*El poder debilita a quien lo tiene y no lo usa. Camelot.
UN VIAJE A WASHINGTON (AÑO 2009)
EL INTENSO FRIO
Por la noche, a las diez, con un frío del carajo y una lluvia que endurecía el rostro, llegamos a la capital del mundo, Washington, aquí donde se inventó el loobysmo, donde los senadores son diluvio de estrellas, palmeras y mujer, donde sólo sus chicharrones truenan y le hacen la vida pesada al presidente, sea cual sea. La Suburban que nos recoge nos transporta por los escenarios que siempre vemos en las películas, su famoso Obelisco, el río Potomac, aquí donde los Padres Fundadores crearon esta Nación para demostrarle al mundo que los imperios seguirán existiendo, les pese a quien les pese, aquí estamos en Washington, pisando los mismos pasos que John Adams, el segundo presidente americano que aprendió que de la rebeldía se crean pueblos grandes, que del entendimiento nacen naciones que, algunas veces van a la guerra, y otras a la negociación. Llegamos al hotel, es el mismo donde me hospedé hace un año, aquel fatídico 4 de noviembre cuando Obama hizo morder el polvo a todos y a México lo enluteció, pues ese mismo día el avión de Juan Camilo Mouriño se estrellaba en Paseo de la Reforma, aún recuerdo en este mismo cuarto donde escribo esta crónica washingtoniana, como los Nextel comenzaban a saturarse de las llamadas mexicanas informándonos de ese accidente. El JW Marriot está ubicado a pocos pasos de la Casa Blanca, en la famosísima avenida Pensilvania. Su Quinta Avenida neoyorkina. Es noche y hace hambre. Un mugroso sándwich cubano en el aeropuerto de Miami es todo lo que nuestro cuerpo resiste.
DIA TRES WASHINGTON
Tomo el taxi en el hotel. Es de mañana, el frío arrecia, al parecer está a 4 grados y con el factor humedad por la lluvia, obliga a la compra de las bufandas, suéteres y gorra y unos guantes. Inusitado para esta fecha nos dice una gente que vive aquí. No haría tanto frío en el otoño, comenta alguien, pero algún mal tiempo se dejó venir. Le pido al taxista me lleve al Pentágono Mall. Es día de Shopping, día de domingo libre porque al otro día el trabajo será duro, de ocho de la mañana a ocho de la noche. Hay que aprovecharlo. Cruza uno el legendario río Potomac, aquel que dividía el tiempo de la Guerra Civil, la llamada Guerra de Secesión, donde los Confederados y los de la Unión, el Norte y el Sur, se batían a duelo sin tomar prisioneros, desde esta parte alta de Virginia, en las colinas dónde se divisa todo, donde tienen su camposanto y sepultan a sus héroes, el amado presidente Lincoln buscaba un general que no le trajera puras desgracias, hasta que encontró a Ulysses Grant. Otros generales envidiosos se quejaban de Ulysses, decían que agarraba muy seguido por su cuenta las parrandas, y el presidente les atajó diciéndoles que ojalá y hubiera tres como él, la guerra hubiera terminado mucho antes. Grant siguió con la gringa alegría, hasta atrás, hasta que venció al otro leyenda, el general Robert E. Lee y luego se convirtió en presidente.
LA HISTORIA
Dejo la historia. Cruzo el Potomac y veo El Pentágono, su Memorial a lo lejos, ese lugar que se denominaba impenetrable e intocable hasta que un avión se les estrelló en aquel septiembre negro. A muy pocos metros está su Mall, uno llamado Pentágono, con todas las tiendas de moda, hoy es domingo y mucha gente se refugia dentro para huir del frío. Hay de todo, como todos los centros comerciales muy con su estilo y con las marcas de moda. Poco antes de salir del hotel, a unos metros, en el Teatro Nacional hay una obra musical que demorará hasta diciembre, es llamada Jersey Boys y es la mismísima historia de Frankie Valli, aquel cantante de los Four Seasons, el de la rola ‘Cant take my eyes of you’, inmortal, ahora la escucho en el Youtube, bate récords de entrada y, si hay tiempo, iré a verla antes de partir de regreso.
DE REGRESO EN METRO
Tomo el Metro de regreso y como topo llego al Capitolio solo para encontrarlo cerrado. Imposible de flanquearlo, por donde podemos nos metemos. La policía federal a las vivas. Un letrero señala que lo están remodelando para la toma de posesión del nuevo presidente, en enero de 2009, más vale que lo pinten bien de negro. No deja de entrar turismo, grupos de estudiantes bordean el capitolio, al lado las oficinas de los poderosos senadores y diputados, los congresistas que se comenta en los restaurantes aledaños van a la comida. Los árboles bellos y de colores tienen su aplacas marcando sus familias arbolaría. Son de olivos y de green ash, hojas amarillas que en este otoño se sacuden para dejar una armonía de color en el piso, entre el verde del pasto y el amarillo de las hojas caídas. Los empleados salen al lunch. Todos trajeados, muy propios. Hago un alto en el legendario diario The Washington Post, en la calle 15 en el número 1150, entre las calles L y M. Un linotipo viejo, de esos con los que se comenzó el diarismo, está a la puerta de entrada. Ese diario que cobró dimensiones mundiales cuando descubrió el famoso Watergate, que envió al presidente Nixon al exilio. Historias de esta ciudad que apenas votó por un nuevo presidente.
DE WASHINGTON A NUEVA YORK
Dejo la capital del mundo. Cerca del Capitolio se encuentra la terminal Unión Station, la del Amtrak, el que va volando rumbo a Nueva York, bordeando Baltimore, Filadelfia, Newark y llegar a la terminal Grand Central Station, enfrente del Madison Square Garden. Medio millón de pasajeros se mueven por estas vías, su estación es una joya colonial y, sin duda, Patrimonio de la Humanidad. Bella, antigua, hermosa, cientos y cientos se toman fotos en esa bóveda alta que da dimensión celestial (ando como poeta) Al entrar, una escena refresca a mi memoria, al lado la autopista donde Tony Soprano tomaba esa ruta de los suburbios de Nueva Jersey a su negocio, con sus cuates.
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