*De Woody Allen: “Solo existen dos cosas importantes en la vida, la primera es el sexo, la segunda… no me acuerdo”. Camelot.

LA MEDIA SEMANA

Uno puede amanecer a media semana sin gritos ni sombrerazos. Sin disputas, aunque en los tuiter, los tuiteros le dan vuelo a su imaginación. Voy a mis archivos y rescato algo de los besos.

EL MÁS FAMOSO DE LOS BESOS

Las fotos suelen inmortalizar los momentos. Dejarlos guardados para siempre en la mente y en el sentir al paso de los años y de los siglos. Cuántas de ellas no se han inmortalizado, perennes en el imaginario colectivo. Hay muchas. Solo basta que el fotógrafo o paparazzi esté en el momento indicado, cuándo hay que apretar el botón y que este haga click. Al físico y científico Albert Einstein, alguna vez alguien lo tomó arriba de un auto. Einstein, al verse descubierto, sacó la lengua al intrépido fotógrafo, un notiveriano Garrido cualquiera. El fotógrafo jamás pensó que esa foto, con la lengua de fuera, se convertiría en un icono y se mostraría en la mayoría de los cuartos de estudiantes de todo el mundo. Hubo muchas. La de Korda al Che Guevara, en 1960, con el rostro mirando a lo lejos y esa boina y la estrella, sirvió como imagen de la revolución cubana, y se ha plasmado en millones de camisetas. La de aquellos soldados americanos en Iwo Jima levantando la bandera, aunque dicen los enterados que la hicieron en dos tomas, porque la primera no le quedó bien al fotógrafo. Hay miles de ejemplos. Ahora me entero que la protagonista del beso más famoso en la historia, una enfermera casi anónima, llamada Edith Shain, murió a los 91 años de edad. Va la historia: En 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial terminaba, en la afamada calle Times Square de Nueva York un soldado anónimo tomó de la cintura a una enfermera, ambos vestidos con sus uniformes normales, le dio un buen fajín y apretón y le plantó sendo beso que se inmortalizó. La inclinó entre sus brazos como si bailaran un tango. Era el fin de la guerra y la prestigiada revista Time la publicó en portada, sin saber que esa foto no solo recorrería el mundo cómo celebración de fin de las batallas, si no como icono que sobrevivió a los temporales. Era el Día de la Victoria, y la foto fue tomada en blanco y negro. El fotógrafo fue Alfred Eisenstaedt, y la mujer, al paso del tiempo, dijo: “El muchacho me agarró y yo cerré los ojos. Le dejé besarme, porque había estado en la guerra, luchando por todos nosotros, y me sentí feliz de hacerlo. Después me dejó sola y me marché”. Por su parte, el fotógrafo, muerto en 1995, declaró: “La gente me dice que cuando yo esté en el paraíso, ellos van a recordar esta foto”.

ESPAÑA COBROS

En Madrid, chulona mía, como en muchas ciudades del mundo, las autoridades municipales ya no quieren que los autos entren a los centros de la ciudad. No solo contaminan, crean un caos total. México lo intentó hace años con su Hoy no Circula, que no sirvió de nada, porque la clase media pudiente se compró otro auto viejito y usado y circulaban siempre. En Londres no pasa nadie, como la defensa del Manchester, allí solo el transporte público, autobuses y taxis. Tienen una ventaja, los servicios públicos son de primera, con su legendario Metro. Uno anda en un taxi en Londres y asombra que no haya atascos vehiculares. Aquel que entra y no tiene engomado, le aplican una multa de 120 euros, captados por las cámaras puestas en las entradas de las ciudades. España ha intentado y hasta cobra una anualidad, en los sitios donde hay parquímetros, a aquellos que allí viven y tienen sus espacios reservados sin pagar, como hay muchos en Orizaba que gozan de privilegios, un espacio libre para ellos por su entrada a casa. Algo debían de pagar, pues le cuestan al Ayuntamiento una lana mensual, sin ellos poner algo. Cuento esto porque leo que ayer mismo para entrar al centro de Madrid, hay que tener un permiso de una pegatina. Vehículos que allí viven sus dueños, pueden entrar sin problema. La multa es de 90 euros, y por pronto pago se va a 45 euros. A descontaminar los centros de las ciudades.

ATROPELLANDO JAZMINES (COLUMNA RAUL DEL POZO/EL MUNDO DE ESPAÑA

“Qué se serenen los ánimos”, dijo el presidente AMLO, mientras los columnistas de España han tocado el tema del perdón. Raúl del Pozo fue uno. Va:

“Dice Neruda que Hernán Cortés era un rayo frío que avanzó hundiendo puñales y atropellando jazmines. «Recibe una paloma, / recibe un faisán, una cítara / de los músicos del monarca / pero él quiere la cámara del oro». Pero Neruda amaba a España y reconoció que los españoles se llevaron el oro pero dejaron las palabras; no amplió la leyenda negra, defendió Madrid y a los poetas perseguidos. El primer inspirador involuntario de nuestra funesta fama fue fray Bartolomé de las Casas, protector de los indios. Continuaron los holandeses y los ingleses y por último los separatistas catalanes. Eso de dividir México entre gachupines e indigenistas a estas alturas es de un descarado oportunismo, es cargar sobre los españoles todos los desmanes de una época en la que fuimos los mejores. Aquello fue un inmenso jergón redondo del que salieron mestizos, saltosatrás, mulatos…. Ya del apareamiento entre Hernán Cortés y la Malinche nació uno de los primeros criollos. Hasta Quevedo que tenía tan mala leche, le agotaba, ya entonces, la leyenda negra: «Harto de ser español / desde el día que nací / quisiera ser otra cosa / para remudar de país”.

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