Por Ramón Durón Ruíz (†)
.Hay un viejo chiste que me encanta: “Hace poco fui con el geriatra. Después de tres consultas y de varias pruebas de laboratorio, me dijo:
Como acabo de cumplir años, me atreví a decirle:
— Mire doctor, mi madre murió a los 90 años, ¿cree usted que pueda yo llegar a esa edad?
— ¿Fuma cigarro o puro, bebe cerveza, vino o licor? –pegunta amablemente el galeno.
— Claro que no doctor, tampoco consumo drogas.
— ¿Come usted carnitas de puerco, cabrito, chicharrones de pescado, costillitas “cargadas”, botanea en las fiestas? –volvió a inquirir el médico.
— ¡Nunca!, dicen que eso no es saludable y menos si están hechos con grasa, eso llena el cuerpo de colesterol malo.
— Bueno –continuó el doctor–, ¿ve deportes, telenovelas o películas, oye música, le gusta leer, va al cine, a viajar, de día de campo o a la playa, disfruta asolearse jugando, yendo a pescar o andando en bicicleta?
— ¡Claro que no!
— ¿Le gusta el dominó o el billar, canta, baila, hace carne asada, se divierte los fines de semana o tiene mucho sexo?
— La mera verdad… ¡No!
El médico recorre con su pesada mirada de arriba abajo al paciente y le dice:
— No entiendo por qué se preocupa usted: ¿PARA QUÉ CHINGADOS QUIERE LLEGAR A LOS 90?”
La moraleja es formidable: Para qué quiere vivir una persona, si por estar cuidando la dieta, acumulando bienes, ahorrando, gastando en artículos de marca, se le van los años y no aprende a disfrutar cada instante en la fiesta de la vida. Recuerda que has sido creado de forma maravillosa, porque tú eres la manifestación más perfecta del amor, así que apréstate a deleitarte con el milagro del nuevo amanecer.
Jamás olvides que vas de paso y que sólo transitas por esta vida una vez, no vivas en auto restricciones permanentes, tampoco tengas tiempo para odiar o para partiendo del miedo pensar negativamente, cree en ti, arriésgate, no te des por vencido, trabaja con amor y alegría, recibe la luz del alba como lo que eres: un ganador.
No olvides la fragilidad de la vida y además, que es muy breve como para que omitas disfrutar cada instante del día aprendiendo a compartir el gozo de vivir.
La vida te recuerda lo especial que eres y con ello, que tienes un propósito determinado en esta carnalidad, cuando lo encuentras, tu andar se llena de plenitud y de realizaciones. Es cuando aprendes a dar gracias al Señor por el milagro del nuevo día, de tu salud, de tu familia, de tu trabajo; acción que te lleva a experimentar una armonía con el universo y una paz interior excepcional.
Para el viejo Filósofo, el propósito de la vida no es el poder político o el dinero, sino aprender a dar luz y vida a tu vida y que disfrutes con alegría el día de HOY, que seas feliz, que recuerdes que estás aquí para amar, crecer y evolucionar. Si ha llegado el dolor a ti, en el poder que da el silencio interior, ten la humildad de preguntarte: ¿He mejorado a partir de ese duelo?
Si es así, cuestiónate: ¿Fue un quebranto o una ganancia? Porque “lo que importa es que si pierdes, no pierdas la lección, no es lo que tienes en la vida… sino quien eres en ella.” Lo trascendente es que aprendas a construir puentes espirituales que te conecten contigo mismo y con la prosperidad a la que tienes derecho.
En esta vida llénate de alegría, entusiasmo, ama, sirve, perdona, olvida, ora, sonríe y se feliz, HOY te lo dice el viejo Filósofo… mañana te lo dirá la vida.
Resulta que llega a un chequeo médico un hombre joven y bien presentado, de cuerpo escultural y rostro agradable. — Fíjese doctor que los candidatos y sus campañas políticas, los conflictos entre ellos y los millones de spots, me traen todo nervioso, no puedo conciliar el sueño.
— ¿Qué tal come? –inquiere el facultativo. — Normal.
— ¿Qué es para usted normal? — Pues como tres veces al día; alimentos balanceados y con pocas grasas.
Muy bien –anota el médico–, ¿y de ejercicio físico? — Normal.
— ¿Qué es para usted normal? — Camino todas las mañanas.
— Muy bien –responde el galeno–, ¿y de sexo? — Normal.
— ¿Qué es para usted normal? –vuelve a preguntar el especialista.
— Una o dos veces al mes –responde el paciente, mirando de reojo a un lado y a otro.
— Bueno, eso no me parece muy normal, a su edad lo normal sería dos o tres veces por semana.
— Sí, para usted que es médico, en Güémez eso es normal, pero no para mí, porque… ¡¡¡SOY SACERDOTE!!!