ECONOMICÓN

José Soto Galindo

Valeria y su abuela Cecilia viajaron desde Coatzacoalcos a Los Cabos para ver ballenas. De regreso a casa también pudieron ver al presidente en el lugar más insospechado: el vuelo 2217 de Interjet que cubre la ruta Guadalajara-Ciudad de México. Una atracción no programada en un itinerario lleno de escalas y transbordos. Una anécdota más en un viaje de aventuras.

Cecilia no votó por López Obrador. “Yo voté por la mejor propuesta. Esperemos que este señor cumpla, sin importar partidos”, me dijo cuando le pregunté la intención de su voto el año pasado. Pero Cecilia está convencida de que las cosas pueden mejorar. “El mensaje es bien importante: si el señor quiere conocer la realidad del país, tiene que viajar como todos, en las mismas condiciones, en avión o en carretera, y no como los otros presidentes que nomás andaban acá arriba”, me dijo señalando con sus manos una diferencia entre arriba-antes y abajo-hoy con López Obrador.

¿Cuál es la probabilidad de que te toque viajar en el mismo vuelo que el presidente de México? Tendrías que haber elegido un vuelo de la misma aerolínea el mismo día a la misma hora, con el mismo origen y destino. Ese estrecho margen para la coincidencia es el que genera el alboroto: desde que se corrió la noticia de que López Obrador abordaría el Airbus 320 de Interjet que cubre el vuelo 2217, se notó excitación en muchos pasajeros. “Estamos volando en el avión presidencial”, dijo un pasajero minutos después del despegue.

Lo cierto es que el presidente viaja en el avión de los ciudadanos y no al revés.

Durante el vuelo, Valeria me mostró los videos que hizo con su teléfono de las colas de ballena gris sumergiéndose en el mar de la península californiana. A esas alturas, literal, el álbum de su teléfono ya incluía fotos y videos del presidente la noche del sábado 9 de marzo: López Obrador caminando por el pasillo del avión hacia su asiento, López Obrador haciendo fila para el sanitario, López Obrador caminando de regreso hacia su asiento.

Fue su primer viaje como presidente a Jalisco. Primero visitó Encarnación de Díaz, en Los Altos, y por la tarde llegó a Guadalajara.

Estamos acostumbrados a políticos profesionales protegidos por un dispositivo de seguridad aparatoso (si los vemos “abajo” en la acepción de Cecilia) o gozando de privilegios obtenidos por su investidura. Lo extraño es verlos hacer fila para el baño en un vuelo comercial o viajando en metro rumbo al trabajo.

Esta selección de transporte puede calificarse como propagandista, pero nadie podrá negar que tiene un gran efecto en un país harto de desigualdades y abusos de los poderosos. Un país de gandallas. López Obrador dejaba un estado donde el gobernador recibe como salario bruto 160,000 pesos mensuales, su jefe de gabinete otros 150,000 y sus 4 coordinadores estratégicos, 140,000 cada uno. Todos mucho más que el propio presidente.

No me extraña que los pasajeros del 2217 mostraran emoción y expectativa al saber que viajaban en el mismo vuelo que López Obrador. Y lo mismo vi en la terminal: gente comentando el paso del presidente en los pasillos del aeropuerto. Como cualquier ciudadano.

“Te tomas una foto con él. Es una orden”, escuché a Cecilia decirle a su nieta.

Aterrizamos en la Ciudad de México a las 21:20 horas. 24 grados centígrados. Bienvenidos al verano en primavera.

Tomado de «El Economista».