*Lo mejor de los viajes es regresar a la camita de uno. Camelot.

LA HABANA, CUBA. (VIAJE DEL AÑO 2009)

Al despertar, la primera mañana en aire del Caribe, sol brillante, mar tranquilo, clima cálido como el veracruzano, en La Habana uno siente y piensa, con razón, que esta ciudad ha sido heroica, que ha sobrevivido a un bloqueo criminal. Un bloqueo que los ha llevado a enraizarse más en su patriotismo y nacionalismo. Al llegar, después de oír recomendaciones de todo mundo, de entender un poco su historia pero no valorarla hasta que se llega, me fijé la idea de no hablar de política, no venir como un mirón o un impertinente que todo viene a criticar, hacerle un poco a la Camilo José Cela, el escritor que no escribía de política. Con la parte del pueblo que he platicado, viejos y jóvenes, se sienten bien y a gusto. “Nosotros todos somos pobres”, me dijo el taxista, a quien contraté para que nos llevara por cielo y tierra, por mar no porque no es navegante, “pero aquí todos tenemos derecho a la salud y la educación y vivimos seguros, tengo cuatro hijos y siete nietos, y han vivido aquí toda su vida, recibidos, profesionistas ya y trabajando en este país”.

HOTEL NACIONAL

El hotel Nacional tiene su historia. Es el hotel de La Habana mas conocido. Visita obligada. Aquel que solía Batista frecuentar y donde en la noche del 31 de diciembre de aquel año de 1953, presente lo tengo yo, que no se les olvida, día en que la Revolución llegaba con unos barbones para sorprender al mundo, inquietar a los americanos y sojuzgar al pueblo, el buen Fulgencio daba las campanadas de las doce, las uvas se le atragantaban porque, le dijeron, ahí viene el coco, y junto a una runfla de mafiosos como Meyer Lansky y los Tataglia y un endemonial de americanos que allí celebraban las doce campanadas, salieron por piernas ante el temor de un apresamiento o fusilamiento. Esa vez Fulgencio cantó aquella rola lastimosa: la última noche que pasé contigo. Ese testimonio fue revivido años después en la cinta El Padrino, con Brando y Al Pacino. La deben recordar. Era el Hotel Nacional de La Habana.

VIEJO Y MAS VIEJO

El hotel es viejo y huele a viejo. Más viejo que Chico Márquez. Es impresionante su belleza. Aún está en funciones y es favorito de mucho turista europeo. Habitaciones llenas. Visito sus salas, voy a un salón de mural de fotografías. Muchos mexicanos plasmados en esas paredes, la inmortal María Félix, Cantinflas, Tin Tan, Pedro Armendáriz, Lara, una pléyade de figuras del cine de antaño cuando el cine mexicano era campeonísimo en América y en países de habla hispana, con las fotografías de Gabriel Figueroa. Aparece la Cosa Nostra: Lansky, Traficante, Lucky Luciano, el que solía decir: ‘En cualquier negociación lo importante es no ser el muerto’. Y Meyer Lansky, el mafioso judío, tesorero de todos los dineros de la mafia expulsada de Cuba, que murió en la cama, uno de los pocos en no ser ejecutado y baleado. Los grandes del canto: Nat King Cole, Harry Belafonte, Sinatra, las bellas Ava Gardner y una pléyade de mujeres hollywoodenses que le daban brillo a aquella vieja Habana, cuando venían a probar el ron y, fumar los puros Cohiba y a escanciarse en los amores furtivos en sus viejos casinos. “Los mexicanos son como los cubanos, muy listos y vivos”, me decía Alicia, la camarera que me servía el primer café mañanero en el restaurante del hotel Meliá. “Se hospedan en casas particulares, para el ahorro”, remató cuando le pregunté del turismo mexicano, poco visto en los hoteles pero si en las casas que algunos cubanos y el Estado ponen a la renta con dos habitaciones o mas y aire acondicionado y todo lo demá, chico. Las travesuras del tiempo y el no estar adecuados a la tecnología moderna, lleva implícito que intentar conectarse a Internet le lleve a uno mas tiempo que si se volara de La Habana a México. No está la tecnología aún al servicio. Cuidan la entrada de los operadores, es el mismo Estado el que proporciona el servicio y, como aún aquí no aparecen los Bill Gates y los Slim, pues se dificulta el accesar de inmediato. Aunque las carencias se suplen con imaginación.

EL MUSEO RODANTE

Uno pasea por calles cubanas y los automóviles viejos asombran. Los Chevrolet de los 50s andan en jiribilla de la buena. Ignoro qué han hecho y cómo han conseguido las piezas para que muchos circulen como si nada. El cubano tiene imaginación, inventiva y quizá con torneros han creado las piezas que el bloqueo no les permitió traer y que ahora a los años ahí andan, más ahora que el diablo Trump les metió otro calambre. Automóviles que en México y el mundo pertenecen a coleccionistas, aquí abundan. Por todos lados se ven. De los 55-56-57, los Fairlaine y los Bel Air. Los cubanos de La Habana presumen que los mas palurdos y tontos son sus paisas de Pinar del Río. Uno de ellos en la calle me contó un par de anécdotas. Que unos albañiles, al hacer una construcción metieron la revolvedora al centro y luego, al terminarla, no sabían cómo sacarla. Otra. Pusieron una disco encima de una funeraria, donde otros lloraban ellos reían. Se fuma en todos lados. Cosa rara siendo Cuba un país que cuida mucho su salud, no hay prohibición de ningún tipo en ningún lugar. Quizá sea porque la industria del puro, con el afamado Cohiba, les dé divisas al por mayor. Camino su centro viejo, no el histórico, el viejo. Muy deteriorado. Es aquí el lugar preciso donde hacen las fotos y crean la mala imagen de La Habana, la gente pobre las habita, los tendederos de ropa alcanzan a tomar plenitud en sus frontispicios de los mismos departamentos. No hay espacios donde colgar y se cuelgan de alambres que tienden sobre el aire. La ropa se lava y se seca. Aquí cerca encuentro una replica de la estatua de Agustín Lara. Bajo y me tomo una foto, la placa dice que el Gobierno de Veracruz la donó, en el año 2000, seguro que fue Miguel Alemán Velasco.

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