Por: Alberto Calderón P.
La risa franca y sincera, las fuentes, los parques, los árboles en primavera, corretearse, compartir cualquier comida con los amigos, disfrutar del amanecer, seguir el aroma de la comida que proviene de la cocina cuando después de jugar nos acercamos a ese lugar sagrado a saciar nuestro apetito, las primeras lecturas que permanecen, no importando el paso del tiempo, las canciones infantiles inculcadas y las que escogimos por gusto sirviendo de compañía en la infancia y los primeros años de juventud que seguimos tarareando cuando regresan a la mente, el recuerdo de los momentos felices con nuestros seres queridos, el recuerdo de los primeros viajes, si los hubo o de situaciones diversas. Lo más hermoso de nuestras vidas, es el recuerdo de la patria verdadera.
También existe el hambre, las necesidades, la pobreza, el avenirse a lo que se tiene, el ser feliz jugando con una rueda, o con una muñeca incompleta, haciendo de una caja de zapatos el auto más veloz, compartir una ración de comida escasa, dejar al final un diminuto trozo de carne como un suculento manjar llegado el momento inesperado para ser saboreado con todos los sentidos, no importando las desavenencias cuando la risa y la felicidad se queda para disfrutar la infancia, cuando no importan los himnos, ni el ondear de las banderas, las declaraciones de los políticos, esa es la patria de la infancia, la patria verdadera.
Un mundo que para los adultos se fue y con ellos los amigos de la infancia, las mascotas, las viejas calles se transformaron, los demonios que nos asustaban, la oscuridad que daba miedo, a lo largo del camino hacemos un alto y vemos a la distancia los proyectos incumplidos, las heridas en nuestro corazón, el dolor causado por las pérdidas, el mundo de La suave patria de López Velarde se hace presente.
La vida adulta compleja, a veces inhumana con las desgracias accidentales o provocadas en una vorágine donde el poder y el dinero corrompe, aniquila, transgrede, olvida valores, un lugar en donde las lágrimas ruedan en silencio y nos vemos atrapados por el miedo que es el arma más poderosa de los que se apropian de la vida de los seres, de sus patrimonios, vivimos en una barbarie en donde el estado se encuentra rebasado por la violencia, por eso me pregunto si nuestra patria volverá a ser igual que antes, un lugar en donde los sueños sean posibles, un sitio en donde las risas y carcajadas suplanten al ruido de las balas que presagian la muerte.
Esperemos que el tiempo haga volver las agitadas aguas a su nivel porque la balsa en donde vamos, sentimos que está a punto de naufragar.
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