Después de emplear estos días tratando de colocar masivamente –se entiende que para abaratar costos- el libro que escribí sobre la historia de mi escuela primaria, y después de los terribles acontecimientos sucedidos en Minatitlán que me han dejado apesadumbrado, ahora que retomo el hilo de la escritura periodística confieso que dude en la redacción de lo que aquí estoy exponiendo. Y es que quizá no habrá quien, quizá con algo de razón, me tache de frívolo al recuperar un suceso que sucedió hace poco más de una semana, el lunes antepasado, me refiero al incendio de la Catedral de Nuestra Señora de París.
Pero Notre Dame bien vale una columna porque Notre Dame, la Catedral de la arquidiócesis de París. es Notre Dame. Forma parte del legado cultural histórico de la humanidad que es la también llamada Ciudad Lux. París, la capital de Francia por sí misma es un tesoro. Con su Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, el Palacio de Versalles, los Camps Elíseos, el Museo de Louvre y el río Sena. Y además por todos los acontecimientos humanos e inmateriales que ahí se han sucedido.
La capacidad de asombro no tiene límites ante las maravillas que la mano del hombre ha sido capaz de concebir desde que la humanidad está considerada como tal. Para no irme más atrás, desde los vestigios y pinturas rupestres en las cuevas de Altamira en España, los petroglifos que se encuentran por toda Europa de la Edad de Piedra, las pirámides de Egipto con una antigüedad que sobrepasa los 5 mil años, la Gran Muralla China, los monolitos gigantes de la isla de Pascua, las colosales cabezas olmecas, Machu Pichu, Chichen Itza y, después, el tesoro construido por la humanidad que me diga.
Notre Dame por sí misma es un misterio que forma de un misterio aún mayor: el cristianismo. Tal ha sido la importancia de Jesús para la humanidad que estos últimos 2 mil años y pico se los conoce como la época cristiana. Hay un antes y un después de Cristo, como para situarnos cronológicamente en el devenir histórico de la humanidad y de las grandes civilizaciones universales.

Y Notre Dame es apenas un ínfimo cachito de ese inmenso todo. No es ni siquiera la catedral más bella del arte arquitectónico gótico en el mundo, hay otras que la superan en belleza y magnitud. Pero Notre Dame se cuece aparte, forma parte de la historia de Francia y ha sido testigo de la historia europea y francesa los últimos 900 años, que se dice poco pero no lo es.

Para los mexicanos del último siglo el savoir francés más refinado no nos es de ninguna manera ajeno. Tuvimos un presidente que eternizó por 30 años en el poder, que combatió y fue héroe de guerra en contra de los franceses, que en su etapa de estadista se decantó y nos mostró su debilidad por todo lo que era y representaba Francia, más allá de una inexplicable invasión y una guerra ordenada y declarada a partir de un suceso en donde el principal ingrediente fueron unos pasteles.

La ciudad de México –y algunas otras poblaciones- por doquier tiene vestigios de esa predilección gala. Son múltiples los edificios y los monumentos que nos recuerdan a la Francia más lúcida. Y Notre Dame para nada nos es ajena, ahí se suicidó Antonieta Rivas Mercado, el célebre jorobado Cuasimodo nos ha deleitado de muchas maneras, desde la memorable interpretación del contrahecho por Anthony Quinn (Antonio Rodolfo Quinn Oaxaca se llamaba por si había alguna duda de que fuera mexicano), la de la propia Salma interpretando a Esmeralda, hasta la misma película de dibujos animados tan bien realizada por los Estudios Disney.

Notre Dame es mayor del incendio que casi la consumió el lunes antepasado. Estoy seguro que esa gran catedral de la humanidad renacerá de entre sus cenizas.

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@marcogonzalezga