LA GRAN DEPRESIÓN
Enrique Campos Suárez

El gobierno federal, junto con Canadá, ha puesto una condición indispensable para el correcto tránsito legislativo del T-MEC: es necesario que el gobierno de EU termine con los aranceles al acero y al aluminio que impuso a sus dos socios comerciales.

La firma del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que habrá de sustituir al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no salió como hubiera querido el expresidente Enrique Peña Nieto.

Aquella ceremonia, el último día de su gobierno, fue un desastre por las pifias del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que firmó mal el acuerdo, y no se logró la foto que quería Peña Nieto. Por eso la cara larga del expresidente mexicano.

Sin embargo, a partir de ahí nos olvidamos de su existencia. Lo que llegó a niveles de angustia nacional, por las consecuencias de no tener una buena relación comercial con Estados Unidos, se convirtió en el olvido total, a pesar de que ese pacto necesita todavía la ratificación legislativa en los tres países.

Y aunque México y Canadá pueden aparecer como los grandes beneficiarios de la ratificación de un acuerdo de comercio libre con Estados Unidos, estos dos países no tienen garantizada la aprobación legislativa.

Ciertamente en México no existe ningún tipo de oposición para que una mayoría simple haga lo que mande el presidente Andrés Manuel López Obrador, pero es justamente el gobierno federal el que, junto con Canadá, ha puesto una condición indispensable para el correcto tránsito legislativo del T-MEC.

Es necesario que el gobierno de Donald Trump termine con los aranceles al acero y al aluminio que impuso a sus dos socios comerciales. No es posible tener en el papel un acuerdo de confianza comercial y en la práctica el varapalo de un cobro proteccionista.

En Canadá, el panorama político del primer ministro Justin Trudeau se ha complicado por un escándalo de corrupción y esto ha debilitado a su partido, el liberal, en la antesala de las elecciones de otoño.

Ya enfrascados en temas de propaganda interna, la aprobación del acuerdo negociado por el primer ministro Trudeau fácilmente puede enredarse en las campañas.

Y ni hablar de Estados Unidos, donde todo pasa por los filtros de la política interna.

Los primeros opositores a los que el presidente Donald Trump terminara con una orden ejecutiva con el TLCAN fueron los demócratas. Pero los primeros que hoy regatean la aprobación del acuerdo que salvó la relación trilateral son los propios demócratas.

Y es que la relación comercial con México fue tema de campaña para Trump. El peor acuerdo comercial de la historia, repitió hasta el cansancio. Y el T-MEC lo vende como su gran triunfo negociador. ¿Cómo querría el Partido Demócrata con visión electoral al 2020 hacerle el favor legislativo al candidato a la reelección del Partido Republicano?

Pero como el congreso estadounidense no funciona tan a la mexicana y como los representantes y senadores rinden cuentas a los grupos que los llevaron al poder, son más los que consideran necesario un acuerdo comercial trilateral. Pero no será tan sencilla su ratificación.

Ahora mismo, el representante comercial de la Casa Blanca, Robert Lighthizer, está en pleno cabildeo en la Cámara de Representantes para lograr pasar este acuerdo comercial.

Porque, además, resolver las relaciones comerciales del vecindario norteamericano le brinda una pata de apoyo para la nada sencilla negociación con China, que ahora parece complicarse un poco.

Como sea, no podemos dar por descontado todavía que el T-MEC es una realidad.

Tomado de El Economista.