Mientras escribo se desarrolla el tercer set de la final de Wimbledon entre Su Majestad Roger Federer y esa especie de enfant terrible, el serbio siempre inconmensurable de Novak Djokovic. Poder contra poder, la maquinaria suiza perfecta en contra de un todo terreno. Van uno a uno, voy con el suizo. Pero, caray, Wimbledon es el Tenis más flemático que uno pudo imaginar alguna vez, de pipa y guante, de sombrero de copa y Pamelas, y no más porque es políticamente incorrecto fumar hasta en espacios abiertos, pero no dude usted que ya se hubieran visto desfilar por el graderío pipas calabash, hombres con boinas inglesas y escocesas y chalecos de rombos de punto de cashmere. Estos ambientes son muy duques de Cambridge, por eso Wimbledon es Wimbledon, como dirían los chavos, “otro pedo”. Caray, es que qué Tenis se ve en esta catedral del deporte blanco, otro nivel, la semifinal entre Federer y Rafa Nadal fue un espectáculo en donde el suizo marcó su territorio, el macho alfa del clásico británico es él y nada más, así sea ante el ímpetu, coraje y la calidad tenística del manacorense, hay Federer para rato a pesar de que el mes que entra va a cumplir 38 años. Y de Novak qué se puede decir que no hayamos dicho antes, es un bárbaro el balcánico, es frío, calculador, tiene un saque poderoso, pero sobre todo es un tipo inequívoco, inmutable y anticlimático, llueve, truene o relampaguee, Djokovic siempre va a ser Djokovic. Lo comenta Marco Aurelio González Gama, directivo de este portal