Por Ramón Durón Ruíz (†)
Me encanta, me fascina, me cautiva la genialidad del sentido del humor del que los mexicanos gozamos, que para cada cosa, cada situación y cada persona siempre tenemos el humor exacto para hacer que surja esa chispa de vida que hace que brote a raudales a veces una sonrisa y otras una fuerte carcajada.
Precisamente es de ahí de donde surge la vertiente del humor que el Filósofo posee, que plena de obviedad y con algo de sentido común, ¡ah! eso sí llena de amor a la vida, “pian pianito” ha ido desparramándose por la geografía nacional.
El sentido de obviedad que este viejo campesino posee, no tiene nada de fuera de lo común, nace de los entresijos del humor del mexicano y busca siempre ser agradable, sencillo, amable, respetuoso, porque bien sé que no puede desarrollarse en lo rimbombante, lo fastuoso, lo complicado o en el dramatismo que provee la solemnidad.
El humor del Filósofo pretende oler a humildad, a sencillez, a naturalidad, ser coloquial y sobre todo oler a pueblo; el humor forma parte de lo más íntimo de mi ser, si este flaquea veo las cosas diferentes… mi naturaleza se extenúa y casi desfallece.
Aquellos seres que están inflados por un ego enfermizo, que están llenos de odios, resentimientos, orgullo, ignoran el valor terapéutico de sonreír y con ello los dones que el buen humor posee, ignoran que una sonrisa es el camino más corto para el encuentro consigo mismo y para la felicidad.
Este campesino ha aprendido de los viejos de los pueblos, -en los que abreva en su sabiduría-, que el humor es un auténtico arte de vida, un símbolo permanente de luz, una contraseña visible de que nuestra alma se encuentra abierta de par en par trasparentando la fuerza espiritual que Dios generosamente entrega en nuestra vida.
El Filósofo sabe una cosa que no han podido hacer el conjunto de crisis que lamentablemente nos impactan -seguridad, desempleo, económica, política, con la falta de resultados en el Congreso y por la ausencia de resultados en el ejecutivo federal, etc.- liquidar, cancelar, acabar con el extraordinario buen sentido del humor que el mexicano posee.
El buen sentido del humor del que goza el mexicano nos salva de cualquier infortunio, porque es la manera más extraordinaria de florecer ante el dramatismo de una política que no encuentra la salida del atolladero, es decir políticos nacionales que “no quieren queso… sino salir de la ratonera”.
El Filósofo de Güémez sabe que no hay cosa que más agrade al mexicano que dar consejos, por ello me atrevo a darle uno, goce la vida, disfrútela, regocíjese en el milagro del amor y con el sentido del humor, hágalo de tal manera “que cuando usted despierte hasta el mismo diablo se estremezca y diga… ¡en la madre, éste cabrón ya se levantó!”
A propósito del buen sentido del humor del mexicano, atraídos por las bellezas naturales de la presa en Güémez, dos visitantes están pescando tranquilamente, a la vez que se “echan” unas cervecitas. Uno de ellos dice al otro:
— Fíjate que estoy pensando seriamente en divorciarme… mi vieja lleva tres meses sin hablar conmigo.
El otro, dándole un gran trago a su cerveza le responde:
— ‘Abrón po’s yo en tu lugar lo pensaría muy bien: Viejas como la tuya son muy… ¡DIFÍCILES DE ENCONTRAR!
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