The Searchers, The Man Who Shot Liberty Valance, Rio Bravo y True Grit son solo algunos de los clásicos westerns que protagonizó John Wayne, un icono estadounidense que murió hace 40 años y cuya leyenda no disminuye a pesar de sus polémicas declaraciones, resurgidas en la era de las redes sociales.
Wayne, conocido como El Duque y considerado como uno de los actores más reconocidos de la historia , falleció el 11 de junio de 1979 en el centro médico de UCLA (Los Ángeles, EU) por complicaciones derivadas de un cáncer de estómago.
Ganador del Óscar por True Grit (1969) y nominado en dos ocasiones más por Sands of Iwo Jima (1949) y The Alamo (1960), Wayne reflejó sus firmes valores conservadores en las casi 180 películas que rodó, sobre todo pertenecientes al western, el género por excelencia del cine estadounidense, del que se convirtió en su mayor exponente con su virilidad, sus silencios y su imponente presencia física.
Como la enorme estrella que fue, nunca tuvo inconveniente en expresar sus opiniones, por controvertidas que fueran, y no dudó en apoyar la caza de brujas en Hollywood durante el “mccarthismo”, defender la bandera estadounidense a ultranza -codirigió The Green Berets, en defensa de las acciones de EU en Vietnam- e, incluso, hablar de supremacismo blanco.
“Creo en el supremacismo blanco hasta que los negros sean educados hasta el punto de la responsabilidad”, dijo a la revista Playboy en 1971. “No creo en dar autoridad y puestos de liderazgo y juicio a gente irresponsable”, agregó.
Esas palabras, que volvieron a surgir este año, hicieron que este mes de marzo se reabriera el debate en torno a la posibilidad de eliminar su nombre del aeropuerto de Orange County (California), donde residía el artista.
Pero su legado cinematográfico, labrado a golpe de talento -y tiros- especialmente gracias a John Ford, es tan inmenso que no hay mancha posible que altere su estatus en la cultura popular universal, una trayectoria que, en realidad, comenzó cuando su familia se desplazó desde Iowa hasta Glendale, a escasos kilómetros de Hollywood, donde germinó su pasión por el cine.
Allí, Marion Michael Morrison (su verdadero nombre) aprendió a montar a caballo y forjó las señas de identidad de lo que se convertiría, décadas después, en el vaquero por excelencia del cine. Fue Raoul Walsh quien le borró el Marion del nombre -pensaba que era demasiado afeminado- y lo bautizó como “John Wayne” para The Big Trail (1930).
John Ford, que ya contó con Wayne en su juventud como ayudante, le dio el papel que cambió su vida en Stagecoach (1939), la película que modificó la percepción de los críticos en torno al western y lanzó la carrera del actor, que pasó a formar pareja con Marlene Dietrich en varias cintas e incluso a trabajar con Cecil B. De Mille.
Capaz de transmitir fiereza y autenticidad desde su estudiado hieratismo, firmó obras clásicas como They Were Expendable (1945), Fort Apache (1948), Red River (1948), en donde personificó el espíritu y el carácter del Viejo Oeste como nadie. Más adelante llegarían el regreso a Innisfree en la insuperable The Quiet Man (1952) junto a Maureen O’Hara, o clásicos como How the West Was Won(1963) o El Dorado (1967).
Todo ello sin alejarse de sus sensibilidades conservadoras, como la lucha por la libertad contra los mexicanos en The Alamo, 1960.
En la recta final de su carrera logró el Óscar por el papel de Rooster Cogburn en True Grit, la película que versionaron los hermanos Coen en 2010 con Jeff Bridges como protagonista.
Wayne, que se casó en tres ocasiones con mujeres de raíces hispanas (Josephine Alicia Saenz, Esperanza Baur y Pilar Pallete) y tuvo siete hijos, puso el colofón a su trayectoria con un personaje espejo de sí mismo en esa etapa: el afamado vaquero enfermo de cáncer en The Shootist (1976).
En su última aparición pública, que tuvo lugar en los Óscar de abril de 1979, apareció debilitado y recibió una calurosa ovación del público puesto en pie. “Esa es la única medicina que necesito”, reconoció.
En enero le habían extirpado parte del estómago por un tumor cancerígeno y en mayo le extirparon el intestino bajo tras un tratamiento contra el cáncer en el bajo abdomen. La leyenda cuenta que Wayne pudo desarrollar la enfermedad por el rodaje en 1954 de The Conqueror en un desierto de Utah, una zona usada para pruebas nucleares por el Gobierno durante la Guerra Fría.
Pero todo apunta a que su abuso del tabaco -hasta cuatro cajetillas al día- fue el verdadero detonante.