AL MARGEN
Los poderosos han entendido el secreto de la exposición pública, saben cuándo, dónde y por cuánto tiempo.
Juan María Naveja
¿En realidad es una estrategia exitosa la de las conferencias de prensa mañaneras del presidente López Obrador? A decir de la opinión de la mayoría, sí. Se trata de una forma en que el mandatario pone agenda, responde lo que quiere, descarta lo que no le gusta y tiene los reflectores a su disposición.
Si la llamada luna de miel se extiende por todo el sexenio, o el tiempo que López Obrador esté en la presidencia, pues sí, pero apenas estamos cruzando el umbral de los 100 días, con una tolerancia tal que las encuestas, bien o mal hechas, le brindan porcentajes récord de aceptación, con indiferencia colectiva ante situaciones tan serias como el impacto en la economía por la cancelación del aeropuerto; la advertencia a Pemex por las calificadoras; la baja en las expectativas de crecimiento de organismos internacionales, y hasta del Banco de México, bueno, hasta del gasolinazo que ya va por encima del decretado por Peña Nieto.
En síntesis, las consecuencias aún no llegan al bolsillo, la intolerancia que se le ha visto en muchas ocasiones al presidente todavía se resuelve con gracejadas o ataques de y a los que él llama adversarios.
Pero no deja de sorprender cómo algunas voces elogian las conferencias de prensa matutinas, les otorgan virtudes sin más, sin ponderar que ésta es una carrera de largo alcance.
Sí, AMLO es un animal político, alguien que gusta del templete, son muchos años de campaña que lo hicieron un político de tribuna, pero lejos de la planeación y la administración.
La experiencia en el mundo es que el flujo cotidiano de información corre a cargo de voceros, comunicados, redes sociales y otros instrumentos. No se conoce de un jefe de estado o de gobierno que a diario salga a los medios, algunos apenas otorgan una o dos conferencias de prensa al año.
Se recuerda que Fidel Castro desarrollaba larguísimos discursos, algunos se prolongaron por más de siete horas continuas, récord registrado en 1998 ante el Parlamento cubano y a los 71 años de edad. Previamente lo hizo por cuatro horas y media ante la Asamblea de la ONU. Hugo Chávez tenía el programa semanal Aló Presidente que se transmitía por televisión y radio de Venezuela, escenario en el que superó a Castro, su alocución se prolongó por más de ocho horas.
Históricamente los poderosos han entendido el secreto de la exposición pública, saben cuándo, dónde y por cuánto tiempo. El poderoso debe contenerse, medir el estado de ánimo colectivo, saber cuándo aparecer. La sobreexposición jamás es saludable porque es muy fácil exhibir limitaciones y cometer errores. Diría el clásico: hasta la belleza cansa…
Por ahora, López Obrador se ha mantenido en un ambiente controlado. Los reporteros han seguido al pie de la letra las reglas del juego, pero en gran parte es porque las circunstancias no han propiciado un choque como los que ha tenido Donald Trump con algunos reporteros que han hecho preguntas incómodas para el mandatario.
El ejercicio de gobierno genera desgaste, sobre todo cuando hacia arriba ya no hay instancias. Hay quienes recuerdan las ruedas de prensa cuando AMLO era jefe de Gobierno. Ahora es muy diferente, en aquel tiempo había otros 31 de su nivel y un presidente; sus responsabilidades no incluían a cabalidad seguridad, salud y educación, temas neurálgicos de la administración pública.
El tiempo dirá si López Obrador fue capaz de imponer un nuevo paradigma de comunicación. Por delante hay más de cinco años, al ritmo actual más de 1,000 conferencias mañaneras.
Tomado El Economista.