsable de la Comisión de Propaganda de las FPL, una de las cinco organizaciones que integraban el FMLN, y en la que yo militaba. Me dio una hoja carta doblada con el nombre de algunos de los barrios donde iban a comenzar los primeros combates.

Debes, me dijo, llevar a la prensa internacional a esos lugares, para que el mundo se dé cuenta que inició la Ofensiva General. Me dirigí al Hotel Camino Real, ahora el Intercontinental, donde se hospedaban los periodistas, y pude convencer a un grupo de que fuéramos a esos barrios. Ya era de noche. Sonaba la metralla. La guerra comenzaba. Han pasado 37 años. Nunca he perdido el contacto con los compañeros del FMLN que ahora, por segunda vez, están en la Presidencia de la República.

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