Por penúltima vez, dejaré mi reloj olvidado. Nada quiero saber de política y menosprecio a las carencias. Me pongo en la calle para que me pisen y hagan de mí, un espantapájaros muerto de risa por el llanto de las avenidas insensibles.

No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Dejen la crueldad y las mentiras, los simulacros, la ciudad alucinada. Háblame de ti. Hay un rincón donde habita el amor.

Ayer murió mi amigo Darwin Lanz, hoy se encuentra enfermo mi amigo Neftalí Urbina. Para ellos, y los muchos que mueren por la vida, va el siguiente poema. ¿No es acaso el ocaso lo que nos define?

Amigo

Una sonrisa y era el principio.

Ya ves que la vida

Dice mucho.

Ya ves, la muerte

Callada y arrogante.

Hay mil caminos, sí.

Solo uno es de uno.

Los árboles caídos

Dan frutos.

La alegría, en el abrazo

De tu ser y tu ausencia.

Sí, te llamas Darwin Lanz.

¿Dónde tu mano de amigo,

Amigo?

Haré lo único que sé hacer:

Escribir mal.

Te recuerdo porque hay una luna y un sol

En el abismo de mis sueños.

Un día me levanté.

Y suspiré tu saludo.

“Vive”, me decías.

Vivo.

Las flores y el alba van contigo.

Soy sincero,

Fue en una cantina.

El amor y la ilusión.

Al revés el mundo.

Lo lograste:

La sonrisa imperturbable.

Principio y no fin de tu existencia, amigo.

No digamos “Gracias”, hay que inventar otra palabra. Porque la cotidianidad se vuelve aburrida.

2 archivos adjuntos