Por Ramón Durón Ruíz (†)

Mientras las canciones nacieron para cantarse, el humor nació para contarse, sólo que no todos tenemos el ingenio, la gracia o la picardía para hacerlo de tal manera, que hasta el chiste más ingenuo te destornille de risa.
Para el viejo Filósofo, el humor además de ser breve, claro, corto, sencillo, perspicaz e inesperado, tiene varias características, es: desconocido, porque nadie sabe su origen, nace de las entrañas del pueblo como una catarsis colectiva, convirtiéndose –como el Filósofo–, en un patrimonio colectivo; itinerante, porque es como el dinero, para contarse y al trasmitirse de boca en boca, se va enriqueciendo con la picardía popular; imperecedero, porque tampoco se sabe dónde ni cuándo terminará; atemporal, ya que rebasa los entretelones del tiempo y del espacio, convirtiéndose en acervo cultural; prolífico, porque surge de la fuente inagotable de una vena popular llena de chispa y perspicacia; multitemático, porque lo mismo se ríe de la muerte que de políticos, curas, gallegos, cornudos, diputados, presidentes o candidatos, a ninguno lo sube más o lo baja menos, y universal, porque lo mismo se cuenta en el norte, centro o sur de México, que en otras latitudes… en todos lados lo sienten suyo.
Tal es el caso de la frase: “El que tenga marranos que los amarre, el que no, po’s no.” Tengo entendido que ésta se conoce aproximadamente en el siglo XV en Europa; posteriormente en México, se le adjudica a Diego Romero, afamado alcalde de Lagos de Moreno, Jalisco, aunque en varios municipios del país se la atribuyen como oriunda de allí, argumentando que su presidente municipal colocó un letrero en el pasto de la plaza principal con esa leyenda.
¿Qué pasa? Pues que basados ingenuamente en la universalidad del humor, han hecho suya la frase… la sienten como propia.
Otros ejemplos de la universalidad del humor, se da en las siguientes dos anécdotas:
Se cuenta que “la célebre matrona que en la ciudad de México regenteaba una casa de damas, mejor conocida en el argot popular como ‘La Bandida’, cierto día atendió al ‘señor’ secretario de Hacienda, quien acompañado de varios amigos andaba de juerga y como era obvio, fue a parar a ese sitio. Al darse cuenta de las altas sumas que ahí se gastaban preguntó por la dueña, a quien le dijo:
— Ustedes tienen grandes ingresos y no pagan impuestos, yo creo que es de justicia que también contribuyan como todos los demás, ¿cómo la ve?…
Cuentan que la interrogada le contestó:
‘A usté que es a todo dar,
no lo quiero lastimar,
ni perderme su amistad,
por eso le voy a dar,
tooditiita la mitad,
de todo lo que nos entra.’”
Así mismo, en mi tierra se cuenta que un pela’o originario de Tampico, Tamaulipas, amigo del poeta popular Don Arnulfo Martínez, fue a Victoria y se reunió con él para tomar café, al platicar amenamente, el amigo le comentó a don Arnulfo que en el Puerto, una comisión del Puente del Moralillo había solicitado a una casa, que ni es pura ni casta, su cooperación para los trabajos de remodelación de dicho puente. Enterado don Arnulfo de tan singular petición, escribió esta pícara composición:
“Una ingenua comisión, del Puente de Moralillo,
fue a un centro de prostitución,
a pedir cooperación, ¿de dinero…? no, de ‘undillo.
Reunidas las irredentas, después de echadas sus cuentas
y sin arrugar la cara, expresando buena gana,
fueron de conformidad, que un día de cada semana
de lo que a ellas les entrara… ¡les pasarían la mitad!
¡Y aquellos inocentes aceptaron la bondad!”

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