AUCTORITAS

Carlos Alberto Martínez

A un año de su contundente triunfo electoral, el presidente Andrés Manuel López Obrador nos demuestra que conquistó el poder político en México y que acumula tal cantidad de influencia como nunca las nuevas generaciones en nuestro país habían visto; ahora le corresponde conquistar el gobierno del país. A diferencia del anterior proceso de cambio del presidente Vicente Fox, nuestro actual presidente cuenta con la mayoría en ambas cámaras del Poder Legislativo, más de la mitad de los gobiernos locales y, hasta el momento, no tiene oposición enfrente. Lo mismo ocurre con buena parte de los órganos autónomos que, luego de la salida de una parte de sus miembros, lo deja con buena influencia en estas instituciones. Al mismo tiempo, nos ha demostrado que viene tomando todas las decisiones tanto en el ámbito económico como político y social, luego de la claudicación de Peña Nieto seis meses antes del término de su compromiso.

Este inmenso poder y sus decisiones han impactado de manera relevante al quehacer económico de la nación y nos muestra de manera nítida lo que será la transformación económica política y social de este país. Claramente nuestro presidente está decidido a construir una nueva clase política y empresarial, así como un nuevo grupo intelectual que abra paso a nuevos actores, nuevas instituciones y nuevos desafíos, para que en México no sigan decidiendo en todo los mismos que hace 30 o 40 años. Es común ver que las decisiones económicas sean siempre tomadas bajo una sola visión teórico-práctica por las mismas personas, tanto en el sector privado como en el público, impidiendo un mayor flujo de ideas y conceptos para el desarrollo, así como propiciando una concentración de la riqueza que llega a ser obscena, sin lógica en otros países. Algo idéntico ocurre con la política, en donde llevamos décadas viendo cómo unos cuantos acaparan las decisiones y gestiones públicas concentrando dinero, poder e influencia. Esta misma lógica se aprecia con los intelectuales y opinadores que lo mismo hablan de política que de economía, relaciones internacionales y cine.

Estos mismos actores dentro del grupo empresarial, como del político e intelectual, se resisten a dejar espacio a nuevas personas e ideas, al mismo tiempo que aquellos que merecen entrar a la arena pública lo quieren hacer para plantear sus propuestas. En medio de quienes ya se deben de ir y quienes ya quieren llegar está el presidente López Obrador, quien tiene la responsabilidad de construir el cambio sin que, con ello, nuestra economía se estanque en detrimento de ricos, pobres y clase media. La responsabilidad es muy alta porque ahora, a diferencia del sexenio del presidente Vicente Fox, la expectativa que se tiene es mucho mayor y en donde la única limitación es no detener el curso de desarrollo que los estados del centro y norte de México tienen al mismo tiempo que se apoye a los del sur, de quienes hemos vivido por años sin que hayan recibido los beneficios que les correspondían como es el caso de los estados que tienen petróleo y otros recursos naturales y culturales.

En materia económica hemos visto señales mixtas en donde, por una parte, se promueve la disciplina fiscal con un gobierno que gasta menos, no se endeuda como los anteriores e impulsa el libre comercio y el combate a la desmedida corrupción. Por otro lado, le falta profundizar en la certeza para la inversión privada y el Estado de Derecho, que son los factores que otorgan el crecimiento, el empleo formal y el desarrollo económico. En este sentido, si el exterior no determina otra cosa, podemos asumir, hasta ahora, que este proceso de cambio de régimen estaría sustentado en la estabilidad económica, pero no en crecimiento económico. Este hecho contrasta con los episodios de crisis de deuda, devaluaciones del peso y fuga de capitales que se vivieron constantemente desde la Revolución hasta 1995 con el presidente Ernesto Zedillo. Las personas menores de 25 años no conocen el horror de las devaluaciones que empobrecían a todo el país y sólo enriquecían a unas cuantas familias de políticos y empresarios. Esta estabilidad hay que preservarla a toda costa porque es la base para crecer; sin embargo, esta transformación puede también establecer de una vez y por todas, la senda de crecimiento a través de la inversión privada que sólo se logra con la certeza de que el cambio no afectará las bases económicas del país. El gobierno no puede, ni debe hacerlo todo, es el sector privado el que tiene la capacidad de invertir si existen condiciones suficientes para hacerlo.

Por su constante lucha social y política, con justo merecimiento, nuestro presidente ha conquistado el poder como un ser humano que no responde a intereses creados. Ahora un año después, le corresponde por derecho propio tomar el gobierno para seguir manteniendo la estabilidad económica al mismo tiempo que mantenga, como hasta ahora, la construcción de una nueva relación con el sector privado basada en la supresión de la corrupción, el Estado de Derecho como principio y la visión de un México nuevo. La estabilidad no es suficiente para sacar adelante el país, se requiere inversión y confianza en el futuro de México.

El Economista.