Por Ramón Durón Ruíz (†)

Soy un apasionado aprendiz de las enseñanzas de las abuelas de Güémez, ellas –como escuela de luz y de bienestar- día a día me invitan a que aprenda a circular por el camino de la humildad y de la gratitud.
La humildad te lleva a aprender que si “Dios te dio dos oídos y una boca, para que aprendas a escuchar más y hablar menos”; que tengas la sensibilidad de mejorar tu vida a través de las pérdidas y el dolor, del amor y la alegría; que experimentes el poder de perdonar, ejercicio que te conduce a ser más grande que tus problemas, sabiendo que ser humilde es una lección de grandeza.
La vía de la gratitud te empodera de la vida, gracias, es una palabra mágica, un principio metafísico que te transporta a enriquecer caudalosamente tus dones, poderes, bienes y felicidad. En ocasiones omitimos dar las gracias porque –llenos de la soberbia que genera el ego–, sentimos que le hacemos un favor al universo.
Cuando en un acto de encogimiento y de humildad eres capaz de agradecer lo que llega a ti, –y lo que no llega también, porque en esta vida no hay casualidades, todo es para tú bien–, el universo te abastece más… atraes la prosperidad, porque dar las gracias duplica tu crecimiento material y acelera tu proceso de evolución espiritual.
Los seres humanos nos elevamos no por la fuerza del poder económico o político, sino por nuestra preparación, nuestra constante capacitación y por lo que llevamos dentro, nuestros valores que nos conducen a una realización moral, ética, personal y social. Uno de los valores que nuestros abuelos y padres nos han enseñado es la gratitud, el ser agradecido sincroniza tu vida con el universo.
El viejo Filósofo entiende que el ser humano –un empleado, un trabajador, un subordinado, un dependiente–, es un importante pilar sobre el que se soporta una administración pública, una institución, una empresa, un establecimiento, un organismo, una corporación, etc., y la capacitación genera seguridad y conocimientos, quita la monotonía del trabajo, porque quien se capacita pone su destino en manos de su talento, no de la suerte, eleva su autoestima, porque su seguridad y paz laboral se derivan de su preparación.
Una tercera parte de nuestra vida, la pasamos en nuestro trabajo y entre más capacitados estemos, más concentrados realizaremos nuestra labor, por ende con más eficiencia y mejor funciona nuestra vida. Generalmente los hombres que pierden su trabajo, es porque no están bien preparados para desarrollarlo, porque les ha faltado tener un propósito de vida, porque viven en la incertidumbre y en la inseguridad por falta de capacitación.
Los problemas sin solución, la confusión y el desorden, son para el trabajador que no está capacitado y preparado, para aquél que deja a la suerte la solución de los conflictos. Capacitar es dar certeza ante la confusión, sentar las bases para conservar el empleo e incrementar los estímulos por eficiencia laboral.
La capacitación profesional genera seguridad laboral y por consiguiente, evita el caos y la incertidumbre en la faena. Trabajo, capacitación y seguridad, son elementos que ayudan a recuperar tu verdadera naturaleza y a conseguir una relación armónica con tu vida, para que despliegues a plenitud tus potencialidades.
Para conservar y mejorar un trabajo, es básica la capacitación que, además de que te marca las reglas precisas de tu función, te lleva a un viaje de desarrollo personal de enriquecimiento de tu energía vital.
Aquellos trabajadores que ven la capacitación como una oportunidad para crecer, para mejorar su comportamiento laboral, para poner el trabajo bajo su control, cuando el conflicto llega, lo saben manejar adecuadamente, ponen orden en su labor, porque al capacitarse han incrementado sus haberes y saberes, han despertado sus capacidades innatas y llega por ende la seguridad laboral… de eso se trata darle a cada trabajador un propósito claro en el ejercicio de su trabajo.
Apropósito de capacitación, dos empleados del IFE, que habían sido instruidos para visitas domiciliarias, a efecto de llevar los nombramientos de funcionarios de casilla, de las ya próximas elecciones, llegan a una casa y al salir una personal le preguntan:
— Disculpe ¿me puede decir su nombre?
— Adán.
— ¿Y el de su esposa?
— Eva.
— ¡Ah chinga, chinga, chinga!… y por casualidad ¿vive con usted también la serpiente?
— Sí, un momento… ¡¡SUEGRAAAAAA, LA BUSCAN!!
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