Yo soy yo y mis circunstancias, y si no la salvo a ella no me salvo yo.
José Ortega y Gasset

Existen actualmente diversas versiones de cuáles son los retos de nuestra época, sin duda, las conjeturas son de diversa índole y lo qué más preocupan en general, son las referentes a lo patrimonial.
Sin embargo, la meta que persigue la presente columna, es hacer un humilde llamado a la conciencia y a la necesidad de transformación, con el fin de construir un futuro seguro y promisorio para nuestros hijos y las próximas generaciones, a partir de que las discusiones respecto a las problemáticas que nos son comunes, avanzan sobre el vórtice de la denostación y la agresión.
Para dar al traste respecto a ello, es precisa una gran coalición que exprese entendimiento, conducto por el cual los vasos comunicantes nos permitan avanzar como individuos y posteriormente como sociedad.
Como ciudadanos requerimos la reflexión y la camaradería, la capacidad de renacer de los espacios que nos atormentan, recobrar el valor, y sortear las barreras a fin de crecer en todos los campos de nuestra existencia.
Así, lograríamos pasar el miedo, ya que el ser humano en realidad, no tiene miedo a fallar, tiene miedo a convertirse en la persona que le dicen que va a ser si falla, ante ello, es preciso no permitirse perder la ilusión. Las ilusiones que salen del corazón acaban transformando el mundo porque te transforman a ti.
Ese común denominador, requiere la audacia de la esperanza, y esta se consolida cuando vemos al futuro como una posibilidad; uno de los errores que más nos inyectan, y son dañinos, es el de pensar que todo tiempo pasado fue mejor, lo cual, considero, es una equivocación, porque tenemos al futuro, y este será lo que nosotros queramos hacer de él.
Pero para que ese futuro sea poderoso, es preciso dar lo mejor, ya que si no das lo mejor, no esperes que los que te acompañan lo den. El límite de tu equipo está en tus propios límites.
Escribo lo anterior, como preludio de Semana Santa, temporada, que nos convoca a la espiritualidad y permite ser un interlocutor “plus ultra” para encontrarnos con lo que somos y lo que queremos ser. Para ello, requerimos en todo momento mucho: “Entusiasmo”.
El vocablo “entusiasmo” proviene de dos términos griegos En theós, que significa “en Dios”. Se trata, de una condición especial del espíritu humano que, en lugar de estar solo, está, “en Dios” apoyado en él movido y entusiasmado por él.
La reconciliación y solidaridad; en ese sentido Isaac Guzmán(2011) en su libro Humanismo trascendental y desarrollo, dice:
“El bien común no es de generación espontánea. Es obra de los hombres que viven en sociedad. El bien común es fruto de la solidaridad social. Pero tampoco debe pensarse que el bien común es una realidad hecha, cuajada, definida. Por lo contrario, es algo que se hace continuamente. Es un lugar progresivo que nunca termina”.
Ese bien común, requerirá modificar las conversaciones, y dejar atrás la aleta de la radical intolerancia, mas, cuando al final, la calidad de nuestros pensamientos acabará impactando a la calidad de vida. Lo que no nos demos hoy se lo estamos quitando a nuestro mañana.
En ese tenor, apelar a una conversación adaptativa, sensible y humana es la vía que pongo a reflexión, para fundar una canal de entusiasmo, basado en el trabajo, el respeto y la solidaridad.
Como muestra de esto, hoy existen puestos de trabajo y profesiones que hace 10 años ni pensábamos que existirían. Conclusión: No te cierres. Abre tu mente y tus capacidades. Lo que eres hoy debe ayudarte a lo que hagas mañana. El imán de nuestro progreso, radica en el entusiasmo y convicción que le pongamos a las cosas día a día. No lo dejes ir.