Benito Barradas
“Entonces la mirada/se inclina hacia las flores/¡Las flores son los versos/ que el prado canta al sol!”. El equinoccio de la primavera ha sido así y tú lo sabes, como lo supo Salvador Díaz Mirón cuando escribió esos versos que sobreviven al paso del tiempo. La primavera ha sido así y tú lo sabes, desde tu infancia en que mirabas cómo, con suavidad, desde el amanecer hasta la tarde, la luz lo inundaba todo, radiante, desnuda, transparente, dorando cafetos, vistiendo rosales, ataviada de oros, jugando con aves canoras, animando sus cantos y sus vuelos multicolores.
La primavera ha sido así en el campo florido de mi tierra, donde el perfume de los azahares invade el aire para cautivar nuestros sentidos. Tiempo de primavera, quiero decir, luz, todo luz, resplandores alfombrando los potreros, verdeando las praderas, señalando caminos, iluminando los campos. Luz naciente, luz traviesa, niña y antigua al mismo tiempo, juguetona con la naturaleza entera, matrona que se instala en los jardines, excita los jazmines, y llena de floración a los naranjos.
La primavera ha sido así y la luz, dicen los que la conocen, anda por todas partes, a sus anchas, descubriendo los misterios del día, entre mañanas frías y tardes refrescantes, regalando desmedidas resolanas.
Tú lo sabes, esa luz de marzo lleva varias semanas asomándose, solitaria, tocando las puertas de la primavera, sigilosa, desobediente, virginal, como un verso libre, alegre y colorida. La hemos visto ya acariciar los capullos de las rosas y los geranios. Nadie sabe si en las noches, con otro vestuario, se acerca a las buganvilias que las cubre de flores de la noche a la mañana.
Era marzo del año pasado, y en el camino rumbo a Xico, mirando todo el paisaje con la sensación del ave que remonta el vuelo y, desde lo alto, contempla los montes, los ríos tranquilos, los grandes cafetales, las laderas, los peñascos limpios, las casas campesinas como perdidas en la distancia, la lejanía verde, siempre verde, los potreros, las huertas, el aire puro, transparente… confieso que no pude dejar de exclamar: ¡Qué recreo! ¡Cuánta belleza gratuita! Gozo visual invaluable en el mediodía veracruzano entre Coatepec, Zimpizahua y Xico. (¡Oh, Xico! Ciudad entrañable, cercana, serena, amable) Resurrección de infinidad de olores, colores, luz, transparencias. Paraíso a campo abierto. Milagro de la creación. Esplendor de pueblos mágicos.
La primavera ha sido así, y la luz lleva semanas por ahí, avanzando con pasos seguros, de oriente a poniente, de norte a sur, todo lo recorre, cuando quiere, sin permiso. Anima pajarillos que buscan sus nidos en las hayas, y se divierte empujando las abejas entre las flores, sin resultar lastimada. Versátil, audaz, asciende a la cima de los montes, llena los paisajes de todos los verdes posibles, y se posa en las fachadas de las casas coloniales.
Quiero una primavera semejante a las anteriores. Plena, llena de luz, alegre, cálida, majestuosa, procreadora de flores y frutos. Sabemos que marzo puede todavía zarandear el día con vendavales que asustan las torres de las iglesias, o con lluvias, o fríos retrasados del inverno. Marzo a veces se comporta como auténtico aguafiestas pero, cuando la primavera se enciende con ese sol semejante al as de oros, entonces, oronda, toma posesión de la tierra.
Miles de mexicanos, cada año, dan la bienvenida a la primavera. Lo hacen viviendo la tradición milenaria, vestidos de blanco, a pleno sol, cantando, danzando con música, disfrutando espectáculos de luz y sonido, comenzando un nuevo ciclo, renaciendo, recibiendo la energía positiva del cosmos en los centros ceremoniales prehispánicos: Teotihuacán, San Andrés Cholula, Tajín, Cempoala, Palenque, Edzná, Chichén Itzá (donde el Castillo espera a Kukulkán), Uxmal, Tulum, Cobá y Kabah.
Yo quiero celebrar la primavera como se lo merece. Ya va siendo hora de que llegue, que brote su nombre envuelto con el regocijo de la luz, en la liturgia de la luz, en el tiempo sin tiempo de su re/nacimiento festivo.