Ya no me atrevo a hacer vaticinios.

En 2017 adelanté que Hillary Clinton iba a vencer a Trump y no le atiné. Mis predicciones se basaban en el buen juicio que tendría finalmente la gran masa del electorado estadounidense. Con lo que no contaba yo es que, ese “buen juicio” que presuponía tenía el votante del vecino país del norte solo se da en las llamadas élites estudiadas, los segmentos menos preparados tienen otros estímulos a la hora de votar y, por así decirlo, la pasión –léase fanatismo- comúnmente se impone a la fuerza de la razón, al razonamiento, al voto razonado.
Es así que los votantes republicanos tienden a estar más expandidos dentro del territorio del país, sobre todo en las zonas agrícolas rurales, mientras que los votantes demócratas se congregan en áreas urbanas grandes como los estados de New York, Nueva Inglaterra, Connecticut, California, Washington, etc.
Pero el sistema electoral norteamericano encierra una serie de particularidades muy disímbolas que hacen que el voto popular traducido en voto electoral tenga algunas distorsiones que, finalmente, resultan beneficiosos para los candidatos republicanos. Veamos estos anacronismos:
1. El voto es indirecto. Al revés de México, los electores ciudadanos no eligen directamente al presidente, sus votos determinan cómo se conforma el Colegio Electoral que en última instancia decide quién será el presidente. El Colegio lo componen 538 electores y cada estado tiene una cantidad a la que determinan sus habitantes. Con tres en estados como Alaska hasta los 55 de California. En 48 de 50 estados, el candidato más votado se queda con todos los electores. Con 270 votos del Colegio Electoral se designa al candidato ganador. En nuestro país cada voto va a la cuenta de cada candidato a cualquier cargo de elección popular.
2. La votación es en un día laboral. Las elecciones se realizan los martes, básicamente porque los domingos es el día de culto y del servicio de las iglesias. El martes es un día laborable, pero no se trata de cualquier martes, sino del martes siguiente al primer lunes de noviembre, fecha establecida en 1845 y se debió, en ese entonces, a que los estadounidenses era mayoritariamente gente de campo, y el legislador consideró que dicho mes era el más conveniente para que los trabajadores rurales viajaran a votar porque el ciclo de otoño había finalizado. También se buscó evitar que la elección cayera el 1° de noviembre, ya que es el Día de Todos los Santos, día feriado para los católicos romanos. En México, las elecciones invariablemente se celebran el primer domingo de julio, llueve, truene o relampaguee o sea día de guardar.
3. Se puede votar por adelantado. 37 estados de 50, más el distrito de Columbia ofrecen la posibilidad de adelantar el voto temprano. Es esta una modalidad “caprichosa” que no necesariamente requiere justificación por parte del elector. Varía de estado a estado, y puede llegar a realizarse con más de un mes de anticipación. También se puede sufragar por correo en al menos los estados de Colorado, Oregon y Washington, mientras otros 19 lo permiten en primarias y/o las municipales. En pocas palabras es un desmadre a pesar de que se dan todas las facilidades para sufragar. El votante recibe su papeleta al menos 18 días antes de la elección, al tiempo que recibe un sobre de seguridad para enviar de vuelta el voto que debe ir firmado. Aquí en México eso no existe y hay que ir a formarse para votar personalmente en las casillas electorales en cualquiera de sus modalidades.

Por todo lo anterior entonces, tengo mis dudas de quién ganará el próximo martes 3 de noviembre del 2020 en los Estados Unidos, confío en que sea un demócrata, a pesar de los pesares y de Putin y Rusia.

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@marcogonzalezga