El actual periodo de expansión económica está a un mes de cumplir una década y aunque el crecimiento ha sido disparejo y a veces inconsistente, las principales economías del mundo desarrollado han logrado mantener tasas de crecimiento aceptables y por algunos momentos robustas. Una de las principales constantes a lo largo de estos últimos 10 años ha sido la ausencia de presiones inflacionarias en la economía global y en especial en los países desarrollados.
A pesar de las grandes cantidades de estímulos monetarios por parte de los principales bancos centrales y estímulos fiscales en algunos países como Estados Unidos, y Japón, las cifras de inflación siguen estando persistentemente por debajo de las metas de las autoridades monetarias.
Vale la pena recordar que a raíz de crisis del 2008, uno de los objetivos centrales de las decisiones de política monetaria de los bancos centrales en economías desarrolladas fue evitar un escenario de deflación similar al de la Gran Depresión o al de la década perdida de Japón en los años 90. Esto llevó a varios bancos centrales, incluyendo a la Reserva Federal (Fed), al Banco Central Europeo (ECB) y al Banco de Japón (BoJ), a embarcarse en un experimento de expansión monetaria inédito y de proporciones históricas.
Además de reducir las tasas de interés a cero —en algunos casos a territorio negativo— y mantenerlas ahí durante un periodo prolongado, los bancos centrales inyectaron cantidades inusitadas de recursos a los mercados mediante un programa de expansión cuantitativa que básicamente implica la impresión de dinero para comprar instrumentos financieros.
Aunque la Fed lleva un par de años en un proceso muy gradual de normalización de su política monetaria, las condiciones monetarias a nivel global siguen siendo sumamente laxas. Por un lado, las tasas de interés se mantienen en niveles históricamente bajos y varios bancos centrales —como el BoJ y el ECB— siguen sin inyectar liquidez al mercado. Asimismo, la Fed ha puesto el freno a su programa de normalización y podría comenzar con un nuevo ciclo de estímulos.
A pesar de estas medidas sin precedente y crecientes niveles de déficits públicos, la inflación en Europa, Estados Unidos y Japón ha brillado por su ausencia. La teoría económica nos dice que, en condiciones normales, una expansión masiva de la oferta monetaria tarde o temprano generaría presiones inflacionarias.
En particular, las presiones inflacionarias se harían sentir en las economías cerca del pleno empleo y con ciclos de expansión longevos.
El mecanismo de libro de texto nos dice que si un helicóptero se dedicara a arrojar el dinero impreso por los bancos centrales, los agentes económicos tendrían más recursos disponibles y aumentarían su demanda de bienes y servicios, inevitablemente causando un incremento en los precios de éstos.
Sin embargo, por más que los bancos centrales impriman dinero, si este dinero se queda principalmente atrapado en los mercados financieros, en lugar de llegar a las manos de los consumidores para ser gastado, la velocidad de desplazamiento del dinero se ve severamente disminuida.
La realidad es que la creación de dinero por parte de los bancos centrales sí ha provocado inflación, pero ésta se ha concentrado casi exclusivamente en los precios de activos financieros. Sin embargo, hay otros factores que han mantenido la inflación bajo control como el cambio tecnológico, el comercio electrónico, el libre comercio y la ausencia de crecimiento en los salarios reales.
Aunque estos dos últimos puntos podrían generar presiones ya que el libre comercio está bajo asalto y los salarios reales han comenzado a crecer, la ausencia de inflación presenta un reto para la interpretación tradicional de la política monetaria y el uso de sus diferentes herramientas.
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Tomado de El Economista.