Compartió el famoso ‘Chiquis’ (Froylán Eduardo) Hernández Lara de Córdoba –porque haya también hay Froylanes, nada más en su familia hay como 10-, un memorable escrito de corte autobiográfico que José Alfredo Rangel Arroyo, Joselo (Naucalpan, estado de México, 1 de septiembre de 1967), el famoso y carismático integrante del grupo Café Tacuba publicó en el Excélsior sobre Minatitlán, la muy querida para él ciudad petrolera del sur de nuestro estado, en donde vivió los primeros años de su vida.
Reseñó Joselo algunos recuerdos de su infancia transcurrida allá en la ‘Mina’ como coloquialmente la llama, que conserva en lo más profundo de sus recuerdos personales. Ello, a propósito de los hechos violentos suscitados hace unos días en aquella ciudad sureña y como un testimonio del dolor que esa cruda realidad provoca en la guitarra principal de la popular agrupación musical chilanga. Rememora aquellos lejanos años de su infancia en esa población a la que sus padres llegaron a vivir recién casados por motivos de trabajo de su padre, ingeniero petrolero, que fue contratado para trabajar en la refinería. Él de Coahuila y su madre de Michoacán.
“Ambos se fueron a vivir a Minatitlán después de casarse porque ahí está la refinería ‘Lázaro Cárdenas del Río’ en la que contrataron a mi papá”, nos relata Joselo. Recuerda que creció con el olor del chapapote en el ambiente y que cuando por alguna razón lo vuelve a oler inevitablemente tiene una regresión a su infancia. Y así va reseñando gratos recuerdos entre los que se mezclan vivencias, aventuras, juegos infantiles, sabores, paisajes, su vida en la colonia petrolera donde habitó con su familia, los árboles de guayaba, mango, chicozapote, aguacate y más.
Y bueno, este relato con tintes bucólicos, de melancolía y nostalgia, pero también llenos de dolor del músico, inevitablemente llevó al que escribe a recordar el año que vivió en Mina trabajando. Fue allá por el 84 de la centuria pasada. Tenía poco de haber terminado la carrera, era, digamos, un novillero con todas las ansias y poca experiencia laboral. Unos amigos de Córdoba me abrieron las puertas para trabajar en la cadena comercial de su familia. Entré como supervisor, primero en su tienda principal allá en el pueblo, y al poco tiempo me mandaron a “supervisar la operación de la tienda” en Minatlán.
Total que me trasladé a aquella ciudad que apenas conocía de pasadita. Lo primero que me percaté de ella es que era una población dura, de chinga, áspera, que más que una ciudad era un centro de trabajo de petroleros bragados y encurtidos que hacían su vida en torno al oro negro y las actividades que genera. Me instalé para vivir en un modesto pero decoroso hotel de la zona centro, exactamente a una calle de mi centro de trabajo y de la refinería, y también del río, todo estaba en el mismo radio. Recuerdo que en las mañanas, al despertar, lo primero que hacía era replegar las cortinas para que entrara la luz del día y abría la ventana para que la habitación se ventilara, pero pronto me di cuenta que era un error porque de inmediato entraba un aluvión de muy distintos olores entremezclados que se confundían entre ellos, básicamente de chapopote, petróleo, azufre y gasolina, entre otros.
Y el paisaje era la refinería, con sus exultantes chimeneas que no paraban de arrojar al medioambiente distintos vapores de variados colores y aromas poco agradables. La estancia en Mina fue difícil, tantito porque trabajaba los 7 días de la semana, nada más descansaba la tarde del domingo, espacio que aprovechaba para irme a comer a Coatzacoalcos, y a medio pasear en esa industriosa ciudad o a meterme al cine para distraerme. Lo anterior, lo hacía porque en Mina había poca oferta lúdica en esos años, como un parque tipo Los Berros o algo parecido, además, el ambiente era poco amigable con los forasteros como yo quizá por el hecho de que buena parte de sus habitantes eran precisamente foráneos y un tanto recelosos, cosa que la hacía poco entrañable. No obstante ello y quizá por el ímpetu de la edad, me las arreglé para hacer vida nocturna, incursioné en cuanto lugar pude, sin faltar los de baja ralea. Sin duda ayudó que me encontré un paisano que allá vivía, convirtiéndose en mi líder, conductor y guía turístico de aquellos ignotos lares.
Hace tiempo que no me paro por Mina. Ignoro cuál sea la situación actual de la ciudad, pero la intuyo. Lo que sí es que no me puedo quitar de la cabeza la pregunta de cómo es que fue posible que se construyera un centro de población de la importancia de esa ciudad en torno a una factoría de la magnitud de la refinería ‘Lázaro Cárdenas del Río’. ¡Qué cosas!
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@marcogonzalezga