Todos recordamos dónde estábamos aquel funesto 23 de marzo, el negro día que liquidaron al candidato Luis Donaldo Colosio. Aquel 23 de marzo de 1994 a las 5:12 de la tarde, hora del Pacífico, 7:12 hora de la Ciudad de México. En dónde estábamos y qué hacíamos. Igual de otra fecha, el 22 de noviembre de 1963, cuando liquidaron al presidente John F. Kennedy. En una emboscada similar, con las fuerzas desde adentro operando contra su candidato y su presidente. A Kennedy como a Colosio lo mataron fuerzas internas. De aquel episodio de Lomas Taurinas aún sobreviven algunos personajes, muchos de ellos a los cuales recayó la sospecha de que algo sabían: Pepe Córdoba Montoya, Raúl Salinas, Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa, y el mismísimo Carlos Salinas de Gortari. Otros murieron, como el hombre leyenda, Fernando Gutiérrez Barrios, Juan Maldonado Pereda, que subió con la seguridad el cuerpo ensangrentado del candidato casi muerto, al ser Delegado del PRI en ese estado, el mismísimo Arturo Acosta Chaparro y varios personajes más, como Manuel Camacho Solís, que pudo ser y no fue. Nunca se llegó a aclarar bien el móvil. Es cierto que Mario Aburto está en la cárcel, pero también es cierto que el 99 por ciento de los y las mexicanas jamás creyeron esa hipótesis del asesino solitario. Cuento esto porque es el aniversario 25, y los priístas irán a la cabeza de Colosio, fija cerca de Reforma, y los presidentes de algo llamado Fundación Colosio, ese día se pondrán moño negro y con cara compungida darán su discurso de aquel que veía un México con hambre y sed de justicia, que aún la tiene, el hambre y la justicia. Cierto día que no recuerdo de que año, pocos después de su muerte en Tijuana, en el aeropuerto esperaba un vuelo que habían anunciado se retrasaría por tres horas. Enterado que Lomas Taurinas estaba cerca, alquilé un taxi y me fui a conocer el sitio donde lo liquidaron. Me acompañó un amigo, Walid Zairick Salomón, ya que veníamos de una tour de San Diego, California. Llegamos a ese sitio que se volvió inmortal de la maldad, salado como Dallas, Texas, un lugar llamado así por el homenaje a toreros, cuyas calles honran sus trayectorias taurinas. Era un sitio pobre, de bajo mundo, quienes metieron ahí a Colosio se dieron cuenta después que era el sitio indicado para una emboscada, con profundidad descendente, terregosa en ese entonces, sin salidas de escape, como en los cines o en cualquier lugar.
LA SEGURIDAD
El jefe de seguridad, Domiro García Reyes, a quien la leyenda popular llamó tiempo después ‘Dormido’ García, un general brigadier, ni se enteró cuando el killer disparó dos veces, él o los killers. Voy a los relatos de aquel día: ‘Lomas Taurinas transpira pobreza. Hay un arroyo, drenaje abierto, calles sin pavimento. Casas precarias en laderas empinadas, reforzadas con llantas. Cruza el candidato el puente de tablas. Camina pendiente arriba en un piso de arena gruesa, resbaladizo. Va en una marea humana. Cientos aprietan a cientos de personas. Nadie controla nada. En el disimulo hay armas cortas y largas, agentes y policías, que saldrán en el caos que sigue. Suena ‘La culebra’: ‘Cuidao con la Culebra que te muerde los pies’. Unas 3 mil personas ruidosas se apretujan muy duro. Son fans. Van por Colosio. “Aguanta, aguanta”, ha dicho muchas veces a quienes sugieren ir por lo seguro. Esta tarde, qué difícil es avanzar dentro de esa masa humana que aleja a Germán Castillo, desplaza a Domiro. Es una pesadilla en unos segundos. Ahí está en la cuerda floja de la vida y sin protección, el hombre que va a gobernar México. Pero qué lejos está la camioneta de salida del infierno, rodeada por unos 40 hombres fuertes y desconocidos. A las 17:12 horas de ese 22 de marzo, una mano se alza con un revólver Taurus 38. Su cañón pega en la cabeza de Luis Donaldo Colosio y vomita la muerte’. Fin del relato.
MI LLEGADA
El taxista llega y me deja al pie de la estatua, que pusieron en su honor y en remembranza de aquel crimen. En una base de cemento, alta, el candidato en tamaño natural, con el brazo izquierdo como saludando. Al pie de esa base, su nombre. Luis Donaldo Colosio Murrieta. La Plaza de la Unidad y la Esperanza, le llamaron. ¿Cuál unidad? ¿Cuál esperanza? Tiempos inciertos de un México que se fue. Me tomo la foto. La historia a mi lado. Así lo hice en el Cementerio de Arlington, cuando visité la tumba de los hermanos Kennedy: JFK y Bobby. Ya la pendiente está pavimentada. Con cemento para cubrir la sangre. Cuentan los maledicentes que lo hicieron para borrar todas las huellas que pudieran quedar. No lo creo. Fue un caso muy estudiado, se escribieron muchos libros, aparecieron varios fiscales y hasta películas existen, una ahí anda ahora por Netflix y otra se estrena hoy mismo, de su complot, de su atentado, de su muerte, de las teorías, de aquellos varios Aburto que aparecieron, de los que fueron liquidando en un taller, uno que era casi su doble, del que detuvieron que era del Cisen, también muy parecido a Mario Aburto. Entre más teorías hay más sospechas se descubren y menos se encuentra la verdad, menos, las mismas sospechas tapan como velos esas situaciones. Aun sobrevive aquella barda que no han querido borrar, con los tres colores en horizontal, tipo bandera, y la palabra Colosio enmarcada.
Y aunque uno era poeta y el otro político, se asemeja el crimen al de aquel poema de Antonio Machado a Federico García Lorca: ‘Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas de la madrugada. Mataron a Federico, cuando la luz asomaba. El pelotón de verdugos, no osó mirarle la cara. Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva! Muerto cayó Federico —sangre en la frente y plomo en las entrañas—… Qué fue en Granada el crimen sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada’.
¡Pobre Lomas Taurinas!
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