Lo he dicho muchas veces, nada de lo que es humano me es ajeno (Publio Terencio Africano), nada del ser humano me es extraño, nada repelo. Y no lo digo como justificación por lo que voy a contar a continuación. Seguramente para mucha gente este tipo de noticias son intrascendentes y no valen la pena detenerse un momento a leer. Pero a mi sí, tienen cierto su embrujo. Bueno, la cosa es que hace cuatro años falleció el llamado “Káiser” de la moda, de lo que los expertos llaman la alta costura, Karl Lagerfeld. Fue, por decir lo menos, un tipo extravagante con una imagen de mamón y exquisito que no podía con ella («odio las conversaciones intelectuales con intelectuales porque solo me importa mi opinión”), pero un genio en el arte de diseñar y confeccionar prendas para dama que se cotizaban como joyas. Lagerfeld, era, para que se me entienda, una especie como de Salvador Dalí, un tipo único, un alemán rudo de origen campesino que se convirtió en el rey de las pasarelas de moda de París, Milán y Nueva York al frente de las colecciones de la Casa Chanel). Como todos los grandes costureros, se sentía único y como tal no podía ver a otros costureros, para quienes conocen de estas cosas, Lagerfeld era un genio. Antes que aquel grupo español que no cantaba y tampoco bailaba, puso de moda el abanico como un atuendo chic, por supuesto abanicado con mucho estilo. Siempre uso coleta de torero y durante más de 50 años no se quitó las gafas oscuras ni para bañar. Era un espectáculo verlo rodeado de sus modelos, despampanantes mujeres por supuesto, y él, cual rey pavorreal extendido al encendido vibrato de los aplausos que rendían culto a su magistral tijera y dedal. Lo escribió Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.