Por Ramón Durón Ruíz (†)

Hay gente que dice que el mundo se acabará y así seguirán los pesimistas buscándole tres pies a los felinos porque viven apagadas por el resentimiento y la ira, opacadas por el odio y el rencor; te invito apreciable lector a que cada día te encuentres siempre un motivo para dar amor y sembrar felicidad.
Deseo que compartas muchas sonrisas y poco sea el dolor. Que valores las bendiciones del milagro de tu salud, la familia y la vida. Que tengas la humildad de los niños para maravillarte con la magia y el poder que encierran el viento, la lluvia, el mar, los ríos, las montañas, el sol, el cielo y las estrellas.
Que por cada gramo de tristeza, lleguen a ti toneladas de júbilo y alegría, que te recuerden disfrutar a plenitud el milagro irrepetible del HOY. Que la mano del Señor siempre guíe tu camino y llene de bendiciones tu morada. Que reduciendo tu ego a la mínima expresión, seas capaz de ejercer el poder sanador del perdón, para que esté por encima del resentimiento y tu aflicción.
Recuerda que “El perdón es dos veces bendito: bendice al que lo da, como al que lo recibe”1
Hay una historia que me fascina y comparto contigo: “El sabio Hu-Ssong contó a sus discípulos el siguiente relato: Un hombre que iba por el camino tropezó con una gran piedra. La recogió y la llevó consigo. Al poco rato volvió a tropezar con otra… igualmente la cargó. Todas las piedras con que tropezaba las cargaba, hasta que el peso se volvió tan grande que el hombre ya no pudo caminar. ¿Qué piensan ustedes de ese hombre?
— Que es un necio −respondió uno de los discípulos− ¿Para que cargaba las piedras con que tropezaba?
— Eso es lo que hacen aquellos seres humanos que cargan las ofensas que otros les han hecho, −dijo Hu-Ssong− con los agravios sufridos y aún la amargura de las propias equivocaciones.
Todo eso lo debemos dejar atrás y dejar cargar las pesadas piedras del rencor contra los demás o contra nosotros mismos. Si hacemos a un lado esa inútil carga, si no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más seguro… Los discípulos le hicieron el propósito de no cargar nunca las pesadas piedras del odio o del resentimiento”2
Así, amorosamente te invito, a que inicies tu día ligero de equipaje, dejando a un lado del camino las ofensas o agravios que te hayan infringido, o los errores que hayas cometido; son muy pesados pa’ que tu alma levante vuelo. Perdonar es vacía tu alma del peso del resentimiento; no significa que aceptes las injurias o los insultos, simboliza que estás en un estatus espiritual superior, que eres capaz de dejar atrás los pedruscos de la calle, para seguir adelante en tu evolución personal.
En la vida encontrarás gente de buena fe que sirve y trabaja con ahínco, y otros malévolos y perversos, que están prestos a destruir, a dañar y dilapidar la felicidad y el éxito ajeno; tú, se de los primeros. Recuerda que en la infinitud del universo, todo lo que das te será devuelto, pero multiplicado; si das amor, bendiciones y perdón cosecharas lo mismo; si das odio, recibirás odio…es una ley perpetua e infinita.
HOY, elige transitar por el camino del perdón, que además de ser terapéutico, hace que tu potencial sea ilimitado, te forja creativo, perseverante, ilumina tu vida, hace a un lado la mediocridad, debilita el ego y tus miedos, siembra tu alma de amor y confianza en ti mismo, llevándote a vivir en armonía.
Lo que me recuerda un antiguo chiste para ti: “Resulta que el viejo Filósofo fue entrevistado por un periodista quien indagando supo que tenía 50 años de casado y pregunto al campesino de allá mesmo:
— Has de saber ejercer el perdón, porque veo que te llevas muy bien con tu mujer, además ¿nunca discutes?
— ¡No!, –respondió el filósofo.
— A caray ¿y por qué?
— Mire usted, mi “vieja” tenía una mula que quería muchísimo, el día que nos casamos, fuimos de luna de miel a la casa de mi suegro en la Sierra de los San Pedro. Al cruzar el río, la mula tropezó, mi “vieja” que es medio bragada le dijo con voz firme a la yegua: ¡Uno!, esta inmediatamente se levantó. A mitad del camino, la mula nuevamente trastabilló. Mi “vieja” la miró a los ojos y le dijo: ¡Dos!, el pobre animal a como pudo se puso de pie. Cuando llegamos, al entrar al patio de la casa, nuevamente la yegua tropezó, mi “vieja” bajó y le dijo: ¡Tres! y en seguida sacó la pistola –que mi suegra le regalo– y le pegó cinco tiros en la cabeza a la mula.
Yo, encabronado le reproché:
— ¡Hija de la ch…! por qué mataste a la mula, no ves que nos vamos a regresar a pie…
— ¡Ta’s pero bien pen…! respondió mi “vieja” me miró fijamente a los ojos y me dijo: ¡Uno!… y desde entonces le otorgué el perdón, y entre ella y yo… ¡¡NO HAY BRONCA!!”
1 William Shakespeare, 2 www.pensamientos.com.mx/no_cargues_las_piedras_con_las_que_tr…En caché
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